Explico mis alucinaciones diarias en un lenguaje que un humano (espero) sepa comprender
viernes, 15 de marzo de 2013
Solo lo justo y necesario
Lucho contra el idioma. He pasado tanto tiempo añadiendo palabras a mi discurso como adornos innecesarios, que ahora no puedo decir solo las mínimas necesarias. Si tuviera que contar mis palabras, me temo que no podría. Asumo que es culpa de acostumbrarme a escribir más que a hablar con seres vivos. Es mucho más lo que monologo que lo que dialogo, y tengo necesariamente que rellenar el vacío de mi mente con el sonido que mis labios no rompen. Pero no sé hasta qué punto sea necesario. Así como me quitaron mi inocencia, así me quitaron mi silencio. Ahora escupo espuma por la boca: más aire que contenido real. Prefiero decir solo las palabras que superen al silencio, a decir abundantes pero vacías de significado. Hoy renuncio a mi redundancia, y hago las paces con mi silencio.
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Parafrenico de turno
Caliburnus
pirando a las
6:05 a. m.
jueves, 14 de marzo de 2013
Terapia lingüística
El anacronismo nos venció. Ahí estábamos los dos en silencio. La mesa redonda y de una sola pata. La tetera, la bandeja, las tazas. El aroma del pan tostado. Su falda que no le permitía separar las rodillas; sus tobillos se cruzaban bajo la silla. Mi pantalón a dos pinzas arrugándose cada segundo que permanecía sentado; el lustre de mis zapatos perdiendo brillo lentamente. El silencio iba diciendo lo que nuestros labios callaban. Nuestras bocas soltaban palabras vacías, pues nuestras mentes pensaban en otra cosa. Entre más reprimíamos nuestras ansias, más afloraba el subconsciente. El mozo se aproximó una vez más. No nos sobresaltamos, se cortó la charla. El momento había pasado. Salió cada uno de dentro de la mente del otro.
Decidimos estirar las piernas por las calles de la ciudad. Cada paso resonaba ahora con un grito desesperado, al punto que nos tomamos del brazo. Su estola sobre sus hombros, mi saco sobre los míos, como en el abrazo que nos negábamos mutuamente. Predímos una dosis de tabaco cada uno y la travesía por nuestras mentes continuó. Hablábamos de mártires que murieron por su artes tanto tiempo atrás, solo para que insulsos personajes como nosotros nos vanagloriemos en nuestro conocimiento de los clásicos. Pintores, filósofos, científicos, pensadores, escritores, políticos, ingenieros, médicos, exploradores y nosotros; unidos en la soledad de dos monólogos que se rehusaban a ser un dialogo. Mis palabras se repetían en su boca, y pensamientos que yacían rancios en el fondo de mi mente salían a flote en su mar de ideas.
Salimos de las empedradas callejuelas rebosantes de carruajes y de los nuevos automóviles pasamos bajo una arcada de piedra cubierta de musgo, un puente en tierra para atravesar un río de asfalto hecho por el hombre. Caminamos por la ribera de la calle durante cierto tiempo antes de darnos cuenta de que nos alejábamos cada vez más de la civilización. Pero ya a esas alturas ¿qué importaba? Nuestras palabras se volvían más duras, críticas, desinhibidas, con cada paso que dábamos en dirección a lo natural.
Ella se quitó sus zapatos para caminar más cómoda, y mi sombrero salió volando por el viento y aterrizó en el agua. Cómo lo dejé irse, ella tiró sus zapatos junto al camino en señal de solidaridad. Yo me quité los míos imitando el gesto. Reímos tontamente sin darnos cuenta que ya no había camino sino cesped bajo nuestros pies descalzos.
Nos sentamos bajo un sauce de semblante triste a dejar que nuestras mentes fluyeran como gotas de rocío por el dorso de una hoja. Ya no había pudor entre nosotros, y dejamos volar nuestros puritanos sueños por los caminos de la exploración. La pasión que irradiaba de nuestras palabras poco a poco se iba demostrando en el fulgor de nuestras miradas, en el tono de nuestros semblantes, en la curvatura en creciente de nuestras boca, que se aproximaban y se alejaban, no sabiendo bien porqué.
Como entrando en un trance nos desvestimos de prejuicios, nos desnudamos de miedos, y nuestras lenguas pasaron de luchar, a bailar al son de nuestras voces. Acaso nuestros cuerpos, alejados ya de la estructura de la sociedad establecida, sumergidos de lleno en lo salvaje, tanto en mente como en cuerpo, desprendían un aluvión de feromonas; tal vez solo la sensualidad de las palabras, y el erotismo del pensamiento, libre para deambular por los oscuros confines del subconsciente, nos alejaron de nuestras intenciones, hasta desprendernos la ropa en jirones, y lanzarnos en pos el uno del otro.
Ya no quedaban palabras suficientes, acertadas, necesarias. Solo un modo de expresión era satisfactorio: la lenta y delicada caricia, el suave y apasionado beso, el trémulo y firme abrazo, el éxtasis momentáneo y el placer que perdura en la calma tras la tormenta.
Las dos espaldas recostadas, las dos vistas encontradas, las dos sonrisas pintadas, las dos manos tomadas, las dos ansias saciadas. Dos mentes unidas en un solo silencio, en un solo pensamiento de paz.
Decidimos estirar las piernas por las calles de la ciudad. Cada paso resonaba ahora con un grito desesperado, al punto que nos tomamos del brazo. Su estola sobre sus hombros, mi saco sobre los míos, como en el abrazo que nos negábamos mutuamente. Predímos una dosis de tabaco cada uno y la travesía por nuestras mentes continuó. Hablábamos de mártires que murieron por su artes tanto tiempo atrás, solo para que insulsos personajes como nosotros nos vanagloriemos en nuestro conocimiento de los clásicos. Pintores, filósofos, científicos, pensadores, escritores, políticos, ingenieros, médicos, exploradores y nosotros; unidos en la soledad de dos monólogos que se rehusaban a ser un dialogo. Mis palabras se repetían en su boca, y pensamientos que yacían rancios en el fondo de mi mente salían a flote en su mar de ideas.
Salimos de las empedradas callejuelas rebosantes de carruajes y de los nuevos automóviles pasamos bajo una arcada de piedra cubierta de musgo, un puente en tierra para atravesar un río de asfalto hecho por el hombre. Caminamos por la ribera de la calle durante cierto tiempo antes de darnos cuenta de que nos alejábamos cada vez más de la civilización. Pero ya a esas alturas ¿qué importaba? Nuestras palabras se volvían más duras, críticas, desinhibidas, con cada paso que dábamos en dirección a lo natural.
Ella se quitó sus zapatos para caminar más cómoda, y mi sombrero salió volando por el viento y aterrizó en el agua. Cómo lo dejé irse, ella tiró sus zapatos junto al camino en señal de solidaridad. Yo me quité los míos imitando el gesto. Reímos tontamente sin darnos cuenta que ya no había camino sino cesped bajo nuestros pies descalzos.
Nos sentamos bajo un sauce de semblante triste a dejar que nuestras mentes fluyeran como gotas de rocío por el dorso de una hoja. Ya no había pudor entre nosotros, y dejamos volar nuestros puritanos sueños por los caminos de la exploración. La pasión que irradiaba de nuestras palabras poco a poco se iba demostrando en el fulgor de nuestras miradas, en el tono de nuestros semblantes, en la curvatura en creciente de nuestras boca, que se aproximaban y se alejaban, no sabiendo bien porqué.
Como entrando en un trance nos desvestimos de prejuicios, nos desnudamos de miedos, y nuestras lenguas pasaron de luchar, a bailar al son de nuestras voces. Acaso nuestros cuerpos, alejados ya de la estructura de la sociedad establecida, sumergidos de lleno en lo salvaje, tanto en mente como en cuerpo, desprendían un aluvión de feromonas; tal vez solo la sensualidad de las palabras, y el erotismo del pensamiento, libre para deambular por los oscuros confines del subconsciente, nos alejaron de nuestras intenciones, hasta desprendernos la ropa en jirones, y lanzarnos en pos el uno del otro.
Ya no quedaban palabras suficientes, acertadas, necesarias. Solo un modo de expresión era satisfactorio: la lenta y delicada caricia, el suave y apasionado beso, el trémulo y firme abrazo, el éxtasis momentáneo y el placer que perdura en la calma tras la tormenta.
Las dos espaldas recostadas, las dos vistas encontradas, las dos sonrisas pintadas, las dos manos tomadas, las dos ansias saciadas. Dos mentes unidas en un solo silencio, en un solo pensamiento de paz.
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Parafrenico de turno
Caliburnus
pirando a las
12:45 a. m.
lunes, 4 de marzo de 2013
To my twin
Caminado por una costa vi un espejo a lo lejos. Yo paseaba por la arena entre las tenues olas y el estoico acantilado. Iba descalzo, con un pantalón blanco y una camisa blanca. Al acercarme al espejo me llamó la atención mi imagen reflejada. No me di cuenta qué era hasta que me acerqué demasiado. Del otro lado del espejo no estaba yo, sino una mujer de vestido blanco, descalza también. Del asombro me detuve en seco, y así también lo hizo la mujer. La busqué por detrás, pero no era real, era la imagen en el espejo.
No hacía lo mismo que yo: si yo levantaba la mano derecha ella levantaba la izquierda. Y ahí me di cuenta de que en realidad ella levantaba SU derecha. Entonces por más que acercaba mi mano al vidrio, nuestros tactos no se tocaban. Me alejé un paso y la saludé.
-Hola-le dije.
-Hola-Me respondió ella.
-Ah, perdón. Pensarás que soy un idiota. Creí que eras la imagen de un espejo-le dije.
-La verdad, eres bastante idiota. Pues yo soy tu gemela-Me contestó y largó la carcajada.
-Disculpa, pero yo soy hijo único.
-Sí, lo se, pero yo igual soy tu gemela. Eres un tonto porque estas hablando con la imagen de un espejo.
-¡Pero si la imagen me ha constestado!
-Pero no sabías que te fuera a contestar cuando me hablaste la primera vez.
-Pensé que no eras un reflejo.
-Y si pensaste que no era un reflejo, ¿por qué te pusiste a bailar frente a mi? Y acabas de decir que creías que yo era la imagen de un espejo. ¿Por qué me mientes de esa manera?
-Bueno, perdón, no era mi intención faltar a la verdad.
Caminé en torno al espejo una vez más, y esta vez ella se quedó en el centro, viendo como yo giraba en torno suyo. Cuando me paré frente al espejo una vez más, ella me sonreía. Levanté mi mano izquierda, y ella levantó su mano derecha, imitando mi movimiento. Levanté mi mano derecha, y ella levantó la izquierda. Acerqué mi mano al espejo, y su mano tocó la mía. Me sobresaltó por un momento sentir la tibieza de su tacto, pero antes de que pudiera reaccionar siquiera, ella entrelazó sus dedos con los míos Y tomados de la mano comenzamos a bailar.
Giramos y bailamos, entrando y saliendo del espejo. La música era el choque de las olas y el eco del acantilado. Fue un momento de comunión que me hizo entender que no eramos gemelos porque tuviéramos los mismos padres, sino porque había una conexión más profunda. Dos mentes bailando el vals de la vida.
Intenté besarle y mi frente chocó con el vidrio. Ella me sonrió y se alejó caminando. Yo golpeé el vidrio y le grité que volviera, pero ya no estaba seguro de si era ella o era yo el que estaba atrapado dentro del espejo...
No hacía lo mismo que yo: si yo levantaba la mano derecha ella levantaba la izquierda. Y ahí me di cuenta de que en realidad ella levantaba SU derecha. Entonces por más que acercaba mi mano al vidrio, nuestros tactos no se tocaban. Me alejé un paso y la saludé.
-Hola-le dije.
-Hola-Me respondió ella.
-Ah, perdón. Pensarás que soy un idiota. Creí que eras la imagen de un espejo-le dije.
-La verdad, eres bastante idiota. Pues yo soy tu gemela-Me contestó y largó la carcajada.
-Disculpa, pero yo soy hijo único.
-Sí, lo se, pero yo igual soy tu gemela. Eres un tonto porque estas hablando con la imagen de un espejo.
-¡Pero si la imagen me ha constestado!
-Pero no sabías que te fuera a contestar cuando me hablaste la primera vez.
-Pensé que no eras un reflejo.
-Y si pensaste que no era un reflejo, ¿por qué te pusiste a bailar frente a mi? Y acabas de decir que creías que yo era la imagen de un espejo. ¿Por qué me mientes de esa manera?
-Bueno, perdón, no era mi intención faltar a la verdad.
Caminé en torno al espejo una vez más, y esta vez ella se quedó en el centro, viendo como yo giraba en torno suyo. Cuando me paré frente al espejo una vez más, ella me sonreía. Levanté mi mano izquierda, y ella levantó su mano derecha, imitando mi movimiento. Levanté mi mano derecha, y ella levantó la izquierda. Acerqué mi mano al espejo, y su mano tocó la mía. Me sobresaltó por un momento sentir la tibieza de su tacto, pero antes de que pudiera reaccionar siquiera, ella entrelazó sus dedos con los míos Y tomados de la mano comenzamos a bailar.
Giramos y bailamos, entrando y saliendo del espejo. La música era el choque de las olas y el eco del acantilado. Fue un momento de comunión que me hizo entender que no eramos gemelos porque tuviéramos los mismos padres, sino porque había una conexión más profunda. Dos mentes bailando el vals de la vida.
Intenté besarle y mi frente chocó con el vidrio. Ella me sonrió y se alejó caminando. Yo golpeé el vidrio y le grité que volviera, pero ya no estaba seguro de si era ella o era yo el que estaba atrapado dentro del espejo...
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Parafrenico de turno
Caliburnus
pirando a las
5:41 p. m.
sábado, 2 de marzo de 2013
Irr vive
Desperté en un basural. Entre restos y despojos. Con una cascara de banana como corona. Era el rey caído, pero ¿de qué reino? El tiempo develaría esos secretos y tantos otros. Pero por ahora era menester un café. Mi cabeza daba vueltas como las ruedas de un auto que gira torno a la mazana una y otra vez. Busqué apoyo en la pared para vomitar bilis. Mis entrañas estaban tan vacías como las de un neonáto. ¨Y puede que eso sea¨, pensé. ¨Si es que he nacido, mejor este ajuar que un pesebre ¨ me dije también. Pero no podía ser neonato, pues llevaba ropa puesta. El saco y la camisa completamente ajados en las mangas, y las perneras de los pantalones, si bien llegaban a los tobillos, eran finas tiras de trapo de la rodilla hacia abajo. Y descalzo, obviamente. ¿De qué otra manera iba a surgir al mundo? Me pregunto por qué el diablo va descalzo, y me temo que es otra pregunta para la cual no tengo respuesta. ¨Una corbata, eso sí que es útil en este momento¨ pensé, y revisé el contenido de mis bolsillos en busca de dinero. No se si me asombró más ver el rollo de billetes de cien, o que supiera lo que era un billete. Separé uno y me fui al bar más cercano. Con dinero encima no me dejarían fuera por más que me viera así.
Entré bamboleandome. Ignoré las miradas de la gente y me senté en una mesa del fondo. El humo de tabaco y la penumbra no fueron tan útiles como el cinismo ajeno. Una mesera se aproximó y sin mirarla siquiera le tendí el billete y pedí un café una copa. El café para reanimarme, la copa porque precisaba un trago. La niebla del recuerdo no era lo que buscaba ahora que mi conciencia despertaba del letargo. Si había olvidado, seguro que tenía mis motivos. Yo no hacía nada que no fuera premeditado. ¿O sí? No, no podía ser. Seguro que olvidé por algo. La camarera dejó el café y el trago uno junto al otro. Después de tomar el café me arrepentí. Ya se que no actúa tan rápido, el café hace pico en sangre a la hora, más o menos. Pero digamos que fue el efecto condicionado por el mero aroma del café, pero me desperté ligeramente... Y eso fue suficiente: Sentí curiosidad.
Quería saber. ¡Necesitaba saber! ¿Qué fue lo que olvidé? ¿Por qué me resigné de esa manera a perderlo de los antros de mi cerebro? No, ahora debía saber qué. Qué y porqué. Ya nada sería suficiente, ya mi vida no tendría sentido No, peor aún, mi pasado había dejado de existir, y mi futuro se vería consumido por el mismo. ¿Cómo pude ser tan tonto? ¿Acaso no pensé que sentiría la curiosidad suficiente como para que en lugar de borrar mi memoria, una bala hubiera sido menos cruel? A menos que lo hiciera a propósito, porque sabría que no descansaría hasta recuperar mis recuerdos. ¡Sí, tal vez ahora DEBÍA recobrar mi memoria!
Tomé el vaso de un sorbo y fui hasta la barra. Ahí, y solo ahí, noté que la gente me miraba demasiado, aún para un andrajoso despojo humano con fajos de billetes que despilfarrar. La nota final fue el grito que propinó mesera al darse la vuelta y verme la cara. Corrí al baño y me miré en el espejo.
Cuando terminé de llorar me incorporé y miré mi desfigurado rostro una vez más.
Tonto de mi, pensar que la decisión de borrar mi memoria fuese mía. Mi ropa ya no estaba ajada, ahora estaba chamuscada. Y de las flamas del infierno renací para vivir un día más.
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Parafrenico de turno
Caliburnus
pirando a las
3:22 a. m.
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