jueves, 13 de diciembre de 2012

Soliloquio

—La muerte afecta a uno por el recordatorio de la propia mortalidad dicen, pero en mi caso cada vez cosifico más a las personas (las tomo como objetos animados, más que como seres vivos) pero al mismo tiempo...
Terguson miraba el horizonte agazapado en la cornisa de piedra, mientras hablaba el grabador en su mano. Soltó el botón con la frase sin terminar y bajó la mano. Jeans negros, botas y chaqueta de cuero. Su cabello negro caía sobre sus hombros, y se enganchaba en el arco y el carcaj que le cruzaban la espalda. Se paró aún mirando al horizonte desierto, levanto la mano una vez más y apretó el botón. Abrió la boca pero no emitió sonido por medio segundo hasta que dijo:
—El contacto social es necesario para mantener el contacto con la propia humanidad.
Y apagó el aparato. Ya anochecía.
Bajó caminando por la escabrosa ladera de piedra. Abajo lo esperaban ruinas de edificios que debía tomarse el riesgo de revisar en busca de algo valioso. Ser explorador significaba pasar largas temporadas lejos del grupo, pero era una tarea importante, necesaria, y dotada de estatus y satisfacciones al volver. Pero a medida que pasaba el tiempo veía a las mujeres como esos animales que lo esperaban para descargar sus ansias sexuales al volver por un par de días; esas serviles criaturas dispuestas y sumisas, agradecidas por la labor que realizaba.
—El primer año y medio mi posición fue gratificante para mi ego, pero ahora anhelo algo más. Y no se qué.
El edificio parecía haber sido algo entre un hospital y una cárcel. ¿Tal vez un manicomio? No solían estar TAN alejados de otro rastro de civilización, pero ya estaba acostumbrado a ver edificios que sobrevivían en pié solitarios, mudos testigos de la otrora gran metrópolis; mojones sobrevivientes en el centro de lo que debiera haber sido una manzana, pero rodeados del mismo yermo, rocas, arena y tierra.
Una pared se derrumbó cuando trató de mover una taquilla. Parece ser que era un hospital militar más bien. Aún mejor, no solo podría conseguir medicamentos antiguos, sino quien sabe cuantas cosas útiles conservaban los soldados, incluida ropa resistente, y tal vez hasta armas de fuego aún en funcionamiento.
Encontró conservas de comida. Abrió una lata con su cuchillo. El procedimiento era llevar la comida enlatada al grupo, para que un miembro débil y poco valioso la catara, pero Terguson quería entrar en contacto con su lado humano. No quería sentir que él era más valioso, no quería ser indispensable; quería sentirse parte.
—Al cabo de dos o tres años comencé a tomar por sentado cada vez más que todos estaban ahí para servirme cuando llegaba. Los trataba con más y más desdén. Y lo peor es que solo lo aceptaban sumisamente como si fuera mi derecho divino y su obligación el servirme.
Guardó el equipo entero de un soldado, raciones, medicamentos, herramientas, y hasta una tienda de campaña para llevarse consigo de muestra y lo dejó junto a la puerta. Luego se tomó el trabajo de dejar varias taquillas sueltas junto a la entrada, llenas de valiosa mercancía. Iba a marcar ese lugar en su mapa. Era hora de volver.
Levantó una vez más su mano:
—Pero después ya nada me satisfacía como al principio. Me acostumbré a cada vez más, y más. El colmo fue esa vez hace un año, la niña que me dijo enojada que me fuera, porque su madre se ponía de mal humor cada vez que yo volvía. Comprendí que para mi el regreso al grupo era un momento esperado que hacía valer esas dos o tres semanas de exploración; pero para ellos mi regreso era algo tolerado en espera que partiera una vez más.
Terguson amontonó escombros para ocultar la entrada y partió al último refugio que encontrara para su grupo. Estaba apenas a tres días de viaje. Una de las exploraciones más cortas que hiciera. Caminó durante horas por el páramo inerte hasta que anocheció. Armó la tienda de varillas de fibra de carbono en apenas cinco minutos y se acurrucó a dormir.
Durmió intranquilo, tal vez por el contenido de la lata de corned beef, tal vez por el sueño de una niña de diez metros que lo perseguía por un bourdel para meterlo en una jaula para aves.
Despertó cubierto en un sudor frío, y lo primero que atinó a hacer fue tomar su grabadora y musitar:
—Pero no quiero ser así... No quiero... Yo no elegí... Fuí... Al principio yo...
Y rompió en llanto. Si solo se los hubiera dicho.


Al cabo de tres días llegó a la cueva donde yacían los restos de su grupo; muertos de inanición al derrumbarse el edificio que él mismo les indicara como un refugio seguro seis meses atrás; momificados y envueltos en pequeños bultos transportables en los que los paseaba de aquí para allá, no sabiendo qué hacer más que seguir como hasta ese mismo día.

1 comentario:

  1. Imágenes robadas vil mente a Romantically Apocaliptic: romanticallyapocalyptic.com

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