lunes, 6 de diciembre de 2010

Seco

Cayó tambaleante hacia un costado, pero casi que retomo el control a media caída, solo para caer tambaleante hacia el otro. Y entre bamboleo y bamboleo daba un paso. Así iba avanzando, dando tumbos, a veces chocando con algo, a veces cediendo ante la gravedad del asunto. Pero no mas de un segundo, o el cansancio y el alcohol lo ataban al suelo, y ahí no hay quien te socorra mas que vos mismo.

Ya estaba harto de todo. Harto de su vida patética. Harto de su trabajo de encargado de limpieza en el hospital, como si fuera encargado de algo. Harto de su insípida esposa, que trabajaba turno diurno y no veía sino un domingo. Harto del apartamentucho de cuarta en el que residía desde tiempos inmemoriales. Y harto de si mismo, el culpable de todo al fin de cuentas. Nadie lo obligo a casarse con Flor si no la amaba, nadie lo obligo a dejar sus estudios tan temprano, nadie lo obligo a quedarse en el apartamento de pacotilla tanto tiempo. Ya hasta su propia ropa lo asqueaba. Y solo esas copas, que poco a poco se volvieron botellas, lo complacían en esa insípida vida.

Todo ocre, todo sucio, todo apagado. ¿Para que seguir? se decía. Y bueno, ya estamos en el baile, ahora vamos a bailar. La verdad era que era por cobardía. Ya varias veces intento suicidarse. Parado en el borde el puente, con una piedra atada al cuello. Y una vez hasta salto y todo. Pero se desato la cuerda y salio a flote por reflejo. No, así no iba a ser su muerte. Tenia que ser envenenado, o algo que no doliera mucho y fuera paulatino.
Se despertó el otro día, y no se acordaba mucho de la noche anterior. Era asombroso como algunas personas olvidan mejor que otras por causa del alcohol. No tenia lo que se dice resaca, pero no estaba todo bien. Y un recuerdo le roía por dentro: sabia como suicidarse.

No, ni le iba a decir a Flor. Es mas, le iba a dejar una nota diciendo que se iba con otra mujer o algo así. Mejor para ella. Que lo odie póstumo, a que lo llore en vida. Ella ya no estaba en la casa, sino en su trabajo. Se vistió y salio a la calle. Hoy no iba a trabajar. Mañana tampoco. Tenia mucha sed. Eso le dio la idea.
No sabia cuanto era bien que un cuerpo humano podía resistir sin agua, pero era cosa de días. Fue a comprarse un paquete de galletas de salvado, un alimento deshidratado, por así decirlo. El calor del verano sumaba puntos, y el alcohol todos sabemos que ayuda. Con algo de suerte tal vez fuera el mismo día.Tenía que ir a algún lugar medio aislado, porque en algún punto iba a quedar inconsciente y algún "héroe" lo iba a terminar llevando a un hospital. Sí, es mas probable que solo lo robaran antes, pero siempre termina habiendo alguna doña curiosa o alguien que llama a la ambulancia para que saquen al vago de su pedazo de vereda.

Que irónico, de morir ahogado iba a cambiar a morir deshidratado. Lo lindo del asunto es que no había en realidad de que arrepentirse. En algún punto se iba a morir y ni se iba a enterar. Lo feo iba a ser aguantar la sed agobiante, pero al cuerno, tenia una petaca de grapamiel, que solo iba a ayudar, y le iba a calmar la garganta.
Se termino instalando abajo del mismo puente del que saltara alguna vez. ¿Al solcito de la tarde y tomando grapamiel? No, si hoy es mi ultimo día en la tierra vamos por lo menos a sentarnos a la sombra. Pero me pare para ir hasta esa bienamada sombra y me tambaleé hasta caer sentado señores. Ya no queda grapamiel. La garganta pide. Exige. Es como mi mujer, que pide, pide y pide, y al final solo es algo más que tengo que aguantar. Pero ya todo se va a terminar pronto. Sí, ya siento como la vida se escapa de mi cuerpo. La sangre hierve en mis venas y un vapor rojo se eleva. No, es demasiado, va a alertar a alguien. Tengo que salir de atrás de esta choza. Nadie tiene que encontrarme. Malditos asesinos, quieren mi oro. Lo se. Se. Sed. Que sed. Ah, el poso en medio de la plaza. Sí, voy a dar un chapuzón en el alquitrán almibarado que se escuece a la sombra de un ligustro. Pero no, es tan caliente. Porque es tan caliente, como la entrepierna que se achicharra seca, pidiendo a gritos una piscina. Sí, eso es. Tengo que ir al aljibe. Pero no tienen que seguirme los hombres escorpión que se alimentan de tu sombra, y los demonios de la arena que tratan de robarte hasta el aliento. Quien pudiera tener una cimitarra en este momento. Como la que yo porto en mis manos. Y saber blandirla como corresponde. Como hago yo ahora. Y cortando las cabezas, una lluvia áurea baña los prados, y tengo que huir. Porque la lluvia escuece. No quiero nada. Ya no quiero nada. Estoy nadando en un río bajo que se arremolina en la punta de una serpiente, y ahora me undo desesperado hacia su boca. No puedo nadar mas rápido, pero caigo y caigo hacia sus fauces. ¡Maldita sea! ¿Donde esta mi espada cuando la necesito? Clavada en el borde de aquel árbol, por supuesto. Solo tengo que tomarla y mi sed de sangre sera satisfecha. Ah, pero la sed de venganza nunca, no. Y ahí estamos, yo y yo. Los dos espada en mano. Uno luchando con los demonios del desierto, otro colgando del filo de la hoja. Y así fue como nos enfrentamos. Y estocada va, estocada viene. Las armas refulgían.

Despierto. Pero yo no soy yo. Él era yo. Ahora yo soy aquel que me mato. Y así viviré el resto de mis días. En esta choza de barro seco, con techo de paja. En este desierto eterno nunca llueve, así que se conserva mas de lo necesario. Pero el viento. Ah, el viento. Si es poco es una brisa, pero si es mucho es una tormenta de arena, que es capaz de arrancarte la piel de cuajo, o de enterrarte vivo, o las dos cosas, ya puestos. Así viviré. Y por los siglos venideros solo yo viviré en este planeta extraño.

Se despertó. Seguía bajo el puente. Ya era de noche. El calor estaba remitiendo. Alguien le orino encima. Un perro lo olfatea un segundo y se aleja. Pero él no sabe donde esta. Este es un mundo extraño para él. ¿Donde esta la arena? ¿Donde esta el sol eterno? ¿Donde esta el olor dulce a incienso, el color ámbar de las paredes, el calor tibio de una tarde de siesta? Los sonidos tranquilizadores de los llamadores de ángeles, o de los hombres santos orando a lo lejos, o de un moscardón gordo y pesado zumbando y añadiendo paz a la pesadas de la tarde agobiante. O las risas del bar, y el tañír de las jarras, llenas de cerveza tibia, cuando los hombres se juntan alrededor del fogón a beber en manada.
No, nada de aquello tenia sentido. Era una locura. Un mundo extraño que lo invadía desde todas las direcciones posibles. Y así viviría. Por los siglos de lo siglos de nuevo. En un cuerpo extraño. En un mundo extraño. En una vida extraña. Sin saber que solo era un sueño febril que reclamo la carne que habitaba.

2 comentarios:

  1. Aguanta que traigo una botella y me das agua. Yo también solo veo todo cuadrado.
    Me encantó.

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  2. Pareciera que has estado casado...

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