—Ten cuidado pescando Jacob.
—Si madre.
—Y no vuelvas tarde que con esta niebla puedes perderte al volver.
El muchacho asentía sin siquiera darse la vuelta.
—Si madre.
Caminaba con el paso seguro del que a recorrido ese camino mil veces, y que lo podría volver a recorrer con los ojos cerrados, que es casi lo que hacia en la espesa niebla. Una boina en su cabeza, un par de pantalones cortos, con dos tirantes compensando la diferencia de talle, una camisa que parecía haber sido blanca alguna vez, y unos zapatos que milagrosamente le quedaban bien, pero no por mucho tiempo, y estaban tan gastados que puede que no llegaran a no quedarle bien. Iba con la caña al hombro, y una bolsa con carnada, una redecilla y los demás utensilios indispensables, como la botella con el vino robado a su padre.
Se alejaba del asentamiento mientras se adentraba en el monte que crecía al borde del arroyo. Aun escuchaba los bebes llorando, los demás niños jugando y los perros ladrándole a todo. Seguía sintiendo el olor del humo que salia de pipas, calderos, chimeneas, cigarros, fogatas, y demas. El humo siempre estaba ahí. Y tal vez era mejor que el olor a humo tapara los olores buenos, como comida, a que se sintieran todos los olores malos, los cuales no voy a listar aquí. Pero no escucharía, ni olería, ni vería por mucho. Uno de los motivos por los que le gustaba ir a pescar era por alejarce del asentamiento. Por eso aun con esa niebla seguía avanzando a paso seguro.
Pero no se allaba. Algo andaba mal. Siempre encontró el camino sin problemas, no es que fuera tan difícil, si seguia derecho se terminaba cruzando con el arroyo. Pero después de unos diez minutos de caminata seguía sin toparselo, y además no reconocía la vegetación que estaba viendo. Los árboles eran retorcidos, enanos, nudosos, con miles de ramas que se entrelazaban como garras que intentaban atrapar el cielo. Y todo estaba cubierto de musgo, un musgo verde-grisáceo, que parecía que iba a reptar en cualquier momento. Y a medida que avanzaba la oscuridad se cerraba mas sobre su cabeza, y las ramas se acercaban más y más, hasta empezar a arañarle las piernas y los brazos. El suelo estaba cubierto de hojas en estado de putrefacción, y bajo este manto un barro blando se escapaba de los pies como gusanos negros.
Cuando una serpiente salio silbando de debajo de sus pies, paro en un grito y se giro y antes de dos pasos estaba en el suelo. Algo se enredo en su pie, y comenzó a patalear desesperadamente. Ya no sabia donde estaba, ni por donde volver, pero no quería estar ahí y se hecho a correr, chocando con telarañas, resbalando en cada hoja, tropezando en cada piedra. Y al girar en un árbol cayó de lleno en el agua. Saco la cabeza tociendo barro. El agua de un negro-verdoso parecía estar más viva que los arboles, y unos vapores inmundos emanaban de lo que aparentemente había sido un cadáver putrefacto. Jacob no podía evitar enredarce en las raíces del nefasto árbol al salir de entre peces muertos y juncales.
Y era en las raíces mismas que lo esperaba sentada. De unos treinta centímetros de altura, de los cuales diez serian cabeza. Sin nada mas que su blanca cabellera hasta las rodillas cubriendo su piel de alabastro. Sus hermosos ojos azules lo miraban curiosos, y sus carnosos labios rojos le sonreían.
—Si madre.
—Y no vuelvas tarde que con esta niebla puedes perderte al volver.
El muchacho asentía sin siquiera darse la vuelta.
—Si madre.
Caminaba con el paso seguro del que a recorrido ese camino mil veces, y que lo podría volver a recorrer con los ojos cerrados, que es casi lo que hacia en la espesa niebla. Una boina en su cabeza, un par de pantalones cortos, con dos tirantes compensando la diferencia de talle, una camisa que parecía haber sido blanca alguna vez, y unos zapatos que milagrosamente le quedaban bien, pero no por mucho tiempo, y estaban tan gastados que puede que no llegaran a no quedarle bien. Iba con la caña al hombro, y una bolsa con carnada, una redecilla y los demás utensilios indispensables, como la botella con el vino robado a su padre.
Se alejaba del asentamiento mientras se adentraba en el monte que crecía al borde del arroyo. Aun escuchaba los bebes llorando, los demás niños jugando y los perros ladrándole a todo. Seguía sintiendo el olor del humo que salia de pipas, calderos, chimeneas, cigarros, fogatas, y demas. El humo siempre estaba ahí. Y tal vez era mejor que el olor a humo tapara los olores buenos, como comida, a que se sintieran todos los olores malos, los cuales no voy a listar aquí. Pero no escucharía, ni olería, ni vería por mucho. Uno de los motivos por los que le gustaba ir a pescar era por alejarce del asentamiento. Por eso aun con esa niebla seguía avanzando a paso seguro.
Pero no se allaba. Algo andaba mal. Siempre encontró el camino sin problemas, no es que fuera tan difícil, si seguia derecho se terminaba cruzando con el arroyo. Pero después de unos diez minutos de caminata seguía sin toparselo, y además no reconocía la vegetación que estaba viendo. Los árboles eran retorcidos, enanos, nudosos, con miles de ramas que se entrelazaban como garras que intentaban atrapar el cielo. Y todo estaba cubierto de musgo, un musgo verde-grisáceo, que parecía que iba a reptar en cualquier momento. Y a medida que avanzaba la oscuridad se cerraba mas sobre su cabeza, y las ramas se acercaban más y más, hasta empezar a arañarle las piernas y los brazos. El suelo estaba cubierto de hojas en estado de putrefacción, y bajo este manto un barro blando se escapaba de los pies como gusanos negros.
Cuando una serpiente salio silbando de debajo de sus pies, paro en un grito y se giro y antes de dos pasos estaba en el suelo. Algo se enredo en su pie, y comenzó a patalear desesperadamente. Ya no sabia donde estaba, ni por donde volver, pero no quería estar ahí y se hecho a correr, chocando con telarañas, resbalando en cada hoja, tropezando en cada piedra. Y al girar en un árbol cayó de lleno en el agua. Saco la cabeza tociendo barro. El agua de un negro-verdoso parecía estar más viva que los arboles, y unos vapores inmundos emanaban de lo que aparentemente había sido un cadáver putrefacto. Jacob no podía evitar enredarce en las raíces del nefasto árbol al salir de entre peces muertos y juncales.
Y era en las raíces mismas que lo esperaba sentada. De unos treinta centímetros de altura, de los cuales diez serian cabeza. Sin nada mas que su blanca cabellera hasta las rodillas cubriendo su piel de alabastro. Sus hermosos ojos azules lo miraban curiosos, y sus carnosos labios rojos le sonreían.
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