Bocadelobo I
El perfil de mi hermosa Eloise se recortaba dentro de su camisón bajo los tenues rayos de luz lunar. Asumiéndola sonámbula y aún febril, me acerqué lentamente a su inmóvil figura. Casi temí despertar a esa imagen fantasmal que me daba la espalda, tan frágil en la oscuridad de ese inmundo bosque. Cuando estaba a solo un paso, casi tocándola con la yema de mis dedos, dudé; tuve miedo de despertarla bruscamente y que muriera en sueños, dejándome abandonado y solo en este mundo cruel, en este bosque maldito.
Fue en este mero segundo de duda que ella volteó y me mostró su rostro libido por la fiebre. El sudor aperlaba su frente, sus labios hinchados como los de un pez, sus ojos blancos como escrutando la oscuridad interior. Y de su garganta un grito desgarrador como una puñalada me perforó el alma y me hizo caer de rodillas. ¡Ese espectro horrible no podía ser mi amada Eloise! Y ahí estaba la prueba, parada frente a mi, con sus brazos como garras extendidos hacia mi. Haciendo acopio de todas mis fuerzas me acerqué a ella y la aferré contra mi pecho. El grito cortó tan de golpe como comenzó, y ella cayó inconsciente en mis brazos.
Aterrado como estaba, no recuerdo el trayecto de regreso a la cabaña. Recuerdo despertar a la mañana siguiente, aún abrazado a ella. No teniendo más remedio fui a buscar a la matrona de nuevo, la cual se negaba de lleno de ir hasta la cabaña siquiera. Ni la suma más generosa que podía costearme logró persuadirla, y no me quedó alternativa que hablar con el viejo decrépito y sordo que nos alquilaba el cuarto. La pobre momia no podía casi cuidarse a si mismo, pero yo no podía esperar cuatro o cinco días a que viniera la diligencia. Si iba a caballo tal vez mañana mismo pudiera tener a un doctor ahí, o por lo menos conseguir un coche en el que poder llevar a mi Eloise al hospital. ¡Sentía que moriría si no hacía algo! La impotencia de que ella estuviera postrada y que yo fuera totalmente inútil contra ese mal.
Pero yo no tenía caballo, y a pié hubiera llegado junto con la diligencia. Así que pasé el resto del día desperdiciando el precioso tiempo de mi Eloise, que en paz descanse, en lograr que uno de los abigarrados residentes del maldito lugar cedieran ante mis desesperadas suplicas y fueran tan misericordiosos de prestarme un equino para ir en busca de ayuda. Mis ruegos fueron en vano pues la noche se cernía sobre mis esperanzas, como un mar negro que se engullía el bosque a mi alrededor, y ni una mula maltrecha pude rescatar de esos rastreros montañeses. Agobiado por mi fracaso volví a la cabaña destartalada en medio del bosque, buscando fuerzas en la imagen de mi amada.
En mi frenética carrera no noté el resplandor rojizo que se filtraba entre los árboles, como sangre que se derramaba entre los barrotes de una celda. Pero el pavor inundó mi cuerpo al darme cuenta que la cabaña estaba en llamas. Corrí frenéticamente, gritando como enloquecido, sin saber que hacer ya a este punto.
Pero estoy seguro que atisbé entre la espesura la imágen de mi adorada Eloise. Se alejaba desnuda seguída de un sequito de ojos amarillos que la rodeaban como un enjambre del infierno. Caí desmayado al instante.
Hoy espero en esta celda inmunda que mis captores recapaciten o me entreguen al nudo corredizo que terminará con mi tormento. Pero prefiero que entren en razón y quemen este bosque maldito hasta el último árbol. Espero también que alguien llegue a leer estas lineas y entienda que soy inocente, que no provoqué el incendio y que mi querída Eloise es inocente también. Aún albergo la esperanza que dios la tenga en su ceno, pues la alternativa no me dejaría descansar ni tras la paz de la horca.
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