La belleza de las epifanías viene seguida por la realización de cuan idiota ha sido uno en no darse cuenta antes. Esa es la principal belleza de un momento de iluminación: la simpleza de la conclusión y como todo estuvo todo el tiempo frente a uno como un regalo colgando de una rama. Igual la sensación de tiempo perdido que conlleva no la quita nada más que el poner en practica algún tipo de maquinaria que aproveche esta nueva información, que de nueva no tiene nada en realidad; solo es una reorganización de elementos previamente existentes.
¿Qué voy a hacer yo con las mías entonces? Bueno, muchos se asombrarían de saber todos los planes que he puesto en marcha en estos últimos años. Mi problema parece ser una excesiva sutileza acarreada por una sobredosis de paciencia. Por eso mi última epifanía implica más accionar a corto plazo y no tanta planificación y pasividad en mi vida diaria. Ya no me sentaré a la orilla del mundo a esperar el momento preciso de florecer, sino que abriré mis alas y saldré a comerme esas alimañas que se interponen entre mi persona y las circunstancias que he estado esperando. El momento correcto no se espera: se crea.
Y así, con el cetro en la mano, es que obligo a arrodillarse a mis pies a todos mis obstáculos habidos y por haber. El peligro de tener lo que uno siempre quizo es arrepentirse al darse cuenta de que en realidad no era lo que uno quería. Ya habrán oído mil veces el "Ten cuidado con lo que deseas, pues puede serte concedido" A lo que yo retruco: pues más le vale, así puedo pasar esa hoja y dedicarme al siguiente paso, o en su defecto a solucionar las nuevas complicaciones acarreadas por mi efímero éxito.
Dicho todo lo necesario aclaro una idea que ronda por el habitáculo de mis pensamientos: Que éxtasis momentáneo desprendo de estas letras. Y es por y ante ellas que juro, aquí y ahora, no volver a detenerme ante escalón alguno como si de una muralla infranqueable se tratase.
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