Ella llega a su casa. Haciendo malabares abre la puerta con una sola mano, porque en la otra llevaba la bolsa de las compras. De hecho está masticando un pedazo de pan. Cuando los perros pasan corriendo junto a sus piernas ella no entiende nada. Lo normal sería que salieran a recibirla, con saltos y cabriolas, y hasta trataran de sacarle el pan de la boca. Pero antes de poder terminarse de extrañar, escucha un estruendo. Abre la puerta justo a tiempo para ver desplomarse una parte del techo. Lo primero que piensa es que los perros no puede haber hecho TANTO destrozo. Los muebles están despedazados, la televisión en el suelo, restos de platos y vasos por todos lados, lo que queda de un cuadro, lo que una vez supo ser una biblioteca descansa sobre miles de hojas sueltas, los restos mortales de los sillones, en fin, un desastre total. Hay hasta jirones de ropa por todos lados, cuando el ropero está en el piso de arriba. Y hablando de arriba, al mirar la abertura un grito se escapa de su garganta al tiempo que la bolsa se escapa de sus manos.
En el techo está él. Su metro ochenta ahora es más un dos metros veinte, sus ochenta quilos aparentan unos ciento cincuenta, y sus ropas están a punto de reventar contra su piel. Ella grita su nombre, él gira y la ve, se agarra la cabeza y grita al cielo. Él sigue, enloquecido en su titánica tarea de destruir todo lo que tiene a mano. Ella corre escalera arriba. Lo ve golpeando la pared del cuarto. Tiene miedo de llegar a él, hay un agujero en el suelo en su camino. Grita su nombre una vez más. Él cae de bruces con la cabeza en las manos, gritando desesperadamente. Su piel está roja y se sigue hinchando. Ella lo ve arrodillado de espaldas a ella, lo ve como crece, como su piel se infla colorada, tensada por sus músculos cada vez más grandes; ve como crecen sus brazos, piernas, torso, lo ve crecer entero unos centímetros más; ve su camisa explotar, su cinto cortarse, ve las perneras de sus pantalones rasgarse por la presión, y lo ve saltar por el agujero que hizo en la pared.
Ella baja corriendo gritando su nombre, cada vez más asustada. No sabe que hacer. Lo ve correr contra un árbol, golpearlo con el hombro con fuerza suficiente como para arrancar la mitad de las raíces. El árbol se inclina contra su brutal empuje. Él sigue empujando, dejando zanjas con los pies descalzos. Ella llega corriendo para verlo aflojar su agarre, agotado ya. Lo ve volver a su tamaño normal, lo ve desinflarse. Ve el tronco del árbol, quebrado por su abrazo, inclinado hasta que las ramas tocan el suelo. Lo abraza llorando y él recupera el conocimiento. Se incorpora y ella le pregunta que pasó. Él le explica que el dios que habita en su interior intentó escapar, casi tomó control de su cuerpo, y lo que vio fue su desesperación por sentirse perder el control, a medida que el dios ganaba fuerza.
Él se incorpora y tambaleándose encamina sus pasos hacia la casa. Ella lo abraza para ayudarlo a caminar. Él le explica que en esos momentos tiene el control de nuevo, tiene el poder del dios que duerme una vez más. Y hasta que el poder se drene tiene que aprovechar. Ella lo ve apartarla con una mano. Ella lo ve como reconstruye lentamente la casa con un movimiento de su mano. Ve las partes volver volando a su lugar, ve la ropa recomponerse y colgarse sola en las perchar, ve el televisor volver a su lugar como quien pone la cinta de cuando cayó en reversa, ve la pared recomponerse. Él se apura a entrar, y a medio camino se detiene como recordando algo. Chasquea los dedos en el momento de revelación y ambos aparecen en el piso de arriba. Él chasquea sus dedos una vez más y su ropa se transforma en un traje, y él queda bañado, peinado y afeitado. "Para facilitarte un poco el trabajo" le dice a ella. Luego se sienta en la cama y hace aparecer un maletín a su lado. Con todo recompuesto, hace aparecer los perros que se habían escapado.
Cuando intenta chasquear los dedos una vez más sus manos se agarrotan y no puede. Ella se sienta a su lado, sabiendo que va a pasar después. Lo ve sonreírse, con esa risa triste que tiene él. Lo besa. Él la besa, pero a medio beso cae hacia atrás en la cama. Ella lo ayuda a sentarse. Él tiene la mirada perdida. Ella lo lleva de la mano a abajo, lo sienta en la mesa y con suma paciencia le hace un puré de manzana, le exprime un jugo y le da de comer con una cuchara en la boca. No sin antes ponerle un babero sobre la hermosa corbata de seda que él se colocara apenas minutos antes con solo un gesto de la mano. Ella sabe que el maletín está lleno de dinero, ahora sabe que es lo que ha pasado siempre que lo ha encontrado de traje sonriendo en la planta baja. Ella llora en silencio.
Bien, algo bueno después todos esos monólogos emo que venías publicando.
ResponderEliminarEsto es lo que QUIERO escribir, pero lo otro es lo que me sale :P Content? xD
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