—Por supuesto que funcionará. Yo mismo lo estoy construyendo. ¿Cuándo ha fallado uno de mis inventos?
—Oh, de hecho bastante frecuentemente.
—¿Cómo has dicho?
—Qué no me refería a eso. Digo si me permitirán entrar al combate con esto puesto.
—¿Dejaron que Brito usara todos esos productos para convertirse en un monstruo de dos metros setenta, y van a prohibirte usar un par de puños de acero?
—No es lo mismo. Para empezar esto es casi una armadura completa, y está más cerca de entrar a la arena con un rifle que de lo que hizo Brito.
Sterguson trabajaba indolente a las criticas de su primo, doblado en su banco de trabajo, con las gafas de aumento dándole el aspecto de una mosca hiperdesarrollada. Sam por su lado reposaba pesadamente en un sofá aledaño, sin zapatos, con los tirantes sueltos y la camisa semi desprendida. Sterguson levantó la vista de su soldador por un momento y le dijo:
—Si la excusa de Brito es que no hay nada en las reglas que diga que no puede drogarse hasta tener casi trecientos cincuenta quilos, pues no hay nada en las relgas que diga que no puedes bajar con un exoesqueleto de bronce y roble.
—Primo, me van a hacer quitar eso para entrar a la peléa.
—Y tú te negarás.
—Y me van a descalificar.
—Muy bien, muy bien. Hablaré con el jurado primero.
—Querras decír que Annie hablará con el jurado, ¿no?
Sterguson volvió su lupa a su lugar y le dijo de espaldas a Sam—¿Es que acaso no tienes miedo de lo que pueda hacerte esa mole?
—Tengo más miedo de tus habilidades para convencer primo.
Annie Sterguson estaba jugando al poker en el salón cuando Sam entró.
—Hola primo, por aquí.
Su vestido blanco con detalles en pestel combinaba con el papel tapiz, y sus zapatos con el marrón de la mesa redonda. Su capelina cubría su frondosa cabellera broncea, y el humo de los cigarros de sus tres contendientes le daban un aureola de misticismo indiferente. Annie siempre ganaba, pero nunca faltaba quien quisiera retarla, a la espera de que tras perderlo todo terminara pagando con sexo. Y si alguien se rehusaba a pagar o quería propasarse, sabía dejar sus tacos magnéticos marcados en diversas partes del cuerpo.
Pero al ver entrar al más que conocido pugilista se enfriaron bastante los humos, y no hubo necesidad de calmar a nadie. La disuasión es una fuerza asombrosamente poderosa, cuando hay una fuerza asombrosa para respaldarla.
—Prima, cuando termines necesito hablar contigo. Necesito de tus habilidades.
—No te vayas, ya desplumo a estos pollitos.
—¿Crees que has ganado, eh? Veo tus docientos, y aumento otros cien.
—Yo me voy.
—Yo también.
—No tesoro, SE que he ganado. Veo tus cien. Escalera real. Muestrame tus cartas.
—Juro que un día me cobraré con creces tus humillaciones Annie.
—Me gusta que pienses así Fedor, quiere decir que seguirás viniendo a perder tu dinero. Dime Sam.
Annie juntó los billetes, monedas, letras de cambio y un reloj de bolsillo de la mesa, y mientras Sam le explicaba fueron a la barra a por un trago.
—¿Entonces lo que tengo que hacer es convencer al jurado de que te deje entrar con un rifle a la arena?
—No prima. Tu hermano está haciendo una especie de guantes de boxeo a vapor. Con eso tienen que dejarme bajar.
—¿No prefieres que haga descalificar a Brito?
—Honestamente, estoy esperando enfrentarme a él. Estoy invicto desde hace casi dos años ya. Preciso un reto.
—Sam, he visto a esa cosa. Vas a precisar uno de los trajes de pino del señor Bernstin después de esa peléa.
—Es por eso mismo que le pedí ayuda a tu hermano.
—Bueno, veré que puedo hacer.
La banda terminó de tocar un tema, y el chelista se acercó al micrófono para hablar al público y escuchar peticiones. En este silencio momentáneo es que entraron un anciano con una muchacha joven. Él apoyado en un bastón y completamente cubierto por una oscura capa maltrecha, ella ayudándolo del otro brazo, también envuelta en una capa, pero más pequeña, dejando ver sus pantalones de cuero y los vendajes de sus pies. Uno hubiera esperado un par de firmes botas en lugar de las maltratadas vendas, pero cada quien es dueño de elegir sus zapatos.
Se acercaron a la barra y se sentaron junto a Annie y Sam. Se quitaron el polvo y los sombreros, y él anciano se colocó un par de bifocales.
—Joven, sírvale una cerveza a mi hija, y una zarzaparrilla para mi—Le dijo al cantinero—Dígame, ¿sabe dónde pueda conseguir hospedaje?
—Aquí mismo hombre. ¿Un cuarto o dos?
—Si tiene un cuarto con dos camas mejor.
—Hija, ¿no prefieres un poco de privacidad? ¿Y si conoces a un muchacho en este pueblo? No quiero tener que salir a hurtadillas de mi propio cuarto.
—¡Padre, ya hablamos de esto!—Dijo ella sonrojandose.
—Bueno, me temo los cuartos que tengo libres son uno con una cama de dos plazas, y uno con una cama de una plaza.
—Bien, tomamos los dos entonces. ¿Elektra querida, te molesta si me quedo yo con la de dos plazas?
—Bien podríamos dormir los dos en la de dos plazas y ahorrar dinero. Además no quiero estar tan lejo tuyo padre. ¿Y si te pasa algo?
—Ah, vamos, no estoy tan maltrecho. ¿Donde quedan los cuartos?
—Arriba, mi mujer se las muestra. ¿Tienen equipaje?
—Joven—dijo hablándole a Sam—usted tiene aspecto de ser un hombre fuerte. ¿Le interesa ganarse una monedas?
—Digame que precisa señor.
—Afuera está mi equipaje. ¿Me ayudaría a subirlo a mi habitación?
—Por supuesto, no hay ningún problema señor...
—Dedalo. Y ella es mi hija Elektra.
—Samuel, mucho gusto.
—Sam, ¿precisas dinero? ¿Por qué no me lo dijiste? Yo puedo prestarte ¿Es por eso en realidad que quieres enfrentarte a Brito?
La mirada que le hizo Sam a Annie podría haber atravesado una plancha de plomo.
—Annie, ¿por qué no vas a hacer eso y me dejas ayudar al señor y su hija?
—Oh, espero no haberlo ofendido muchacho.
—No se preocupe señor. No necesito el dinero, lo ayudaré a subir sus maletas de todas maneras.
Sam no esperaba que fueran tantas maletas ni que pesaran tanto, pero tampoco esperaba que Elektra estuviera tan interesada en las peleas, ni que fuera tan fuerte como para levantar esas condenadas maletas.
—Yo solo peleo en las que son una vez al mes. Las semanales son para principiantes. Si me dejaran participar devolvería el premio, pero no me dejan. Así que tengo que esperar un mes entero para poder luchar con alguien de mi tamaño.
—¿Y el dinero es bueno?
—Pues yo vivo de ganar una pelea al mes. Tu saca cuentas.
—¿Cuándo son las de este mes?
—El jueves próximo.
—¿Y cualquier puede inscribirse?
—No, tienes que haber ganado al menos una de las semanales para poder participar en las mensuales. Es como una especie de torneo, y yo soy el campeón invicto.
—¿Y cuando son las próximas semanales?
—Ah, mañana mismo. Si quieres podemos ir juntos.
—Claro, me encntaría.
—Ah, ya sabía yo que ibas a terminar encontrando un muchacho.
—Oh, disculpe señor. No quise-
—No es lo que piensas Padre. En este pueblo se realizan luchas organizadas, con premios en metálico.
—Oh, hija. Ya sabes lo que pienso de que te pelees con hombres. Ahuyentas a cualquier potencial marido.
—Padre, ya te he dicho que no me interesa casarme.
—Disculpen que interrumpa, pero... ¿Tu peleas? No tienes pinta de ser muy dura. Fuerza vi que tienes al ayudarme con estas cajas. ¿Qué hay en las cajas por cierto?
—Ah, son mis mecanismos de relojería principalmente.
—¿Así que un relojero y su hija boxeadora?
—En realidad un médico y su hija mercenaria.
—¡Elektra! ¿Qué te dije de esa palabra?
—¿Médico o mercenaria?
—Por eso mismo es que quiero entrar a las peleas Padre.
Sterguson ajustaba con una llave unas tuercas en la rodilla de Sam. Estaban en el galpón de madera que Sam usaba para entrenar. Había restos de heno y bolsas con grano aún, pero principalmente había pesas, bolsas para golpear, y hasta un maniquí de madera que pivoteaba en el lugar para responder el golpe si uno asestaba un puñetazo.
—Esto no va a explotar.
—No, no va a explotar Sam.
—Lo se, es lo que acabo de decir.
—¿Y por qué me lo dices a mi?
—Se lo estoy diciendo al traje. Hay que establecer quien es el amo desde el comienzo.
El traje, como lo llamó Sam, consistía en un armazón de acero que recorría la espina y bajaba por las piernas hasta las botas para soportar el peso, con una caldera como mochila y delgados caños que transmitían el vapor a presión. Tenía pistones en los antebrazos y en las piernas para impulsar unas botas de suela de acero y un par de nudilleras. Para completar llevaba una pechera y un casco como protección. El vapor no escapaba de la maquina, sino que circulaba, así que la caldera solo tenía que mantener la temperatura, reduciendo el tamaño de todo el aparato.
—Ok, ya está listo. Prueba a dar algunos puñetazos al aire. Bien, bien. Ahora prueba tirar un par de patadas. ¡Bien, bien! Ahora dale un golpe a la bolsa. ¡Santo Theodoro!
Sam había arrancado de las cadenas la bolsa al primer golpe, esta dio a parar a diez metros, y frenó porque había una pared.
—Ok, no voy a probar con el maniquí.
—¡Salgamos a buscar cosas para que rompas!
—¿Deberíamos ponernos a jugar con esto?
—Se llama prueba de campo. Cosas científicas, no lo entenderías.
—¿Qué es todo este alboroto?
Annie llevaba el cabello suelto y un parasol. Hoy vestía de un verde claro.
—Hola prima. ¿Quieres venir a verme romper cosas con esto?
—No gracias, jueguen ustedes tranquilos. Vengo a traerte buenas y malas noticias.
—Oh, oh...
—Hablé con los organizadores de las peleas. Y coincidieron que Brito ya no está calificado para una pelea común y corriente. Así que van a organizar una pelea especial entre tú y él dentro de dos semanas, y te permitirán llevar el traje.
—¿Y la mala noticia?
—Esa era la mala. La buena es que si quieres puedes no pelear con él y solo seguir con los retadores del mes.
Esa noche Sam acompaño a Elektra a la arena; Annie y Sterguson decidieron ir a ver como peleaba la chica, y Dedalo obviamente también fue. Las peleas en la arena comenzaron como dos ebrios dándose golpes tras la taberna y una ronda gritando y apostando. Hoy en día contaba con gradas de madera con lugar para casi mil personas. Había espectáculos entre pelea y pelea, acercando la arena a un circo, con los puñetazos como acto principal. El secreto de hacer dinero es ir a un lugar donde halla mucha gente y vender cosas que muchos vayan a comprar, pero que sean de un solo uso. Como puede serlo una salchicha, una cerveza, o pañuelos descartables.
Bueno, aquí había gente, y mucha, y había también un negocio contante y sonante rodeando las peleas. Se cobraba entrada, se vendía comida, se hacían apuestas, hasta había una tienda de recuerdos a la salida vendiendo remeras y tazas con el nombre del campeón de la noche. La tinta se borraba fácil, porque era necesario poder cambiar los nombres de los artículos no comerciados, pero al comprador no le importaba porque para la siguiente pelea iba a querer un bolígrafo con las iniciales de otro efímero campeón.
La diferencia era Sam que seguía invicto. Sam se había hecho una figura notoria en la arena, y había daguerotipos de su rostro en los afiches, contra el retador del mes. Aún hoy había algunos colgados por la próxima pelea, y Sam se paseaba con el pecho henchido y el mentón en alto con Elektra mientras todo el mundo lo saludaba y le pedía un autógrafo.
—No me gusta toda esta atención—Mintió él descaradamente.
—Me imagino. ¿Dónde vas a sentarte?
—Ah, tengo dos asientos reservados en el palco.
—¿Vas a verte con alguien?
—Eh, no, esto... Uno para mi y el otro era para ti.
—Oh, gracias, pero mi pelea es la segunda, así que ya voy a ir a los cambiadores a prepararme.
—Bueno, hay bastante tiempo entre pelea y pelea, y tardan bastante antes de empezar la primera. ¿No preferirías comer algo antes, o tomar una cerveza?
—Prefiero subir con el estómago vacío y la mente clara, gracias.
Sam se quedó parado con cara de embobado mientras Elektra se alejaba y una muchedumbre lo cercaba.
Annie iba a la arena por el dinero. No ganaba muy seguido, pero con lo que sacaba del poker le alcanzaba para derrochar, y cuando sí ganaba era motivo de jubilo y festejo desmesurado.
Sterguson por otro lado quería honestamente ver la pelea simplemente porque le gustaba, como a todos los fanáticos reunidos aquella noche. Había algo en ver como dos hombres se daban coces hasta dejar a uno inconsciente que despertaba su instinto primigenio, sus ansias de cavernícola de abrirle la cabeza a un competidor por una hembra en celo con el hueso más grade posible. Era como si al no poder él mismo asestar un solo golpe por cuestiones sociales y de índole de masa corporal, se conformara con ver derroches de testosterona ajenos. Era un hombre con mucha furia embotellada.
Dedalo era la primera vez que iba a la arena, pero lejos de la vista de Elektra se mostraba vivaracho y activo. No paraba de tomar cerveza, echar piropos a toda chica que pasara sin un potencial pugilista acompañante, y de escupir insultos al ring.
El ring era la arena en sí. En sus comienzos, en un granero, la arena era justamente eso: arena. Se tiraron un par de carros de arena en el suelo del cobertizo y ahí volaban los puños y rodillas, y cuando una cabeza golpeaba el suelo, pues era arena. Hoy día había una plataforma elevada para que fuera más fácil ver la lucha; con luces eléctricas instaladas a los pies y colgando de una enorme lampara de araña, de manera que los contrincantes fueran bien iluminados pero no cegados; tenía una lona de caucho, firme para los pasos, pero suave para las caídas, con un diseño tal vez demasiado intrincado solo para ser pisado, entre un tablero de damas y un blanco para dardos; y el ring estaba circunscripto en anillos de escalones que lo llevaban al nivel del suelo. Ah, el ring era circular.
—¡Matalo! ¡Matalo!
—¡Pero hombre, no se emocione tanto! Es un ser humano el que está ahí arriba después de todo. ¿O es que acaso tiene algo en contra de ese boxeador en particular?
—No, solo me gusta gritar preciosa.
—Dedalo, no se propase con mi hermana.
—Tranquilo Sterguson, se cuando no tengo chances con una Ninfa de semejante talante—Y le guiño un ojo a Annie, que le sonrió divertida.
—Bueno, pero de todas maneras baje un poco el volumen que yo estoy- ¡Oh! ¡¡Vieroneso?? ¡En plena nariz! Eh, digo, que desconsiderado Pitt, y que falta de finta por parte de Mendelson... Al cuerno, es una madita pelea. Veamos volar esas patad- ¡Oh! ¡Otra más!
—Esto no va a explotar.
—No, no va a explotar Sam.
—Lo se, es lo que acabo de decir.
—¿Y por qué me lo dices a mi?
—Se lo estoy diciendo al traje. Hay que establecer quien es el amo desde el comienzo.
El traje, como lo llamó Sam, consistía en un armazón de acero que recorría la espina y bajaba por las piernas hasta las botas para soportar el peso, con una caldera como mochila y delgados caños que transmitían el vapor a presión. Tenía pistones en los antebrazos y en las piernas para impulsar unas botas de suela de acero y un par de nudilleras. Para completar llevaba una pechera y un casco como protección. El vapor no escapaba de la maquina, sino que circulaba, así que la caldera solo tenía que mantener la temperatura, reduciendo el tamaño de todo el aparato.
—Ok, ya está listo. Prueba a dar algunos puñetazos al aire. Bien, bien. Ahora prueba tirar un par de patadas. ¡Bien, bien! Ahora dale un golpe a la bolsa. ¡Santo Theodoro!
Sam había arrancado de las cadenas la bolsa al primer golpe, esta dio a parar a diez metros, y frenó porque había una pared.
—Ok, no voy a probar con el maniquí.
—¡Salgamos a buscar cosas para que rompas!
—¿Deberíamos ponernos a jugar con esto?
—Se llama prueba de campo. Cosas científicas, no lo entenderías.
—¿Qué es todo este alboroto?
Annie llevaba el cabello suelto y un parasol. Hoy vestía de un verde claro.
—Hola prima. ¿Quieres venir a verme romper cosas con esto?
—No gracias, jueguen ustedes tranquilos. Vengo a traerte buenas y malas noticias.
—Oh, oh...
—Hablé con los organizadores de las peleas. Y coincidieron que Brito ya no está calificado para una pelea común y corriente. Así que van a organizar una pelea especial entre tú y él dentro de dos semanas, y te permitirán llevar el traje.
—¿Y la mala noticia?
—Esa era la mala. La buena es que si quieres puedes no pelear con él y solo seguir con los retadores del mes.
Esa noche Sam acompaño a Elektra a la arena; Annie y Sterguson decidieron ir a ver como peleaba la chica, y Dedalo obviamente también fue. Las peleas en la arena comenzaron como dos ebrios dándose golpes tras la taberna y una ronda gritando y apostando. Hoy en día contaba con gradas de madera con lugar para casi mil personas. Había espectáculos entre pelea y pelea, acercando la arena a un circo, con los puñetazos como acto principal. El secreto de hacer dinero es ir a un lugar donde halla mucha gente y vender cosas que muchos vayan a comprar, pero que sean de un solo uso. Como puede serlo una salchicha, una cerveza, o pañuelos descartables.
Bueno, aquí había gente, y mucha, y había también un negocio contante y sonante rodeando las peleas. Se cobraba entrada, se vendía comida, se hacían apuestas, hasta había una tienda de recuerdos a la salida vendiendo remeras y tazas con el nombre del campeón de la noche. La tinta se borraba fácil, porque era necesario poder cambiar los nombres de los artículos no comerciados, pero al comprador no le importaba porque para la siguiente pelea iba a querer un bolígrafo con las iniciales de otro efímero campeón.
La diferencia era Sam que seguía invicto. Sam se había hecho una figura notoria en la arena, y había daguerotipos de su rostro en los afiches, contra el retador del mes. Aún hoy había algunos colgados por la próxima pelea, y Sam se paseaba con el pecho henchido y el mentón en alto con Elektra mientras todo el mundo lo saludaba y le pedía un autógrafo.
—No me gusta toda esta atención—Mintió él descaradamente.
—Me imagino. ¿Dónde vas a sentarte?
—Ah, tengo dos asientos reservados en el palco.
—¿Vas a verte con alguien?
—Eh, no, esto... Uno para mi y el otro era para ti.
—Oh, gracias, pero mi pelea es la segunda, así que ya voy a ir a los cambiadores a prepararme.
—Bueno, hay bastante tiempo entre pelea y pelea, y tardan bastante antes de empezar la primera. ¿No preferirías comer algo antes, o tomar una cerveza?
—Prefiero subir con el estómago vacío y la mente clara, gracias.
Sam se quedó parado con cara de embobado mientras Elektra se alejaba y una muchedumbre lo cercaba.
Annie iba a la arena por el dinero. No ganaba muy seguido, pero con lo que sacaba del poker le alcanzaba para derrochar, y cuando sí ganaba era motivo de jubilo y festejo desmesurado.
Sterguson por otro lado quería honestamente ver la pelea simplemente porque le gustaba, como a todos los fanáticos reunidos aquella noche. Había algo en ver como dos hombres se daban coces hasta dejar a uno inconsciente que despertaba su instinto primigenio, sus ansias de cavernícola de abrirle la cabeza a un competidor por una hembra en celo con el hueso más grade posible. Era como si al no poder él mismo asestar un solo golpe por cuestiones sociales y de índole de masa corporal, se conformara con ver derroches de testosterona ajenos. Era un hombre con mucha furia embotellada.
Dedalo era la primera vez que iba a la arena, pero lejos de la vista de Elektra se mostraba vivaracho y activo. No paraba de tomar cerveza, echar piropos a toda chica que pasara sin un potencial pugilista acompañante, y de escupir insultos al ring.
El ring era la arena en sí. En sus comienzos, en un granero, la arena era justamente eso: arena. Se tiraron un par de carros de arena en el suelo del cobertizo y ahí volaban los puños y rodillas, y cuando una cabeza golpeaba el suelo, pues era arena. Hoy día había una plataforma elevada para que fuera más fácil ver la lucha; con luces eléctricas instaladas a los pies y colgando de una enorme lampara de araña, de manera que los contrincantes fueran bien iluminados pero no cegados; tenía una lona de caucho, firme para los pasos, pero suave para las caídas, con un diseño tal vez demasiado intrincado solo para ser pisado, entre un tablero de damas y un blanco para dardos; y el ring estaba circunscripto en anillos de escalones que lo llevaban al nivel del suelo. Ah, el ring era circular.
—¡Matalo! ¡Matalo!
—¡Pero hombre, no se emocione tanto! Es un ser humano el que está ahí arriba después de todo. ¿O es que acaso tiene algo en contra de ese boxeador en particular?
—No, solo me gusta gritar preciosa.
—Dedalo, no se propase con mi hermana.
—Tranquilo Sterguson, se cuando no tengo chances con una Ninfa de semejante talante—Y le guiño un ojo a Annie, que le sonrió divertida.
—Bueno, pero de todas maneras baje un poco el volumen que yo estoy- ¡Oh! ¡¡Vieroneso?? ¡En plena nariz! Eh, digo, que desconsiderado Pitt, y que falta de finta por parte de Mendelson... Al cuerno, es una madita pelea. Veamos volar esas patad- ¡Oh! ¡Otra más!
Como me es costumbre ya, preferí solo publicar lo que voy y puede que algún día hasta lo termine y todo. Lástima que va a ser laaaargo, lo cual disminuye considerablemente las probabilidades de que lo termine ¬¬
ResponderEliminarBien, bien, bien, bien.
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