Era normal. Bueno, había sabido ser normal. Ahora solo quedaba esa criatura amorfa que se alimentaba de muerte. Al principio la ira lo invadió. No recordaba la última vez que había sentido algo, pero recordaba bien la ira. Como una bola de fuego que desde lo más hondo de su ser lo instaba a realizar los actos más aborrecibles, solo para saciar su sed de venganza.
No, ni siquiera eso; solo para desahogarse. No había necesidad de venganza, sino de satisfacción. No quería que el infeliz muriera, solo que sufriera. ¿Tanto como él sufrió? No, él no había sufrido. Pero quería causarle sufrimiento al maldito infeliz que ni sabía de su existencia, al pobre infeliz que de hecho no le había hecho nada, pero que lo merecía...
Un hacha. Sí, con un hacha podría... No, muy sucio. Desprolijo. Necesitaba algo silencioso y que no dejara rastro. Corazón Frío se fue calmando como era natural en él. Mataría al infeliz, pero como debe hacerse. Se alejó de la puerta en completo silencio y se dirigió hasta el piano que reposaba en la sala. Sacó una cuerda. Un La. Le gustaba el La. Enroscó un extremo en su mano izquierda enguantada y volvió caminando, con el rollo en la mano derecha enguantada. Aún escuchaba los gemidos.
Se metió en la alcoba y miró un par de segundos más en la penumbra, como se revolcaban como cerdos. ¿Duda? Estaba dejando que esa sensación de ira fluyera por su ser una vez más. Ella reposaba sobre su espalda, y el pobre infeliz, que había sabido tomarse su tiempo en recorrer las hermosas curvas con sus labios; las lomas con su aliento; los pechos con su lengua; los montes con su ardor; pero aún su espada seguía envainada. Corazón Frío sonrió al ver que el condenado infeliz aún no había comenzado siquiera su labor, y se apresuró a realizar la suya.
Moriría en la cárcel, pero no le importaba. Debía morir. Y con las manos cruzadas enlazó el desnudo cuello del infeliz. Ella gritó. Previsible. Pero el infeliz no pudo. El infeliz luchó por cosa de un minuto antes de perder el conocimiento. Ella miraba como pasmada. Corazón Frío no lo soltó hasta bastante después de que dejara de patalear. Lo único que lamentaba en ese instante de gozo total, era no haberle podido ver la cara al difunto infeliz.
Soltó el cadáver y la miró. Ella lo miraba con una cruza extraña de fascinación y ¿exitación? No había miedo en sus ojos, ni ira, ni ninguna de las reacciones que Corazón Frío esperaba. Se arrodilló frente a la cama con la cabeza gacha, ofreciéndole la cuerda de piano en señal de rendición. A ella no le haría nada: la amaba demasiado.
Ella tomó la cuerda en sus manos y la dejó a un lado. Tomó las manos de Corazón Frío en las suyas y las besó.
-Eso fue muy romántico Corazón-le dijo levemente al oído.
-Y no puedo creer como me excita-le susurró al apoyarle las manos en sus pechos.
Corazón Frío levantó la vista, más conmocionado por la reacción de ella, que ella por el acto de él.
-Pero me temo que ya no podrás ser mi mayordomo después de eso. Tómame en esta misma cama. Pero hazlo rápido, que el cadáver se enfría.
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