Estas tranquilamente acostado en una hamaca paraguaya, con una novela y una jarra de té helado. Es un apacible domingo de primavera, tenes muchas cosas que hacer, pero nada que quieras hacer. El aire tibio te induce esa sensación de tranquilidad, de calma. El libro es una novela de horror. El momento no es el propicio para leer literatura de terror, siendo una brillante tarde, con ningún sonido mas que el cantar de un ave y el hielo derritiendoce en la jarra, pero quieres saber como termina y un momento tranquilo para leer como este no siempre se logra.
El autor te sumerge en la narración. Es como si abrieras una puerta hecha de hojas con una cerradura de tinta, que da a otra dimensión, una de imágenes de pesadilla, de sonidos horripilantes que te recorren la espina, de icores que resbalan por cada pared y seres de mil patas se retuercen tras cada sombra. Hasta la portada, con su cubierta de cuero negro, de primera edición, y las letras grabadas en un color que alguna vez habría sido un rojo oscuro o un bordeaux, pero el paso del tiempo, y el paso de las manos de incontables dueños transformó en un oscuro y corroído tono, como de sangre coagulada y ennegrecida.
Solo el libro sabrá quienes lo han poseído antes. Quienes habrán leído sus ya oxidadas paginas, con una historia horrible y retorcida. Resulta que la historia era de un escritor, lo que solo te hacia dudar de la autenticidad de la trama. Es sobre un escritor que se exilia a una desolada cabaña en los bosques canadienses, buscando paz e inspiración. Un bosque frió y oscuro, con arboles tan antiguos como la tierra en la que sus nudosas raíces se retorcían hacia un tronco musgoso y de aspecto macabro. El novelista vivía en una cabaña, construida con madera de esos mismos arboles malditos, ubicada a kilómetros del asentamiento mas cercano, pero a una decena de metros del riachuelo aledaño.
Era un fino y sinuoso hilo de agua a la gran altura que se encontraba su celda personal, situada en la ladera de una escabrosa montaña, cubierta de arboles hasta donde alcanzaba la vista, que no era mas allá del largo del brazo en la noche, noche la cual duraba cerca de veinte horas en esa época de año, época de fríos constantes, apenas mitigados por una chimenea, la cual servia a su vez de iluminación, ayudando a la pobre lampara de queroseno, que entre las dos solo lograban mover la oscuridad de un rincón a otro de la habitación, como tratando de espantar una juguetona camada de demonios, que se divertían danzando sobre tu mente.
La mente comienza a jugar malas pasadas en ambientes como este. Incluso un hombre lógico y racional, que sabe a ciencia cierta que no hay demonios, espíritus, ni fuerzas ocultas que residan en el ceno mismo de la tierra, no tiene mas remedio que creerle a sus propios ojos, a fuerza de enloquecer. Con la soledad como única compañía, con uno mismo como único punto de referencia, con el tiempo divagando en torno de la escurridiza cordura, viendo, escuchando, oliendo, sintiendo, creyendo. Pues desde los tentáculos que se deslizan entre las sabanas al despertar de una pesadilla a mitad de la noche, viendo nada mas que un demente que salta de la cama para encontrar solo el propio sudor frió, donde la viscosidad se retorcía segundos antes; hasta los pútridos olores rancios, que invaden las fosas nasales como una legión de cadáveres carnosos, deslizándose sobre el vientre a medida que suben hasta el cerebro mismo; pasando por los susurros inaudibles, que erísan el espinazo, pataleando por la nuca como cucarachas que se alimentan de tus miedos...
Despiertas en la hamaca. La oscuridad se cierne sobre ti. En la mesita aledaña el hielo es un recuerdo en la jarra. Un escalofrío te recorre la espalda y los brazos. Ya el clima te pide entrar. Escuchas un trueno lejano, y al mirar hacia arriba, ni estrellas, ni nubes de tormenta, solo una oscuridad pareja y tangible. No vez tu casa ya. Caminas aun con sopor, con la novela maldita en la mano. Una sensación extraña te recorre el fondo de la mente, y no dejas de preguntarte si no estarás soñando aun.
Tropiezas con una raiz y caes de bruces. El golpe te despierta definitivamente. La sangre corre por tu rostro, y unas luciernagas comienzan a danzar en torno tuyo. El olor de la sangre atrae mosquitos. No recuerdas ese arbol cayoso y enano, pero no ves tu casa tampoco. Parece que los mosquitos y las luciernagas estan luchando sobre ti, y al parecer se deboran unos a otros, dando lugar a una orgia mesianica, cuyos engendros salen despedidos de sus capuyos sobre tu cabeza. El panico toma posesion de tu ser. Corriendo despaborido, huyendo del asco y los picotasos. Pero no sabes por donde corres, y resvalas al pisar unas hojas humedas y putridas, pululantes de gusanos; te deslizas sobre un fango viscoso y maloliente hasta caer en un riachuelo. El agua esta tan helada como un cuchillo contra la garganta. No queda duda de que no estas sonhando Trozos de hielo que flotan a tu alrededor, como una ventana destrozada, una ventana que quieres cerrar, y que todo se valla.
Corres desesperado, volviendo sobre tus pasos, tropezando en la oscuridad, cayendo de cara en el barro. Otro trueno a la distancia, y una débil luz recorta la silueta de una cabaña entre los arboles. Te arrastras hasta que chocas casi de frente con la novela maldita. Como un ancla a la realidad la tomas entre los dedos. Palpar la superficie te tranquiliza un poco, y tanteando como un ciego llegas a la puerta de la cabaña. La puerta se cae a pedazos, la madera corrompida por el paso del tiempo. Una oleada de putrefacción que te inunda los sentidos sale despedidas, y caes inconsciente.
Te despiertas congelado en la puerta de tu casa. Cubierto de fango, hojas y aun mojado de pies a cabeza. Hay nieve en torno tuyo, pero se derrite lentamente. La novela se muestra frente a ti, tan apacible, tan inofensiva. Es una hermosa noche de primavera de nuevo. La sangre coagulada en tu rostro te hace acuerdo del dolor de tu tabique nasal. Las picaduras en tus hombros y espalda siguen punzando como gotas de ácido que comen tu ropa. Ya nada tiene sentido, y entras en tu casa.
El interior de tu casa se encuentra tan muerto como debiera. Pero un ligero odor te llama. Cautelosamente te diriges a tu alcoba, temiendo ya que puedas encontrar. Pero al llegar a la puerta dudas aun mas. La puerta se ve decaída como la puerta de la cabaña, que ya no sabes si la existe en realidad. Por un lado te aterra la idea, pero por otro este vestigio de incoherencia brilla como un faro de cordura, y te aferras a que no es tu mente la que cae a pedazos. Y justo cuando el valor comienza a forjarse en tus venas, escuchar el sonido mas horripilante que en tu vida has osado imaginar.
La risa de un demente, el aullido de una victima, el rugir de una bestia, no hubieran causado tanto pavor como escuchar tu propia vos tras esa puerta. Los restos mortales de tu salud mental se derrumban sobre la moquete, y golpeas la puerta, que cae en pedazos, tras la cual contemplas el interior de una cabaña... Y sentado en la mesa de madera que hay al fondo, junto a una lampara apagada hace siglos ya, con los lentes sobre las cuencas oculares vacías, ahí yace, vestido en ropas atemporales, mitad momia, mitad esqueleto, con la novela a medio escribir, ahí esta tu cadáver. Y el recuerdo te golpea como martillazo en la nuca.
Se narra en tercera o en primera persona. Narrado en segunda queda como un libro de la serie 'Elige tu propia aventura'.
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