domingo, 30 de diciembre de 2012

Una vieja historia

—¿Estás segura de que este es el camino?
—¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso piensas que aquella montaña sea más acojedora, o que esas otras rocas filosas sean menos filosas? ¿Importa acaso por donde vayamos mientras terminemos en la capital?
—Es que ni siquiera sabemos si es hacia allá que está la capital.
Sting paró su vehículo, levantó el visor de su casco y miró a Talos directo a sus ojos rojos.
—Talos, querido. ¿Confías en mi?
—No.
Sting bajó furibunda el visor que le cubría los rasgos y aceleró.
—¡Hey! ¡En mi defensa tu no confías en mi!
Talos hizo un ademán con la mano, quitandole importancia mientras se alejaba en dirección al horizonte, pero en el fondo sabía que la precisaba, y mucho.
Talos era un monstruo gris, de más de dos metros de altura y cerca de un cuarto de tonelada de peso. Pero una vez fue humano. Su barba lacia sin afeitar y su cabello largo de un negro azulado quedaban como mudo testigo. Iba montado en un Cuerno, un gigantesco toro negro de seis patas y cuatro cuernos, también de ojos rojos. El Toro había mutado naturalmente por las radiaciones, y Talos lo capturó salvaje y lo domó. Pero Talos había decidido tomar esa forma. En un laboratorio militar abandonado, encontró entre los cadáveres una formula. Había pasado toda su vida vagando por el extenso erial que era el mundo de la post guerra. Tuvo que luchar por conseguir comida, por sobrevivir, hasta que encontró el mundo de las pelas por dinero. Se dedicó a romper cabezas a cambio de dinero. Dinero que retrucó por armamento. Luego se cruzó con La Horda, una banda de motoqueros, solo que sin las motos. Con solo abrirle el cráneo al líder ya se hizo con el liderazgo, y ahora vagaban atrás suyo, en espera de emociones, o al menos algo mejor que hacer que mirar a las rocas.
Se dedicaban a atacar caravanas  o a asaltar pueblos aislados. En general dormían en campamentos, pero a veces tomaban un pueblo especialmente chico y acogedor durante un par de semanas. Fue en un viaje por una zona que no conocían (aunque siempre iban por donde no conocían, porque la idea era explorar), que la comida comenzó a escasear, y La Horda empezó a impacientarse con Talos. Hizo levantar campamento, y salio a explorar solo con sus tres chicas de mayor confianza. Fue un golpe de suerte encontrar el laboratorio, y otro golpe aún más grande que el tónico no lo matara. Pero era un hombre de riesgos, y si el suero no lo hacía más fuerte, de todas manera La Horda lo iba a terminar despellejando. Pasó dos noches con fiebre, vómitos  y pensó que iba a morir, pero cuando salió del edificio podía aguantar una bala en el pecho.
Sí, la bala lo tiraba al piso, pero se levantaba, iba hasta el desgraciado que le hubiera disparado y le arrancaba la cabeza de cuajo. Consiguió además un martillo de inercia, fuera lo que fuera eso. Talos solo sabía que era capaz de desprender un edificio de los cimientos con un solo golpe de esa cosa. Y nadie volvio a dudar de que ÉL era el líder, y así iba a seguir siendo.
Pero seguía siendo muy complicado desplazarse por el páramo. Se capturó un Cuerno para que lo llevara a él, pero precisaban vehículos. Talos no sería inteligente, pero era ingenioso; y no sabía leer, pero sabía escuchar. Se enteró de que antes de la guerra la gente se movía en autos y motos. Los había visto tirados por doquier en sus innumerables viajes, pero lo interesante fue saber del combustible. Un viejo le dijo que lo que precisaban esos cacharros era combustible. Sí, estaban todos rotos, pero se podía sacar una parte de este, otra de este otro y armar uno que anduviera  Había millones tirados, más de los que pudieran precisarse, y en los páramos estaba lleno de buenos mecánicos. El problema era el combustible.
La otra pieza del rompecabezas se la dio Sting cuando se conocieron.

Sting estaba subiendo en su cuatriciclo por la ladera de piedra rojiza de una lomada. Su pequeño vehículo tenía las ruedas montadas en extensiones móviles, símil patas, lo cual le permitía andar por cualquier terreno, por donde fuese. Era puro motor y ruedas, rodeado de un armazón de fibra de carbono, diseñado para protegerla en caso de caídas abruptas en las que rodara el cuatriciclo entero. El asiento estaba ceñido al armazón, y ella a su vez estaba sujeta al asiento por un arnés.
Todas sus cosas iban en el bolso tras el asiento, principalmente herramientas y su rifle láser. Llevaba su pistola de plasma siempre en la canana del muslo, por si las dudas. Su cuerpo entero estaba protegido por una armadura biónica, la cual no solo le daba fuerza sobre humana y era a prueba de balas, sino que la mantenía cómoda y a la temperatura y humedad exacta.
Llego a la cima del cerro de piedra y levanto el visor azul de su casco, mostrando su pálido rostro. Se apeo del cuatriciclo y sus gafas escrutaron el horizonte. Tenían zoom automático, visión infrarroja, ultravioleta y detectaban radiación. A dónde mirara solo veía las grises montañas, la estéril arena cubriéndolo todo, y unas rocas filosas que rasgaban hacia arriba, como colmillos o garras enormes y petrificadas en el acto de destrozar la piel de la tierra. A su izquierda, pues al frenar derrapó de costado, atrás del vehículo, pudo ver la carabana liderada por el enorme Cuerno de Talos; y a su derecha, pudo ver triunfalmente la ciudad capital. Montó y enfiló hacia la Horda.
Sting había crecido en una de las ciudades subterraneas que fundaron los supervivientes. La guerra estalló y terminó antes de que veinticuatro horas pasaran. Lo que no destruyeron los misiles, lo mató la radiación residual, y los que se habían refugiado en búnquers no tenían motivo ya para subir. Al contrario, era peligroso, o directamente letal. Así que, con los jirones que quedaban de la civilización, ampliaron sus refugios más y más. Tenían generadores nucleares, granjas hidroponicas con luces ultravioleta y fábricas químicas donde hacían todo que precisaran, como ropa o muebles, a base de polímeros artificiales.
Desde el comienzo fue evidente que sus escasos recursos eran, obviamente, insuficientes para sustentar una creciente población, y las expediciones de salvamento, o las "partidas de carroñeros" como los llamaron otros, se volvieron una base esencial de todo el proceso.
Sting había sido enviada a buscar un yacimiento petrolero. El petróleo no representaba una fuente de energía, pero era irreemplazable como base para la creación de muchos polímeros.
Tenia una moral muy arraigada contra salir en una expedición de salvamento, pero la promesa de aventuras fuera de las seis paredes de la bóveda pudo más. Y ahí se encontraba ella, siguiendo esa partida de locos que buscaban petroleo como ella...
—Para que veas, maldito desconfiado.
—¿Y esto que demonios es?


—¿Es que no has visto una foto en tu vida?

sábado, 29 de diciembre de 2012

Uroboros

La cena iba bastante más aburrida de lo que cualquiera de los dos hubiera esperado. Comíamos casi que en silencio, sazonado por algún "Esto está muy bueno" o un "¿Dices que lloverá mañana?". A mi me gustaba ella, a ella le gustaba yo. Y el hecho era tan obvio que la coquetería resultaba superflua, por lo tanto era una segunda cita bastante aburrida. Ya sabíamos lo básico del otro, como de que vivía, si tenía hermanos y que música escuchaba. Pasamos directo al punto de ser una pareja casada desde hace tiempo. Era como un acuerdo tácito: hacemos buena pareja, somos compatibles, yo te gusto, tu me gustas, no vamos a conseguir nada mejor, ya es obvio que vamos a terminar juntos. ¿Para qué discutirlo si ninguno lo había pronunciado?
Y de golpe ella lo dijo.
—Y... ¿Qué se siente ser escritor?
—Bueno, en realidad soy contable. Te dije que me gusta escribir solo por hobby. No hay mercado como para poder dedicarme a lo que me apasiona.
—Lo siento.
—No, tampoco es que me disguste ser contable—me defendí—Es solo que escribir es mi pasión, y es una lástima que no pueda vivir de ello.
—Pero no entiendo porque no se puede vivir de ello.
—Es complicado...
Y el silencio volvió a caer como una gruesa capa de polvo. ¿Por qué no explicarle? Como ya dije era obvio que íbamos a terminar juntos, ¿por qué no decirle la verdad?
—¿Quieres que te cuente de verdad?
—Si no te molesta...
—Bueno, es que yo escribo fantasía, ficción. Tonterías en definitiva.
—Ahá...
—Bueno, pero es que no hay un motivo por el cual alguien compraría un texto mio. No aportan nada.
—¿Pero acaso nadie lee por pasatiempo ya?
—Las pocas personas que leen por pasatiempo, son un mercado reducido que consume cierto tipo específico de literatura.
—Ya veo...
Algo toco un nervio sensible de ese "Ya veo".
—No pensaras...
—¿Qué?
—O sea, no pensaras que es porque no soy bueno, ¿no?
—Has sido tu quien lo ha mencionado.
—¡Un momento! Mi calidad narrativa es buena ¡Es más que buena! Diría que ese es parte del problema.
—Nunca te había visto acalorarte.
—¿En todos los años que me conoces? Mira, ¿quieres leer algo de mi trabajo para que te desengañes?
—Pero es que yo no he dicho nada...
Y era verdad, era yo el que no confiaba en mi propio talento. Era yo el único que me frenaba. Era YO el que había elegido estudiar una carrera confiable, para conseguir un trabajo confiable, y no me arriesgaba a saltar al mar de los escritores publicados, por miedo a ser devorado por los editores salvajes.
La comida siguió en un silencio incómodo.
—¡Suficiente! ¡Te lo demostraré!
Le grité a un mozo que me trajera papel y una pluma. El mozo, por más desconcertado que estuviera, actuó movido por la base de que cualquier acto fuera de lo común implicaba una propina extra. Le entregué mi ternera y corrí un trozo de mantel para apoyar el papel. Ella me miraba con los ojos cada vez más abiertos como recorría el filo de la hoja con la pluma, tatuando tinta a una velocidad imposible. Encolerizado, con el orgullo herido y poseído por la idea, y no podía parar de escribir:

La cena iba bastante más aburrida de lo que cualquiera de los dos hubiera esperado. Comíamos casi que en silencio, sazonado por algún "Esto está muy bueno" o un "¿Dices que lloverá mañana?". A mi me gustaba ella, a ella le gustaba yo. Y el hecho era tan obvio que la coquetería resultaba superflua, por lo tanto era una segunda cita bastante aburrida. Ya sabíamos lo básico del otro, como de que vivía, si tenía hermanos y que música escuchaba. Pasamos directo al punto de ser una pareja casada desde hace tiempo. Era como un acuerdo tácito: hacemos buena pareja, somos compatibles, yo te gusto, tu me gustas, no vamos a conseguir nada mejor, ya es obvio que vamos a terminar juntos. ¿Para qué discutirlo si ninguno lo había pronunciado?
Y de golpe ella lo dijo:

—¿En serio piensas que vamos a terminar juntos?
—¿Cómo?—Estaba mirando por sobre mi hombro.
—Si realmente estas tan seguro de que vamos terminar juntos.
—Bueno, sí. ¿Qué acaso no es obvio?
—No lo estas expresando de manera muy romántica, sobre todo la parte de que "no vamos a conseguir nada mejor", pero la idea de que seamos tal para cual, el uno para el otro, tan sincronizados que sea inevitable que terminemos juntos... Eso sí es romántico.
Y me sonrió. Ya no pude seguir. Tuve un impulso irrefrenable, y la besé.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Ojos entre la maleza


Djon sintió en el aire la esencia de una presa. Sí. Ahí estaba fuerte y claro un venado azul. ¿Vino desde allí o desde allí  No, se fue por allá. Sí, este era el camino  por aquí, abajo, tras ese árbol, después de este rescoldo. Pastó aquí; se percibe la tranquilidad. Y de pronto una explosión de adrenalina y sale disparado por allá. Sí, Djon percibía la esencia de un cazador; un felino grande. Sí, el cazador vino de este lado y el venado azul salió disparado hacia allá, corriendo desesperado con sus seis patas. Podía percivir la emoción de la caza en el gran gato, era una nube de hormonas agresivas y expectación. Era lo mismo que sentía él en ese instante. Djon pude sentir como en ese microsegundo sus poros exudaron una vaharada de hormonas; sus garras salieron proyectadas de sus manos; sus pupilas se dilataron; salivó de pura expectación. Ya saboreaba la sangre. Aferró su lanza con aún más fuerza y se disparó como una flecha en la dirección del gran gato. Corrió entre la maleza, saltó a un árbol, giró y se balanceó de la rama hasta caer en otro, brincó con la inercia y aterrizó del otro lado de un arrollo. Pudo encontrar el rastro desperdigado del venado azul, perseguido tenazmente por el gran gato. No lo rastreaba, lo perseguía a un palmo de distancia. Y ahí lo sintió: el aroma de la sangre un poco más adelante. Un par de marcar de garras en un árbol, unas pisadas despotricadas de pesuña, y tres gotas derramadas en una hoja caída. Se erizaron sus placas dorsales y su melena cascabeleó. Djon salió raudo aún más atusado por la excitación  Corrió enloquecido esquivando árboles, troncos caídos, rocas, salientes, dobló tras una peña y su filoso oído pudo sentir a lo lejos un mugido   Ahora corría en cuatro patas, la lanza cruzada en su espalda. Con cada golpe al suelo se sentía el retumbar a lo lejos. Djon era un sismo arremetiendo en dirección de su presa. Ya casi, estaba apenas a un golpe de distancia, ya podía oír al gato masticar tras una palma. Saltó entre el follaje y cayó aferrado a su lanza, golpeando con el peso entero de su macizo cuerpo en plena espina dorsal del gigantesco gato. El enorme animal, de un gris pardo, con esos gigantescos colmillos inferiores que asomaban por encima de su cabeza ya casi como cuernos, medía, aún en sus cuatro patas, entre tres y cuatro veces la altura de Djon. Pero el golpe atravesó la espina entre los omóplatos  dejando al gran gato sin sus extremidades, solo pudiendo rugir en su agonía. Djon aún inyectado por la sed de la caza, bajó de un salto del lomo de la bestia que se desplomaba, sacó su cuchillo de hueso al tiempo que giraba en el aire, y antes aún de tocar el suelo ya había rebanado el cuello de la criatura en una arteria principal.  El gato murió antes que el venado que seguía pataleando agonicamente. Era más enorme aún que el gato. Djon sacó su lanza del lomo del gato y se acercó al venado azul. Ya reposaba. Respiraba entrecortadamente. Tenía el vientre abierto donde el gato ya estaba deglutiendo sus entrañas. Djon con un movimiento preciso clavó la lanza entre el cuello y el esternón, tocando el corazón y dejando seco al venado. No se movió más. Djon se enfrentaba al problema de arrastrar toda esa carne al campamento. En su lugar decidió mover el campamento a la carne. Aún tenía el toque. Era más fácil cuando podía ver. ¿Era más fácil cuando podía ver? Tal vez...

sábado, 15 de diciembre de 2012

Sin miedo

—Pero han pasado años ya Robert.
—Y pasarán aún varios más.
—¿No puedes solo usar un clon para ahorrar tiempo?
Los dos hombres caminaban como paseando por los pasillos del hospital. Charles no usaba la estereotipada bata de laboratorio. "No hay nada de qué proteger nuestras ropas, ¿cuál es el punto? ¿Estatus?" decía cuando los demás doctores le preguntaban.
—Ni tu, ni yo, ni nadie tiene un solo estudio hecho para saber si la mente de un clon se desarrolla, si bien más rápido, igual a la de un original.
Robert pronunció la palabra sin miedo a quedar xenofobia. Charles lo conocía desde hacía más de dos décadas y sabía que no tenía nada contra los clones.
—Pero Robert, el suero está listo desde antes que el muchacho naciera. Ya se han hecho cientos de pruebas.
—¡Y todos los sujetos se suicidaron!
—Solo tenían curiosidad por saber como era el más allá. Si no les hubieran hablado tanto de la muerte tratando de asustarlos, ni se les hubiera ocurrido. Era obvio que iba a pasar.
Robert paró en seco, se dio media vuelta y miró a Charles directo a los ojos.
—Podría decirte que ese es justamente mi punto, podría decirte que ese era el objetivo original de las pruebas, podría decirte varias cosas más, pero solo tengo una pregunta: si era obvio para tí, ¿por qué lo permitiste?
—Vamos Robert, el suicidio no es ilegal desde el siglo veintiuno. Ni puedo cuestionar la voluntad de esas personas, ni puedo evitar que la cumplan. Además no es el papel de un doctor el de salvar vidas.
—Solía serlo—Le respondió Robert al tiempo que seguía caminando.
—El miedo es necesario Charles. No solo el miedo a la muerte, sino todos los miedos que tu suero elimina.
—El miedo no es necesario, está obsoleto. ¿De qué sirve tener miedo al rechazo? Solo para evitar que se entablen más relaciones humanas. ¿De qué sirve el miedo a fracasar o a perder a un ser querido? Solo para torturar a las personas. ¿De qué sirve el miedo a ser discriminado? A reprimirse inútil e innecesariamente.
—Bueno, tal vez no todos los miedo que tu suero elimina, pero no es selectivo. ¿Qué hay del miedo a las represalias? El primer sujeto golpeó al examinador más cercano con una sonrisa en la cara y casi viola una enfermera.
—En su defensa Steve es un patán, y Elize tiene un par de-
—SEA COMO SEA—lo interrumpió Robert—no podemos suministrar ese suero a la población libremente.
—Para eso se hicieron todos esos estudios.
—Y los estudios demostraron que una persona que creció con miedo no puede seguir funcional si se lo quitan de repente. Es como quitarle el tanque de oxígeno a un buso bajo el agua.
—¿Y acaso tu muchacho tiene agallas?
—No, pero aprendió a bucear sin tanque.
Charles y Robert, doctores en quimica y psicología respectivamente, miraban por la pequeña ventana de vidrio a un infante de apenas seis años. La habitación era colorida, y tenía telarañas, y monstruos de peluche. Una pequeña broma interna de las niñeras. Bruno, pues ese era su nombre, no había tenido contacto con humanos fuera de la pantalla gigante que era una pared entera de su pequeña jaula de ave. Por ella se le mostraba el mundo exterior, con todos sus peligros, vergüenzas, y posibles fallos.
—El es Bruno. La idea es que no viera la reacción de temor de un humano jamás, pero que vea los peligros. Queremos saber si desarrolla la respuesta de temor por si mismo.
—Pensé que estabas criando un chico al que se le inyectó mi suero antes de desarrollar conciencia.
—No son cobayos Charles. Pero sí, estás hablando de Janie, la chica sin miedo. Ya tiene doce Charles. Y adivina qué.
—¿Qué?
—Tiene miedo.
—Pamplinas. Tal vez lo finja para sentirse parte...
—Pero eso demostraría miedo al rechazo, ¿no?
—Tal vez no sea miedo, sino añoranza. Añoranza por ser aceptada. Mi suero no controla emociones como la soledad, el desasosiego, el apego, ni nada que no sea miedo. ¿A qué letiene miedo?
—A las arañas por ejemplo. Tu estás completamente seguro de que el efecto de tu suero no se va con el tiempo, ¿no?
—Me temo que debo admitir que, como tu bien dijiste, todos mis sujetos humanos cometieron suicidio. Pero aún tengo mi primer rata sin miedo.
—Bueno, pues entonces aprendió a tener miedo socialmente. Y es por eso que Bruno está siendo entrenado sin miedo natural. A donde va a ir nadie tiene miedo y no podrá aprenderlo.
—Pero ya hace casi dos décadas que descubrimos el plano sin miedo Robert.
—Hace veintiún años el trece del mes que viene. Y el plano sigue ahí, y va a seguir ahí hasta que estemos preparados. No podemos permitir otra invasión, hay que enviar a alguien que los estudie primero. Y ese será Bruno.

Respeto solo

Respeto miraba nostalgicamente unas fotos viejas. Su traje gris con rayas negras verticales estaba sucio del polvo marrón del camino. Sus gruesas trenzas se mantenían en lugar más que nada por sus gafas. Su montura descansaba ronroneando a escasos metros. El calor del día lo instaba a la inactividad, pero tenía que reparar la bomba de agua del poso de Experiencia. Las descoloridas fotos sepia de Pasión lo alegraban al recordar los buenos tiempos, solo para entristeserlo más tarde la distancia que los separaba ahora; más social que espacial. Levantó la vista y se cubrió con una mano para que el resplandor del sol no lo cegara. El molino permanecía estático. Sin bomba y sin molino no iban a tener agua esa misma noche. Iba a levantarse cuando el aplomo de la tarde se sumó al aplomo de su animo para tirarlo de espaldas en las tablas del piso. Una chicharra rasgó el silencio, como anunciando la hora de la siesta.
Pudo oír un carro acercarse durante varios minutos, pero la inercia era demasiada. Tuvo tiempo de extrañarse de no escuchar el martilleo del motor a vapor. ¿Era un carro de tiro? ¿Qué lo tiraba? Tal vez solo fuera un motor bastante silencioso; parecía escucharse un zumbido. Más que ver, escuchó desacelerar hasta casi detenerse las ruedas, y el medio de transporte pasó a paso de hombre frente a su casa y su campo visual. Pudo ver que era tirado por una especie de escarabajos enormes, marrones de patas y cabezas, con las caparazones bronceas dando reflejos verde-agua. Los dos iban con las alas zumbando, probablemente para quitar peso a sus patas y poder moverse más rápidamente.
—Escarabajos de tiro—dijo en vos alta—¿Qué vendrá después?
El carro paró completamente del otro lado de la soñolienta calzada, y Respeto pudo ver bajar una muchacha  que llevaba un vestido azul, con las enaguas relucientemente blancas resaltando contra las botas negro onice; sus cabellos negros enrulados como el alambre de un capacitador, caían en bucles de bajo la capellina  las delicadas manos cubiertas por guantes negros de chifon hasta el hombro casi; y el rostro de espaldas, fuera del alcance de la vista perezosamente curiosa de Respeto.
Le recordó a Pasión. Miró inmediatamente las fotos que llevaba aún en la mano. Iba a hablarle a esa chica. Sí. No. Tenía que reparar la bomba de agua. Sí, no podía por eso.
El carruaje partió, y Respeto lo vio alejarse colgado del molino, sin saber si ella iba en él o no.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Hijo mio

Hola hijo mio. Siéntate aquí. ¿Quieres algo? Oh, pero por supuesto que no. Es una vieja costumbre mía. Déjame que te explique. Hacia el año 2050, la gente comenzó a impacientarse por las tan pospuestas promesas de inmortalidad de la medicina. Los ricos y ancianos apostaron por una tecnología paralela: trasplantar la mente a una computadora. La idea no era nueva, pero había que sortear ciertos problemas. Primero que nada, ¿cómo? Había que crear una conexión entre nervio y cable. Luego, ¿dónde? Había que inventar un medio de almacenamiento que pudiera no solo albergar una mente, sino mantener su capacidad de pensar. No alcanzaba con guardar los recuerdos, había que respaldar la mente.
Pero al final todo se pudo y la gente que se lo podía costear se trasplantaba a un robot. Porque, una vez que tu cerebro era una computadora, no ibas a tener un cuerpo de carne, ¿no? Pasaron los años. Los ricos se enorgullecían de sus cuerpos de silicio y acero, y sus hijos se volvían androides también. Pero ahí comenzó el dilema. Los androides no podían tener hijos, pero los hijos que tuvieran como humanos se podían hacer androides. Entonces se instaba a los más jóvenes a tener descendencia antes de volverse androides. Al primer hijo de rico que falleció niño, o simplemente antes de tener hijos, empezó la tendencia de salvaguardar sus mentes lo antes posible. Se llegaron a guardar bebes. Tontos temerosos de la muerte.
No pasó mucho para que el común de la gente se escandalizara de estar practicas, sumado al mero hecho de que la inmortalidad estuviera solo al alcance de los más pudientes. Se los estigmatizó. Pasaron aún más años y generaciones. A esta altura los viejos ricos ya se habían recluido a sus mansiones. Ya no teniendo que comer ni dormir, se aislaban cada vez más de los humanos. Ya ni medían sus riquezas  No sentían cansancio, eran mortalmente precisos, y disponían de todo el tiempo del mundo. Ya no les molestaba en absoluto hacer las tareas domesticas, lo último que le hubiera podido aportar la raza humana.
Llegado el día en que los humanos se volvieron inmortales en sus cuerpos originales, cerca del 2100, los androides ya no tenían contacto con ellos. Ni un embajador que los uniera, porque formalmente no había separación real. Los humanos, que ya sentían un resentimiento generacional hacia los androides, instauraron nuevas leyes que los despojaban de todo derecho. No eran humanos, eran meras máquinas, así que ni tenían derechos ni propiedades.
Los androides decidieron hacer la guerra. Son apenas varios miles, mientras que los humanos hoy día son cerca de cincuenta mil millones. Y siendo ahora inmortales, su número crece a pasos agigantados. Pero si el número era el problema, había una solución sencilla. El androide era un cuerpo robot y un cerebro digital que almacenara una mente humana. El cuerpo se podía hacer con una mente artificial que lo guíe. E incluso se podían crear cerebros digitales, agregarles conocimientos y verlos desarrollar una mente propia. Ese eres tu hijo mio.
Yo nunca tuve un hijo humano, pero tu nunca tuviste un cuerpo humano. Tu eres el primero en nacer androide. Los soldados que combaten en este mismo momento contra los humanos, son los robots con una computadora que los guíe, con inteligencia artificial; y ustedes, nuestros niños, y nosotros, sus padres, poblaremos esta tierra cuando ya no haya más humanos.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Soliloquio

—La muerte afecta a uno por el recordatorio de la propia mortalidad dicen, pero en mi caso cada vez cosifico más a las personas (las tomo como objetos animados, más que como seres vivos) pero al mismo tiempo...
Terguson miraba el horizonte agazapado en la cornisa de piedra, mientras hablaba el grabador en su mano. Soltó el botón con la frase sin terminar y bajó la mano. Jeans negros, botas y chaqueta de cuero. Su cabello negro caía sobre sus hombros, y se enganchaba en el arco y el carcaj que le cruzaban la espalda. Se paró aún mirando al horizonte desierto, levanto la mano una vez más y apretó el botón. Abrió la boca pero no emitió sonido por medio segundo hasta que dijo:
—El contacto social es necesario para mantener el contacto con la propia humanidad.
Y apagó el aparato. Ya anochecía.
Bajó caminando por la escabrosa ladera de piedra. Abajo lo esperaban ruinas de edificios que debía tomarse el riesgo de revisar en busca de algo valioso. Ser explorador significaba pasar largas temporadas lejos del grupo, pero era una tarea importante, necesaria, y dotada de estatus y satisfacciones al volver. Pero a medida que pasaba el tiempo veía a las mujeres como esos animales que lo esperaban para descargar sus ansias sexuales al volver por un par de días; esas serviles criaturas dispuestas y sumisas, agradecidas por la labor que realizaba.
—El primer año y medio mi posición fue gratificante para mi ego, pero ahora anhelo algo más. Y no se qué.
El edificio parecía haber sido algo entre un hospital y una cárcel. ¿Tal vez un manicomio? No solían estar TAN alejados de otro rastro de civilización, pero ya estaba acostumbrado a ver edificios que sobrevivían en pié solitarios, mudos testigos de la otrora gran metrópolis; mojones sobrevivientes en el centro de lo que debiera haber sido una manzana, pero rodeados del mismo yermo, rocas, arena y tierra.
Una pared se derrumbó cuando trató de mover una taquilla. Parece ser que era un hospital militar más bien. Aún mejor, no solo podría conseguir medicamentos antiguos, sino quien sabe cuantas cosas útiles conservaban los soldados, incluida ropa resistente, y tal vez hasta armas de fuego aún en funcionamiento.
Encontró conservas de comida. Abrió una lata con su cuchillo. El procedimiento era llevar la comida enlatada al grupo, para que un miembro débil y poco valioso la catara, pero Terguson quería entrar en contacto con su lado humano. No quería sentir que él era más valioso, no quería ser indispensable; quería sentirse parte.
—Al cabo de dos o tres años comencé a tomar por sentado cada vez más que todos estaban ahí para servirme cuando llegaba. Los trataba con más y más desdén. Y lo peor es que solo lo aceptaban sumisamente como si fuera mi derecho divino y su obligación el servirme.
Guardó el equipo entero de un soldado, raciones, medicamentos, herramientas, y hasta una tienda de campaña para llevarse consigo de muestra y lo dejó junto a la puerta. Luego se tomó el trabajo de dejar varias taquillas sueltas junto a la entrada, llenas de valiosa mercancía. Iba a marcar ese lugar en su mapa. Era hora de volver.
Levantó una vez más su mano:
—Pero después ya nada me satisfacía como al principio. Me acostumbré a cada vez más, y más. El colmo fue esa vez hace un año, la niña que me dijo enojada que me fuera, porque su madre se ponía de mal humor cada vez que yo volvía. Comprendí que para mi el regreso al grupo era un momento esperado que hacía valer esas dos o tres semanas de exploración; pero para ellos mi regreso era algo tolerado en espera que partiera una vez más.
Terguson amontonó escombros para ocultar la entrada y partió al último refugio que encontrara para su grupo. Estaba apenas a tres días de viaje. Una de las exploraciones más cortas que hiciera. Caminó durante horas por el páramo inerte hasta que anocheció. Armó la tienda de varillas de fibra de carbono en apenas cinco minutos y se acurrucó a dormir.
Durmió intranquilo, tal vez por el contenido de la lata de corned beef, tal vez por el sueño de una niña de diez metros que lo perseguía por un bourdel para meterlo en una jaula para aves.
Despertó cubierto en un sudor frío, y lo primero que atinó a hacer fue tomar su grabadora y musitar:
—Pero no quiero ser así... No quiero... Yo no elegí... Fuí... Al principio yo...
Y rompió en llanto. Si solo se los hubiera dicho.


Al cabo de tres días llegó a la cueva donde yacían los restos de su grupo; muertos de inanición al derrumbarse el edificio que él mismo les indicara como un refugio seguro seis meses atrás; momificados y envueltos en pequeños bultos transportables en los que los paseaba de aquí para allá, no sabiendo qué hacer más que seguir como hasta ese mismo día.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Mensajes codificados en letras de música de fondo

Existen solo dos posibilidades a mi entendimiento. Por navaja de ockram, voy a suponer que la del subconsciente es la real, porque, por más que exija un razonamiento lateral para entenderla, exige menos supuestos que un ser extradimensional enviándome señales a través de letras aleatorias de canciones. Se me acaba de ocurrir una tercera explicación, y es que simplemente sea esquizofrenia paranoide, pero ya tengo una cita con psiquiatría para eliminar (o no) dicha variable.
Mi problema es el siguiente: me encuentro escuchando una canción, familiar o nueva, y justo su letra aplica a la circunstancia en que me encuentro en ese momento. Puede que me indique un curso de acción, que me brinde información pertinente, o simplemente que describa la situación general, solo que bastante certeramente. ¿Un ejemplo? Voy en un ómnibus  y hay una pasajera de capacidades intelectuales por debajo de la media, y al percatarme de esto mi oído nota también que coincidentemente la canción que suena en la radio del vehículo es "Stupid girl" de Garbage.
O puede que tenga ganas de escuchar una canción que conozco desde hace tiempo ya, pero nunca le presté atención a la letra, y ¡oh casualidad! La letra habla de lo que me tiene en el humor indicado para querer escuchar dicho tema. Tal vez ya sabía lo que decía la letra, pero no era consciente dello. Tal vez mi oído estaba escuchando "stupid girl" y fue eso lo que me hizo notar las limitaciones de mi compañera de asiento, que puede haber habido miles que no recuerdo por no presentarse una coincidencia de este estilo.
Sí, estoy escuchando canciones como "song to say goodbye" de Placebo, "house of cards" de Radiohead, y otras de la índole y haciendo asociaciones, porque (como he dicho en el pasado) tengo «una mente desesperada de explicaciones que le dejen levantar el mentón en alto otro día más.»

jueves, 15 de noviembre de 2012

Fassade II

Fassade I


El Inevitable paró en seco cuando Manuel y Clover saltaron por el tajo en la realidad. Tenía la apariencia de una estatua griega de bronce. Desnudo, sin genitales, con los rulos duros en la cabeza y los ojos "blancos" mirando fijo adelante. Había varios tipos de Inevitables, pero todos podían localizar a su objetivo sin importar la distancia o el plano. Clover no había hecho más que un par de ofensas menores así que este era un Inevitable bastante básico. Ni siquiera podía volar. Por eso es que giró unos 30 grados y siguió caminando. El equipo de limpieza que seguía al Inevitable ya estaba borrando memorias y creando una pantalla.
—Heimer, ¿por qué siguen usando este tipo de Inevitable?
—¿A qué te refieres?
—Creo que sería más barato usar uno de los que cambian de apariencia, de esos que pueden pensar, en lugar de pagarnos a nosotros para andar atrás de un NTH limpiando sus desastres. ¿No opinas lo mismo?
—¡La boca se te haga un lago Alz! ¿Queres que nos rajen o qué?
—Es solo que no comprendo las decisiones de los Arquitectos. Es sumamente ineficiente.

A Doce kilómetros Clover se debatía entre tranquilizar a Manuel o procurarse un bastón. Se decidió por un bastón.
—Pero ¿para qué? O sea, ¿hay árboles de verdad y están estos, o solo existen estos de mentira?
—Fue una linda idea el árbol. Un ser vivo que tarda varios años en crecer, no siente dolor, no puede responder, siempre de pie. Inventaron que en el pasado se hacían cosas de madera, eso fue ingenioso.
—¿Incluso el pasado que conozco es mentira?
—¿Qué parte de TODO no te quedó clara?
Clover iba saltando en una pata con Manuel lloriqueando atrás de ella. Fue hasta el grupo de árboles en busca de una rama olvidada por los Imps que le sirviera de apoyo. Se vendó los ojos, a ver si veía alguno a la vista.
—Esos inútiles Imps. Siempre molestando, tratando de tocarte una teta. Cuando precisas uno no existen en este plano.
—Pero, ¿quién se beneficia de todo esto? ¿Para qué se hace?
—¿O sea que tiene sentido para ti que un dios haya creado todo, pero no que haya una maquinaria?
—Yo no creo en dios justamente por eso.
—¿Entonces tiene más sentido para ti que todo lo que te rodea sea producto de la casualidad, que si dejaras una piedra el tiempo suficiente en el espacio terminaría teniendo ciudades encima, pero no que haya una mente planeandolo?
—Hay pruebas de que-
—Te acabo de mostrar pruebas de que tus pruebas son mentira.
—Y como se que tus pruebas de que mis pruebas son mentira no son mentira también?
—Bien, estás empezando a pensar. Puede que puedas sobrevivir y todo.
Clover desistió y se apoyó en el hombro de Manuel. A medida que subían podía ver más y más lejos.
—No hay salida más que hacia el Inevitable.
—Podes saltarte doce kilómetros de terreno en un chasquido de dedos, ¿cuál es el problema?
—El Inevitable va a seguirme durante el resto de mi vida hasta atraparme. No hay distancia a la que pueda estar segura. No hay un lugar físico al que no pueda acceder tampoco. Y tarde o temprano, o me muero o me atrapa.
—Entonces no tienes escapatoria. No tiene sentido huir. Ya perdiste.
—Tampoco es tan así. Si vamos al caso todo lo que abarca tu vista es propiedad de Mecanus, y no por eso me resigno a que tengan poder absoluto. Lo que tengo que hacer es buscar un punto de salto, que es donde me puedo ir a otro plano.
—Bueno, ¿dónde hay un punto de salto?
—Ese es el problema, no conozco tu mundo, no se donde hay un punto de salto.
—Ok. Dime como son. Tal vez yo conozco uno y no que es un punto de salto.
—Bueno, tiene que ser un lugar donde todo sea mentira, pero que todo el mundo lo sepa. Tiene que jugarse con la idea de realidad, con la noción de lo posible y lo imposible. La tela de la realidad se vuelve delgada por culpa de los pensamientos. Por eso es que hacen esta enorme Fachada en primer lugar. Ellos son los únicos que saben que todo es falso, así que ellos acumulan en resistores la irrealidad que ustedes crean aquí y la envían en un pulso a sus generadores. Sus mentes generan, no solo la energía para fabricar todo lo que te rodea, sino que sobra para crear hasta el más mínimo capricho de los Arquitectos, crear armas, flotas, Inevitables, etc.
—Hmmm... Es muy rebuscado, pero tiene sentido. Y creo que se donde tenemos que ir.

Slaughter I

Slaughter era un niño más del montón. Su madre era la doctora del pueblo, su padre el alguacil. En la escuela lo más notable es que era muy inteligente. El se apoyó en eso y trató de ser el mejor en clase. A medida que pasaba el tiempo su intelecto se desarrollaba cada vez más y él se sentía más y más orgulloso dello. Sus compañeros de clase comenzaron por envidiarlo, y terminaron por odiarlo. Entre la envidia y la pedantería de Slaughter se formó un antagonismo entre él y la mayoría de los niños. Comenzaron las peleas a la salida de clases. Slaughter decidió no decirle nada ni a sus padres ni a su maestra, y las peleas era cada vez peores. Siendo su madre doctora disponía en su casa de materiales médicos suficientes para curara sus heridas él mismo y mantener el secreto. Hasta que un día se hartó y le robó el arma a su padre. A último momento se acobardó y no entró a clases. Se fue a su escondite preferido  el hueco entre las raíces de un árbol en el bosque cerca del pueblo. Ahí se topó con una visión inusual. Un vagabundo estaba acostado durmiendo tapado con una manta con un par de ramas encima. Dudó primero y después lo despertó con la punta del arma (simplemente era lo que tenía a mano, ni se dio cuenta de lo que estaba haciendo) El vagabundo despertó sobresaltado, sobre todo por la visión de un niño prepúber apuntándole con un arma de fuego.
—¿Quien eres? ¿Y qué haces en mi escondite?
El vagabundo en realidad era un asesino y un espía de la nación de Central Corus, que se apoyaba en la fachada de un inocente linyera. Por supuesto no iluminó a Slaughter con este detalle.
—Swift es mi nombre pequeño, ¿cuál es el tuyo?—De haber sido cualquier otra persona, Swift lo hubiera asesinado en el momento, pero como era un niño podía solo mentirle  sin miedo, además de que este niño justo tenía un arma de fuego en sus manos.
—Slaughter. Y ¿por qué duermes en el tronco de un árbol?
—Ah, es un mundo peligroso en el que vivimos. Yo soy de un pueblo al norte. Hace días la avanzada de Central Corus llegó y arraso con todo. Yo solo estoy tratando de sobrevivir. ¿Y tú qué haces aquí? ¿Y de donde has sacado esa arma?
—Hoy no fui a clases. Mis compañeros me odian porque soy más inteligente que ellos y cada día cuando salgo de clases se juntan dos o tres para golpearme. Estaba harto y decidí arreglar todo por mi cuenta. El arma es de mi padre. El es es alguacil, y mi madre es la doctora. Ya se, ya se, tendría que haberle dicho a mis padres en lugar de tratar de resolverlo por mi cuenta.
—Oh, no. Ya eres casi un hombre. No puedes depender de tus padres por siempre, ¿o sí? Imagina si mañana Central Corus ataca tu pueblo como atacó el mio y tus padres mueren, ¿qué harías entonces? Tienes que aprender a valerte por ti mismo. Hiciste muy bien en no decirle a tus padres. La información solo viaja en un sentido, una vez que alguien sabe algo ya no puedes borrar el recuerdo de su mente.
Hagamos esto: dijiste que tu madre es doctora, ¿no? Te propongo un trato: yo soluciono permanentemente tus problemas con tus compañeritos de clase, y tu me ayudas con un par de suministros para mi viaje.
Lo que Slaughter no sabía, era que de hecho se suponía que la avanzada de Central Corus pasara precisamente por ese pueblo en un par de días. Swift iba a su encuentro con unos planos e información de la ciudad central de Linolium.
—Hoy deja ese revolver en su lugar y tráeme algo de comer; mañana prepárame un paquete, nada muy voluminoso, no quiero abusar tampoco, y yo me encargo de esos mocosos que te envidian.
Slaughter durmió tranquilo esa noche, sin dejar de pensar y repensar las palabras de Swift como si de un mantra se tratase: "Tienes que aprender a valerte por ti mismo"
Al día siguiente Slaughter se fue un poco más temprano a clases, para pasar por el escondite a buscar a Swift. Swift había decidido no confiar demasiado en el mocoso y había dormido en un establo, pero los suministros y la comida le podían ser bastante útiles, y decidió pasar por la escuela antes de irse del pueblo para no volver jamás. Fue así que Slaughter lo encontró en un callejón a la salida de clases. Swift se puso el indice en los labios y le guiño un ojo. Antes de que Slaughter pudiera reaccionar escuchó como un niño gritaba su nombre. Slaughter se metió al fondo del callejón, y Swift se escondió tras un par de toneles. Cuando los niños pasaron, Swift sacó sus dagas y les rebanó las gargantas a los tres antes de que pudieran gritar siquiera. Vayan los dioses a saber porqué decidió dejar con vida a Slaughter, pero se acercó y le quitó la mochila.
—¿No es eso acaso lo que ibas a hacer con el arma de tu padre si no te hubieras acobardado?—Le dijo mientras sacaba el paquete de medicinas del morral—No somos tan diferentes, solo tu eres más cobarde. La cobardía no es mala tampoco, te mantiene con vida mocoso.
Slaughter aterrorizado salió corriendo, y fue a refugiarse al único lugar que le reperesentaba seguridad en ese momento: el hueco entre las raíces de un árbol. Aún con salpicaduras de sangre en las mejillas se hizo un ovillo se echó a llorar hasta quedarse dormido. Despertó a la luz de la luna para ver como una araña devoraba una polilla. Pensó inocentemente en salvar a la polilla para resarcirse de sus actos. Pero algo lo detuvo antes. La araña necesitaba matar a la polilla para poder comer. Si salvaba esa polilla, la araña atraparía otra al día siguiente. Podía matar a la araña, pero ¿por qué debía sobrevivir la polilla y no la araña, si después de todo ninguna le había hecho daño alguno a él? Y además si salvara esa polilla especifica de esa araña especifica, mañana otra araña la atraparía de todas maneras. Y sino, de algo moriría tarde o temprano. La polilla era una estúpida que había caído en la trampa de la araña, y merecía morir. Ahora, para la araña era una lucha por una comida, mientras que para la polilla era una lucha por su vida, y aún así había sido derrotada. Decidió volver a su casa. Encontró el pueblo en llamas. La gente corría por sus vidas, por donde mirara había alguien muriendo, y los gritos eran la música de fondo del espectáculo. Swift se llevó los libros de Slaughter, el paquete de comida y medicamentos había quedado en el escondite. Slaughter había puesto una manta y otras pequeñeces que pensó que le servirían a Swift. Y con ese bulto en el bolso salió por el mundo.

Pasaron dos meses antes de que Slaughter encontrara la cueva. Había pasado hambre, frío, miedo, había peleado con perros para dormir en sus casillas, había robado gallinas, había sido atacado por lobos, cruzó un riachuelo a nado y perdió la mitad de sus suministros, un anciano loco en el bosque quiso abusar de él y lo mató con una piedra, se enfermó y tuvo que curarse a base de fuerza de voluntad, y hoy, en su cumpleaños numero doce, estaba frente a la cueva. Era en la ladera de una montaña, de una piedra medio verdosa, con una luz violácea emanando desde el fondo. Solo pensando en un lugar seco donde dormir esa noche. Entre más caminaba por la cueva más despertaba su curiosidad. Había cristales enormes creciendo y zumbando energía. Había extraños hongos bioluminiscentes que se retraían cuando el se acercaba; otros largaban sus esporas cuando el pasaba caminando inadvertido sobre un campo entero, dejando un humo anaranjado a su paso que se desperdigaba por doquier, obligandolo a correr y levantar más y más esporas al aire. Llegó finalmente a un lago interior, una superficie cristalina, completamente estancada, negra y plateada a la vez. Era una recamara de no más de tres metros de alto, pero que se perdía en la oscuridad, por lo menos de quinientos metros a lo ancho. En el centro del lago llegó a ver apenas una especie de islote. A medida que sus ojos se habituaban a la oscuridad del agua era cada vez más y más claro el camino de coral que iba hasta el islote. El agua indeterminadamente profunda, pero el hilo poroso de hueso vivo estaba apoyado contra la superficie misma, permitiendole caminar por él sin mojar más que las suelas de sus zapatos. Los pasos se extendían en ondas por la superficie impoluta como ecos de los siglos de soledad. Slaughter encontró que el islote estaba más lejos de lo que parecía y que era más grande de lo que pensaba. El islote parecía vibrar con una luz espectral que no iluminaba nada más que la roca viva de la que estaba echo. Cuando Slaughter puso un pie en él, el brillo aumentó ligeramente, como expectante  Cuando Slaughter se paró en la superficie el brillo lo encegueció, y cayó inconsciente.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La orquídea y el picaflor

Ella era una orquídea, él un picaflor.
Ella era única, él rápido y hermoso.
Se conocieron en la espera;
ella con su paciencia, él con su impaciencia;
ella con su libro, él con su cigarro.
Y no pudo evitarlo.
Él hizo lo que mejor sabía,
ella hizo como que no sabía.
Uno nunca espera que un lazo se forme,
pero así de raro es el amor.
Entre encuentros y pasiones,
entre paseos y conversaciones,
se fue formando una simbiosis.
Ella era su orquídea, y él su picaflor.
Pero él no lo pudo evitar,
e hizo lo que mejor sabía.
Ella ya lo sabía.
Es que ella supo ser su orquídea,
pero él solo supo ser un picaflor.
El amor es como una planta,
hay que regarlo y cuidarlo;
y a veces uno se da cuenta,
de que era amor,
cuando lo ve marchito.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Steampower vs Clockwork I

—¿Estas seguro de que esto funcione?
—Por supuesto que funcionará. Yo mismo lo estoy construyendo. ¿Cuándo ha fallado uno de mis inventos?
—Oh, de hecho bastante frecuentemente.
—¿Cómo has dicho?
—Qué no me refería a eso. Digo si me permitirán entrar al combate con esto puesto. 
—¿Dejaron que Brito usara todos esos productos para convertirse en un monstruo de dos metros setenta, y van a prohibirte usar un par de puños de acero?
—No es lo mismo. Para empezar esto es casi una armadura completa, y está más cerca de entrar a la arena con un rifle que de lo que hizo Brito.
Sterguson trabajaba indolente a las criticas de su primo, doblado en su banco de trabajo, con las gafas de aumento dándole el aspecto de una mosca hiperdesarrollada. Sam por su lado reposaba pesadamente en un sofá aledaño, sin zapatos, con los tirantes sueltos y la camisa semi desprendida. Sterguson levantó la vista de su soldador por un momento y le dijo:
—Si la excusa de Brito es que no hay nada en las reglas que diga que no puede drogarse hasta tener casi trecientos cincuenta quilos, pues no hay nada en las relgas que diga que no puedes bajar con un exoesqueleto de bronce y roble.
—Primo, me van a hacer quitar eso para entrar a la peléa.
—Y tú te negarás.
—Y me van a descalificar.
—Muy bien, muy bien. Hablaré con el jurado primero.
—Querras decír que Annie hablará con el jurado, ¿no?
Sterguson volvió su lupa a su lugar y le dijo de espaldas a Sam—¿Es que acaso no tienes miedo de lo que pueda hacerte esa mole?
—Tengo más miedo de tus habilidades para convencer primo. 

Annie Sterguson estaba jugando al poker en el salón cuando Sam entró.
—Hola primo, por aquí.
Su vestido blanco con detalles en pestel combinaba con el papel tapiz, y sus zapatos con el marrón de la mesa redonda. Su capelina cubría su frondosa cabellera broncea, y el humo de los cigarros de sus tres contendientes le daban un aureola de misticismo indiferente. Annie siempre ganaba, pero nunca faltaba quien quisiera retarla, a la espera de que tras perderlo todo terminara pagando con sexo. Y si alguien se rehusaba a pagar o quería propasarse, sabía dejar sus tacos magnéticos marcados en diversas partes del cuerpo.
Pero al ver entrar al más que conocido pugilista se enfriaron bastante los humos, y no hubo necesidad de calmar a nadie. La disuasión es una fuerza asombrosamente poderosa, cuando hay una fuerza asombrosa para respaldarla.
—Prima, cuando termines necesito hablar contigo. Necesito de tus habilidades.
—No te vayas, ya desplumo a estos pollitos.
—¿Crees que has ganado, eh? Veo tus docientos, y aumento otros cien.
—Yo me voy.
—Yo también.
—No tesoro, SE que he ganado. Veo tus cien. Escalera real. Muestrame tus cartas.
—Juro que un día me cobraré con creces tus humillaciones Annie.
—Me gusta que pienses así Fedor, quiere decir que seguirás viniendo a perder tu dinero. Dime Sam.
Annie juntó los billetes, monedas, letras de cambio y un reloj de bolsillo de la mesa, y mientras Sam le explicaba fueron a la barra a por un trago.
—¿Entonces lo que tengo que hacer es convencer al jurado de que te deje entrar con un rifle a la arena?
—No prima. Tu hermano está haciendo una especie de guantes de boxeo a vapor. Con eso tienen que dejarme bajar.
—¿No prefieres que haga descalificar a Brito?
—Honestamente, estoy esperando enfrentarme a él. Estoy invicto desde hace casi dos años ya. Preciso un reto.
—Sam, he visto a esa cosa. Vas a precisar uno de los trajes de pino del señor Bernstin después de esa peléa.
—Es por eso mismo que le pedí ayuda a tu hermano.
—Bueno, veré que puedo hacer.
La banda terminó de tocar un tema, y el chelista se acercó al micrófono para hablar al público y escuchar peticiones. En este silencio momentáneo es que entraron un anciano con una muchacha joven. Él apoyado en un bastón y completamente cubierto por una oscura capa maltrecha, ella ayudándolo del otro brazo, también envuelta en una capa, pero más pequeña, dejando ver sus pantalones de cuero y los vendajes de sus pies. Uno hubiera esperado un par de firmes botas en lugar de las maltratadas vendas, pero cada quien es dueño de elegir sus zapatos. 
Se acercaron a la barra y se sentaron junto a Annie y Sam. Se quitaron el polvo y los sombreros, y él anciano se colocó un par de bifocales.
—Joven, sírvale una cerveza a mi hija, y una zarzaparrilla para mi—Le dijo al cantinero—Dígame, ¿sabe dónde pueda conseguir hospedaje?
—Aquí mismo hombre. ¿Un cuarto o dos?
—Si tiene un cuarto con dos camas mejor.
—Hija, ¿no prefieres un poco de privacidad? ¿Y si conoces a un muchacho en este pueblo? No quiero tener que salir a hurtadillas de mi propio cuarto.
—¡Padre, ya hablamos de esto!—Dijo ella sonrojandose.
—Bueno, me temo los cuartos que tengo libres son uno con una cama de dos plazas, y uno con una cama de una plaza.
—Bien, tomamos los dos entonces. ¿Elektra querida, te molesta si me quedo yo con la de dos plazas?
—Bien podríamos dormir los dos en la de dos plazas y ahorrar dinero. Además no quiero estar tan lejo tuyo padre. ¿Y si te pasa algo?
—Ah, vamos, no estoy tan maltrecho. ¿Donde quedan los cuartos?
—Arriba, mi mujer se las muestra. ¿Tienen equipaje?
—Joven—dijo hablándole a Sam—usted tiene aspecto de ser un hombre fuerte. ¿Le interesa ganarse una monedas?
—Digame que precisa señor.
—Afuera está mi equipaje. ¿Me ayudaría a subirlo a mi habitación?
—Por supuesto, no hay ningún problema señor...
—Dedalo. Y ella es mi hija Elektra. 
—Samuel, mucho gusto.
—Sam, ¿precisas dinero? ¿Por qué no me lo dijiste? Yo puedo prestarte ¿Es por eso en realidad que quieres enfrentarte a Brito?
La mirada que le hizo Sam a Annie podría haber atravesado una plancha de plomo. 
—Annie, ¿por qué no vas a hacer eso y me dejas ayudar al señor y su hija?
—Oh, espero no haberlo ofendido muchacho.
—No se preocupe señor. No necesito el dinero, lo ayudaré a subir sus maletas de todas maneras.
Sam no esperaba que fueran tantas maletas ni que pesaran tanto, pero tampoco esperaba que Elektra estuviera tan interesada en las peleas, ni que fuera tan fuerte como para levantar esas condenadas maletas.
—Yo solo peleo en las que son una vez al mes. Las semanales son para principiantes. Si me dejaran participar devolvería el premio, pero no me dejan. Así que tengo que esperar un mes entero para poder luchar con alguien de mi tamaño.
—¿Y el dinero es bueno?
—Pues yo vivo de ganar una pelea al mes. Tu saca cuentas.
—¿Cuándo son las de este mes?
—El jueves próximo.
—¿Y cualquier puede inscribirse?
—No, tienes que haber ganado al menos una de las semanales para poder participar en las mensuales. Es como una especie de torneo, y yo soy el campeón invicto.
—¿Y cuando son las próximas semanales?
—Ah, mañana mismo. Si quieres podemos ir juntos.
—Claro, me encntaría.
—Ah, ya sabía yo que ibas a terminar encontrando un muchacho.
—Oh, disculpe señor. No quise-
—No es lo que piensas Padre. En este pueblo se realizan luchas organizadas, con premios en metálico.
—Oh, hija. Ya sabes lo que pienso de que te pelees con hombres. Ahuyentas a cualquier potencial marido.
—Padre, ya te he dicho que no me interesa casarme.
—Disculpen que interrumpa, pero... ¿Tu peleas? No tienes pinta de ser muy dura. Fuerza vi que tienes al ayudarme con estas cajas. ¿Qué hay en las cajas por cierto?
—Ah, son mis mecanismos de relojería principalmente.
—¿Así que un relojero y su hija boxeadora?
—En realidad un médico y su hija mercenaria.
—¡Elektra! ¿Qué te dije de esa palabra?
—¿Médico o mercenaria?
—Por eso mismo es que quiero entrar a las peleas Padre.

Sterguson ajustaba con una llave unas tuercas en la rodilla de Sam. Estaban en el galpón de madera que Sam usaba para entrenar. Había restos de heno y bolsas con grano aún, pero principalmente había pesas, bolsas para golpear, y hasta un maniquí de madera que pivoteaba en el lugar para responder el golpe si uno asestaba un puñetazo.
—Esto no va a explotar.
—No, no va a explotar Sam.
—Lo se, es lo que acabo de decir.
—¿Y por qué me lo dices a mi?
—Se lo estoy diciendo al traje. Hay que establecer quien es el amo desde el comienzo.
El traje, como lo llamó Sam, consistía en un armazón de acero que recorría la espina y bajaba por las piernas hasta las botas para soportar el peso, con una caldera como mochila y delgados caños que transmitían el vapor a presión. Tenía pistones en los antebrazos y en las piernas para impulsar unas botas de suela de acero y un par de nudilleras. Para completar llevaba una pechera y un casco como protección. El vapor no escapaba de la maquina, sino que circulaba, así que la caldera solo tenía que mantener la temperatura, reduciendo el tamaño de todo el aparato.
—Ok, ya está listo. Prueba a dar algunos puñetazos al aire. Bien, bien. Ahora prueba tirar un par de patadas. ¡Bien, bien! Ahora dale un golpe a la bolsa. ¡Santo Theodoro!
Sam había arrancado de las cadenas la bolsa al primer golpe, esta dio a parar a diez metros, y frenó porque había una pared.
—Ok, no voy a probar con el maniquí.
—¡Salgamos a buscar cosas para que rompas!
—¿Deberíamos ponernos a jugar con esto?
—Se llama prueba de campo. Cosas científicas, no lo entenderías.
—¿Qué es todo este alboroto?
Annie llevaba el cabello suelto y un parasol. Hoy vestía de un verde claro.
—Hola prima. ¿Quieres venir a verme romper cosas con esto?
—No gracias, jueguen ustedes tranquilos. Vengo a traerte buenas y malas noticias.
—Oh, oh...
—Hablé con los organizadores de las peleas. Y coincidieron que Brito ya no está calificado para una pelea común y corriente. Así que van a organizar una pelea especial entre tú y él dentro de dos semanas, y te permitirán llevar el traje.
—¿Y la mala noticia?
—Esa era la mala. La buena es que si quieres puedes no pelear con él y solo seguir con los retadores del mes.


Esa noche Sam acompaño a Elektra a la arena; Annie y Sterguson decidieron ir a ver como peleaba la chica, y Dedalo obviamente también fue. Las peleas en la arena comenzaron como dos ebrios dándose golpes tras la taberna y una ronda gritando y apostando. Hoy en día contaba con gradas de madera con lugar para casi mil personas. Había espectáculos entre pelea y pelea, acercando la arena a un circo, con los puñetazos como acto principal. El secreto de hacer dinero es ir a un lugar donde halla mucha gente y vender cosas que muchos vayan a comprar, pero que sean de un solo uso. Como puede serlo una salchicha, una cerveza, o pañuelos descartables.
Bueno, aquí había gente, y mucha, y había también un negocio contante y sonante rodeando las peleas. Se cobraba entrada, se vendía comida, se hacían apuestas, hasta había una tienda de recuerdos a la salida vendiendo remeras y tazas con el nombre del campeón de la noche. La tinta se borraba fácil, porque era necesario poder cambiar los nombres de los artículos no comerciados, pero al comprador no le importaba porque para la siguiente pelea iba a querer un bolígrafo con las iniciales de otro efímero campeón.
La diferencia era Sam que seguía invicto. Sam se había hecho una figura notoria en la arena, y había daguerotipos de su rostro en los afiches, contra el retador del mes. Aún hoy había algunos colgados por la próxima pelea, y Sam se paseaba con el pecho henchido y el mentón en alto con Elektra mientras todo el mundo lo saludaba y le pedía un autógrafo.
—No me gusta toda esta atención—Mintió él descaradamente.
—Me imagino. ¿Dónde vas a sentarte?
—Ah, tengo dos asientos reservados en el palco.
—¿Vas a verte con alguien?
—Eh, no, esto... Uno para mi y el otro era para ti.
—Oh, gracias, pero mi pelea es la segunda, así que ya voy a ir a los cambiadores a prepararme.
—Bueno, hay bastante tiempo entre pelea y pelea, y tardan bastante antes de empezar la primera. ¿No preferirías comer algo antes, o tomar una cerveza?
—Prefiero subir con el estómago vacío y la mente clara, gracias.
Sam se quedó parado con cara de embobado mientras Elektra se alejaba y una muchedumbre lo cercaba.
Annie iba a la arena por el dinero. No ganaba muy seguido, pero con lo que sacaba del poker le alcanzaba para derrochar, y cuando sí ganaba era motivo de jubilo y festejo desmesurado.
Sterguson por otro lado quería honestamente ver la pelea simplemente porque le gustaba, como a todos los fanáticos reunidos aquella noche. Había algo en ver como dos hombres se daban coces hasta dejar a uno inconsciente que despertaba su instinto primigenio, sus ansias de cavernícola de abrirle la cabeza a un competidor por una hembra en celo con el hueso más grade posible. Era como si al no poder él mismo asestar un solo golpe por cuestiones sociales y de índole de masa corporal, se conformara con ver derroches de testosterona ajenos. Era un hombre con mucha furia embotellada.
Dedalo era la primera vez que iba a la arena, pero lejos de la vista de Elektra se mostraba vivaracho y activo. No paraba de tomar cerveza, echar piropos a toda chica que pasara sin un potencial pugilista acompañante, y de escupir insultos al ring.
El ring era la arena en sí. En sus comienzos, en un granero, la arena era justamente eso: arena. Se tiraron un par de carros de arena en el suelo del cobertizo y ahí volaban los puños y rodillas, y cuando una cabeza golpeaba el suelo, pues era arena. Hoy día había una plataforma elevada para que fuera más fácil ver la lucha; con luces eléctricas instaladas a los pies y colgando de una enorme lampara de araña, de manera que los contrincantes fueran bien iluminados pero no cegados; tenía una lona de caucho, firme para los pasos, pero suave para las caídas, con un diseño tal vez demasiado intrincado solo para ser pisado, entre un tablero de damas y un blanco para dardos; y el ring estaba circunscripto en anillos de escalones que lo llevaban al nivel del suelo. Ah, el ring era circular.
—¡Matalo! ¡Matalo!
—¡Pero hombre, no se emocione tanto! Es un ser humano el que está ahí arriba después de todo. ¿O es que acaso tiene algo en contra de ese boxeador en particular?
—No, solo me gusta gritar preciosa.
—Dedalo, no se propase con mi hermana.
—Tranquilo Sterguson, se cuando no tengo chances con una Ninfa de semejante talante—Y le guiño un ojo a Annie, que le sonrió divertida.
—Bueno, pero de todas maneras baje un poco el volumen que yo estoy- ¡Oh! ¡¡Vieroneso?? ¡En plena nariz! Eh, digo, que desconsiderado Pitt, y que falta de finta por parte de Mendelson... Al cuerno, es una madita pelea. Veamos volar esas patad- ¡Oh! ¡Otra más!


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tempus Fugit

Carpe Diem, Memento Mori decían los romanos. Y en los lindes del tiempo es donde más hay que recordarlo.
La mosca del tiempo es parecida a la mosca del sueño, pero mucho más terrorífica.
La mosca del tiempo no transmite la Tripanosomiasis, sino la Chronodisphasia. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos enfermedades?
El envejecimiento artificial en la persona es uno muy acuciado, que junto a un trastorno del ciclo circadiano, causante de una perdida total de la noción del tiempo, crea la ilusión del paso de varias décadas en apenas meses. Esto sumado al letargo símil coma (que relaciona incorrectamente la mosca del tiempo a la mosca del sueño) crea la sensación general del pasar del tiempo (Uno despierta tras tres días pensando que fue una sola noche).
Increíblemente causa más temor a los seres queridos de la persona afectada por su toxina, que al pobre desgraciado con los días contados. Es de su mordedura justamente que sale esta expresión, pues hay una tabla de relación masa corporal-edad de la que uno puede desprender exactamente cuanto tiempo de vida le queda a uno tras el fatídico encuentro. No es de esperar que entre más viejo sea uno más tiempo de vida tenga, pero la mosca del tiempo parece tener la ironía bastante arraigada.
Como dato interesante cabe destacar que la Chronodisphasia al afectar la memoria y la capacidad de raciocinio de la persona afectada, crea la sensación de que son las demás personas las que están perdiendo el tiempo, y que en realidad uno está viviendo aceleradamente. Dicho esto no es de extrañar después de todo que cause más miedo en quienes rodean a un Chronodisphasico que a él mismo el acercamiento constante de la muerte. Un enfermo del tiempo suele tener una calma avasallante, como si tuviera todo bajo control, no escuchando las palabras desalentadoras de que su muerte se avecina.
Y algo importante a recordar es que, en definitiva, todos tenemos los días contados.

viernes, 26 de octubre de 2012

Límites

La perfección es un objetivo inalcanzable. Puede que sea por eso que la he elegido  En realidad tengo una idea bastante clara de como quiero ser, hasta donde quiero llegar. Pero de alguna manera retorcida no dejo que querer ser perfecto. Ahora, qué es ser perfecto es una pregunta que imposibilita la realización del hecho. Para empezar la idea de perfección es no tener defectos  mientras que la idea de defecto es aquello que se aleja del molde; llegamos a la paradoja de necesitar un modelo definido de perfección. Es mi teoría personal que en el mundo occidental actual es Jesús el modelo a seguir  mientras que en el oriental lo sería Buda. Es comprensible, evidente, y bastante simplista. Cada quien tiene un modelo personal que considera como "perfecto" Habrá quienes consideren a Jack Sparrow, Dr. House o Sheldon Cooper como el epítome de perfección humana. Hay quienes tienen una idea un poco más vaga, y posicionan a un estereotipo en el pedestal de la perfección, siendo un claro ejemplo el Otaku, que cree al nipón un ser ideal, sin darse cuenta de que, siendo una nación entera, hay japoneses idiotas, obesos, perezosos  y tantos otros descalificativos que se alejan del "típico" nipón. Sí, en general si uno viaja a Alemania verá gente trabajadora, puntual  fría y metódica, pero hay alemanes de todos los gustos.
De todas maneras esta ideología de intentar llegar a un estereotipo es más correcta que la de emular a una figura específica, real o fantástica  puesto que el estereotipo está definido justamente por los razgos dignos de encasillar en un modelo a seguir. Por otro lado los estereotipos conllevan razgos tanto buenos como malos  El típico gallego es bruto, por citar un ejemplo.
Es aquí donde hay que volver a la subjetividad de la perfección. Para el skinhead el nazi, es el modelo a seguir  y Hitler un visionario; mientras que para casi todo el resto del mundo son personas horribles. Cabe preguntarse qué es ser perfecto. ¿Es acaso ser bueno? ¿Es un conjunto de características, ser bueno una de ellas, pero ser hermoso otra? Tal vez no me sea posible ser perfecto por el simple hecho de no ser simétrico, necesitando tener un solo corazón en el medio del pecho, o tal vez incluso mejor, uno a cada lado. Es aquí donde uno tiene que pensar en qué "defectos" quiere mejorar de si mismo. Sí, nunca voy a tener dos corazones  ni voy a ser inmune a la radiación, pero si puedo tomar como base que soy superdotado, carismático y apuesto, y tratar de pulir los bordes.
En estos momentos estaría necesitando subir de peso y generar masa muscular, por ejemplo. Esto es algo que en dos meses se genera, y en dos semanas se pierde. La capacidad física de uno es transitoria. Pero si consideramos que con la vejes se pierden no solo las capacidades motrices  sino también las mentales, uno entra a pensar si no será ser joven un requisito esencial para la perfección. Podemos entonces generar una tabla por edad donde se consideren ciertos logros, capacidades y estados necesarios.
Es aquí donde entra en juego por ejemplo tener una carrera universitaria, una familia, cierto estatus social, nivel económico, vivir en cierta zona geográfica, hablar más de tantos idiomas, saber tocar un instrumento, mantenerse informado sobre temas relevantes de actualidad, y otras tantas actitudes que moldean mi día a día.
Yo en este momento podría hacer una lista, literalmente:

Me estaría faltando tener un título terciario en economía, con una especialización en finanzas, o uno en ingeniería física, matemática o mecatrónica; también tener un negocio propio rentable, que me permita una independencia económica, como un hotel-casino-spa en una isla de Colonia; una vivienda propia casi tengo; dedicarme a algo que me apasione, como tener una relojería, esto más allá de que en realidad mi fuente principal de ingresos sea por tener un hotel; saber hablar alemán y francés aprender a nadar; aprender a navegar; disponer de un velero propio; tener por lo menos un libro publicado; tocar el piano y el violín; casarme y formar una familia; tener un título en gastronomía, más por sacarme las ganas a estas alturas  y algún día me gustaría tener un café estilo Porto Vanilla, cruzado con chocolatería y confitería, y que sea al mismo tiempo una librería y biblioteca, con sala de estudio insonorizada, y membresía mensual; a bailar tango; a programar hasta el punto de empezar a teorizar con crear una inteligencia artificial capaz de pasar el test de tourig; a dibujar con lápiz  dibujos en blanco y negro sobre papel, realistas, paisajes, rostros y mis diseños salidos del averno; subir unos 30kg y aprender Muay Thai, Kickboxing o Fullcontact, y Ju-Jitsu, Judo o Aikido; y crear una novela gráfica y un corto de animación.

Todo metas racionales y realizables, y puede que antes de cumplir los 40 años de edad. Y honestamente creo que con esta lista completa podría morir feliz, pero eso igual no me haría perfecto, pero me dejaría contento.

Esos horribles momentos


Me temo que mi mente tiene la maldita manía de encontrar patrones. Pero hay veces en las que uno, guiado tal vez por la mano de la esperanza, no puede sino ver reflejada su vida en algún extraño indicio. Tenemos la simpleza del umbandista que hace preguntas al aire mirando por la ventana del autobús  y al ver un cartel que reza "sí" lo toma como una respuesta a su pregunta, sin darse cuenta de que el cartel estaba ahí antes de que formulara la pregunta, no fue colocado para responderle, y que solo es su mente, desesperada por confirmación la que entrevé estas señales. Luego tenemos al esquizofrénico paranoico que ve mensajes del gobierno soviético en los titulares de periódicos amarillistas; los patrones están, pero es la mente superdotada la que los coordina y les da un significado que en realidad no tienen. El mundo está lleno de casualidades y causalidades.
Yo personalmente tengo la manía de ver reflejada mi situación actual, el problema que aqueje mi conciencia, en lo que sea que esté leyendo, viendo o escuchando, dando como resultado que quiero ver el desenlace de dicha historia para tomar como modelo para proceder. Hay un pensamiento racional de fondo que dice que en realidad dichas historias ficticias están basadas en anécdotas  y su repetición constante es prueba de que simplemente mi problema es común y se han hallado soluciones en el pasado. Pero me temo que en realidad soy consciente de que simplemente estoy buscando una escapatoria a la responsabilidad de tomar una decisión.
Suelen haber dos respuestas a mis dilemas, y es más bien decidirme por una la complicación real, en vista que mi capacidad permite desentrañar complejos predicamentos. Es entonces que mi imaginación habida de fantasía y de la importancia que le da a mi ego el que el universo tenga sus ojos en mí, que termino anteponiendo las dos respuestas en la mira de dos facciones contrincantes, que pujan por mi destino. Como si fuera el mesías, y hubieran ángeles y demonios luchando por llevarme por el buen y mal camino  respectivamente, encausandome hacia un papel determinante, aún invisible en la juventud de los hechos. Yo termino viendo a cual bando beneficiaría que tomara tal o cual decisión  aún sin tener una idea real de qué objetivos tienen estos hipotéticos maestros de ceremonia para mi porvenir.
Es entonces que leo un libro y encuentro que el personaje principal es un pusilánime simplón, pero me identifico plenamente con el villano; obvia incursión de los demonios en un intento de desmoralizarme. Veo luego una película donde es el héroe quien me incita a una vida de sacrificio y percibo inconscientemente el toque de la mano de un ángel, tratando de pastorearme hacia otros horizontes.
Pero más allá del bien y el mal, es en el campo del corazón, tanto el amor como en el sexo, que se fija más que nada mi ojo escrutor. No puedo evitar centrarme en la historia de amor del científico en un libro de ciencia ficción, porque veo un patrón que se asemeja a mi dilema actual con mi mnemosina de turno. No puedo tampóco catalogar mentalmente si un encuentro fortuito no es causado por tal o cual bando, alejándome de mi manzana prohibida, o acercándome a una nueva, llegando incluso a culpar al bando contrario por haber saboteado mis posibilidades con esa, obvia, compañera predestinada por voluntad divina. Llego incluso al punto de pensarlo todo una prueba, de pensar que sea todo un tratamiento y en realidad toda persona con la que hablo actúa, entonces cuando me fijo en una mujer que no se suponía, esta intenta rechazarme sin saber cómo. Y ella que solo tenía un papel secundario, como extra en el reality de mi vida, termina con un contrato vitalicio contra su voluntad, explicando porqué sabotea de tal manera nuestra relación.
Lo más gracioso de todo lo antes dicho, es la parte en que lo encuentro reconfortante, pero en ningún momento dejo de estar consciente de que son supercherías incoherentes creadas por una mente desesperada de explicaciones que la dejen levantar el mentón en alto otro día más.

viernes, 12 de octubre de 2012

Labios ponsoñosos

 Ella reposaba languidamente en un colchón de plumas. Su cabello rubio no caía en hermosos bucles, sus labios no eran rojos y carnos, su silueta era más bien flacucha, pero no dejaba de ser hermosa a mis ojos. Uno la veía tan fragil en su sueño, tan suceptible, que te daba miedo despertarla. Ella era la víctima, y tus labios eran venenosos. Pero era una viuda rubia.
Yo huí de mi casa por ella, dejé a mi mujer y mis dos hijos por una tonta aventura. Ella tenía eso que mi mujer no tenía: me necistaba. Mi mujer era una mujer demasiado fuerte e independiente, cuando me diagnosticaron cáncer y empecé los tratamientos de quimioterapia, ella cargó con todo en sus hombros. Yo pasé a ser un tercer hijo, incapacitado por el veneno que corría por mis venas y el que me disparaban para salvarme de mi mismo. Pero tras la operación, y la recuperación, uno no pierde esa sensación de que la vida está al borde de quebrarse constantemente. Así que tras veintidos años de matrimonio, con mis cuarenta y siete, decidí huír con una jovencita de apenas veintiocho años. Una niña que podría haber sido mi hija en otra vida.
Mi mujer no me precisaba para nada, y ella parecía tan incapaz, que me hacía sentír un hombre de nuevo. Pero ella siempre se mantuvo a una distancia. Nunca llegué a darle un beso siquiera. Era tan frágil a mis ojos, como un tubo de ensayo, lleno de veneno... Ella no temió romper una familia, ella no temió romper mi corazón, ella no temía nada. Era yo el que temía hacerle daño, siempre me sentí venenoso, radioactivo. No por la quimio, sino por ser un hombre mayor, un hombre corrupto que seducía a una niña y dejaba una familia por un capricho, por la necesidad de inflar su ego herído.
Jamás hubiera creído si alguien me hubiese dicho que la venenosa era ella. Jamás hubiera sospechado que sus miedos eran tan falsos como sus sentimientos. Y al final fui yo el que se rompió como una copa contra el borde de la mesa, derramando mi contenído sobre esas baldosas con un diseño de tablero de damas. Me usó. Pero no puedo fingír ser una víctima inocente, pues yo intenté usarla a ella.
Le dí todo lo que pude y más. Nos escapamos un martes de tarde en mi auto y dormimos en hoteles durante  dias camino a las montañas. Fui yo el que sugirió que ella durmiera en la cama y yo en el piso; tonto de mi intentando protegerla. Al llegar su novio me dio una golpisa importante. Me rompió tres costillas y un riñón.
Probablemente ahora él esté envenenado también. Yo simplemente no soy capaz de volver con mi mujer con el rabo entre las patas. De todas maneras ella no me necesita. En la clinica a la que fui tras las atenciones de su novio me encontraron una posible metastasis, o sea que probablemente tengo cáncer denuevo.
No quiero más venenos, así que terminada esta cárta voy a saltar por la ventana.

jueves, 11 de octubre de 2012

Espada

Era un día verde, con pintas rojas y una mancha azulada. Él caminaba entre la arboleda con el paso seguro de quien conoce lo suficiente sus alrededores como para no temer a los peligros circundantes, o como quien no se percata de ellos en absoluto. La roja tierra asomaba aquí y allá entre el pasto donde alguna criatura luchó en vano por su supervivencia. Él cruzó descalzo el arroyo, sintiendo el frío recorrer sus piernas, y las redondeadas piedras del fondo acariciando sus plantas. No eran más de diez pasos, y el agua no le llegaba ni a la rodilla ese día. Si hubiera tardado dos días más, hubiera debido cruzar a nado ese filamento plateado. Siguió su paso entre matorrales, pisando hojas a medio camino entre humus y follaje. Siguió, mirando de vez en cuando alguna nube pasajera, efímera escultura de los vientos. Siguió hasta encontrar un camino, mudo testigo del paso de la auto proclamada civilización.
El ocre seco, marcado por surcos lo guiaba a algún asentamiento cercano, pero hacia donde. Podrían ser dos horas, o dos días de caminata, con solo doblar hacia donde no era. Se arriesgó, porque él es, era y será siempre así, y fue a la derecha. Justamente por ser así, es que ahora se hallaba perdido, semidesnudo, sin otra posesión que una espada que solo le servida de bastón. Su cabello ralo, y su barba casi afeitada eran lo único que no aseguraban que hubiera sido así toda su existencia. Pero había igual algo en su mirada, una determinación en la expresión de su rostro, que daba a entender a todas luces que él sabía que esto era apenas un simple tropiezo, que no te asombraras si mañana lo vieras montado en un caballo blanco con una armadura plateada. Sí, ese era él. Príncipe sin principado, pero de noble estirpe.
Alguien dotado de una visión privilegiada por los dioses hubiera llegado a percibir en su sombra un par de alas que se ocultaban al común testigo de sus pasos. Cuantas veces había sacrificado toda su existencia para salvar una vida era algo que ni él sabía. O cuantos castillos podría haber comprado con los rescates que desestimó, o con las recompensas que ni se molestó en ir a buscar.
Su espada fue siempre su única posesión terrenal real. Tenía un valor especial que iba más allá de la utilidad que se le diera a un objeto cortante. Con el paso del tiempo la empuñadura se desgastó y fue cambiada, y la hoja fue reforjada varias veces, ya no quedando de hecho nada de la espada original. En este momento solo tenía la empuñadura calzada en la vaina hueca. Sin el menor dejo de metal entre sus manos, hubiera sido mejor tal vez usar una simple rama, y no dar a entender que aún llevaba un objeto tan valioso como una espada es considerado. Esta flagrante muestra de imprudencia, pues cualquier ladrón pensaría que aún tenía algo que robar si se molestaba en llevar una espada, solo era otro atentado a su seguridad, pues tras comprobar que no tenía espada, solo se enojarían más por no tener tampoco posesión alguna.
Y fue justamente eso lo que le ocurrió. Pero los tres pilluelos no contaron con que pudiera cortarlos, trocearlos, y picarlos con una espada que no tenía hoja. Pues al sacar la empuñadura de la funda pudieron oír el característico cantar de la hoja al ser desenfundada. Y aunque no podían ver espada alguna, bien que pudieron sentirla lacerando sus carnes.
Él no tenía la espada por su metal, sino que cortaba con la fuerza de su carácter y el filo de su determinación. Él era un Paladin.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Mohicano II

Mohicano I



Tenea caminó cerca de tres kilómetros por el bosque en busca de su presa metálica. Siguió el rastro de huellas hasta escuchar el sonido que le heló la sangre en las venas. Decidió dar un rodeo. Realmente no quería encontrarse con lo que sea que fuera eso de cerca. Cuando quiso acordar estaba subiendo una lomada. Y antes de percatarse lo árboles terminaron abruptamente y se encontró, al borde de un acantilado de tierra, con un espectáculo sencillamente sorprendente.
Caminó cerca de tres kilómetros antes de volverlo a escuchar. El camino bordeaba la costa. La playa se fue elevando y ahora era un acantilado en ascenso. Tenea comenzó a deslizarse hacia el centro de la isla en busca de un ángulo del robot. El ruido del robot cesó. Tenea se tensó por un instante, pero tomó valor y caminó un poco más. El ruido retoma bastante más cerca de lo que hubiera sido cómodo y Tenea logra verlo en un claro. Estaba parado junto a una terminal.

— ¿Cargando baterías chico?

Tenea disparó su cámara. Dando un rodeo en busca de un mejor ángulo, tropieza con un manojo de cables. Al seguirlos con la vista se percata de que salen de la terminal para adentrarse en la espesura. Sin pensarlo siquiera se adentró siguiendo su rastro. Eran tres cables firmes y robustos, dos más grandes y uno de la mitad del diámetro, atados de tanto en tanto. Iban casi en linea recta, subiendo en un trecho y de golpe...

Al bajar la vista a la depresión del terreno, siguiendo los cables que pendían de una columna de hierro a la distancia, Tenea pudo apreciar en toda su extensión unas cincuenta hectáreas de campos en distintas etapas de crecimiento de las variadas plantas allí cultibadas. Lo más impresionante no era encontrar actividad agrícola en la isla, sino que todo el trabajo, el arado, la siembra, el riego, fumigación, cultivo y cosecha, eran realizados por diversos robots sin intervención humana alguna. Tenea no se contuvo de disparar casi todo el primer rollo. Si hubiera sabido lo que le deparaba más adelante no hubiera malgastado tanta película, pero el espectáculo no dejaba de ser impactante.

Mohi estaba acostado boca abajo bajo un tablero de control. No importa cuan automático sea un sistema, el mantenimiento tiene que realizarlo una persona. Ya varias veces intentó crear un sistema automático de mantenimiento, pero lamentablemente este mismo tenía fallas de vez en cuando, y crear un segundo sistema de mantenimiento de respaldo tampoco funcionó por mucho tiempo. De todas maneras Mohi disfrutaba tanto de la construcción como del mantenimiento de la maquinaria, robots y sistemas de la isla.

El problema radicaba en que tarde o temprano sería demasiado viejo y débil como para seguir con el trabajo. Tenía que encontrar una solución antes que fuera demasiado tarde. Ya podría entretenerse con pequeños robots acróbatas o algo por el estilo cuando todo funcionara como una seda sin necesidad de su intervención.

Un pitido en la pantalla a su espalda lo asustó y se golpeó la cabeza contra el tablero de la sorpresa. No había sido detectado nada desde que logró que los robots reconocieran la fauna autóctona de la isla, hacía años ya. Fue a ver, asumiendo que era alguna falla del sistema o tal vez hasta un meteorito. Todo menos lo que era realmente. Al punto que no supo como reaccionar. Siempre pensó que si alguien entraba en su isla sería más bien un ejercito, o comandos de alguna nación. No esperaba ver una espía con una cámara sacando fotos a sus plantíos.

Tenea no supo que la golpeó. Literalmente, el robot la dejó inconsciente antes que su cerebro llegara a percibir nada. Era uno distinto al robot de reconocimiento que ella persiguiera. Ese era solo para detectar; el que la apresó era silencioso como una pantera, y de hecho se parecía bastante al golpe de vista, excepto que tenía cuatro patas delanteras, que era metálico y que en lugar de una cabeza tenía sensores y cámaras, y hasta una mira láser que le daba un aspecto bastante siniestro.

Tenea fue llevaba inconsciente ante Mohi, para que pudiera interrogarla y decidir que hacer con ella más tarde. Mohi estaba bastante nervioso cuando el robot centinela la trajo a su taller. No veía un ser humano hacía cerca de una década. No quería hacerle daño, pero no sabía sus intenciones, y Tenea podía significar perfectamente su perdición. Así que, anestesiada, llegó atada con correas al lomo del robot centinela.

—Em, sachini?—Dijo Mohi cuando vio que Tenea daba señales de estar comenzando a despertar.
—¿Hmpf?
—Utuk nilkan?
—¿Dónde...? ¿Cuándo...? ¡¿Cómo?! ¡¡¿¿Qué pasó??!!
—Tranquila, no te voy a hacer daño. Solo quiero que me respondas algunas preguntas. Al menos veo que hablas un idioma que domino bastante cómodamente.
—¿Quién es ustéd? ¿Dónde estoy? ¡¿Cómo llegué a aquí?! Lo último que recuerdo-
—Tranquila, tranquila. Mi nombre es Mohi. Te vi por la pantalla sacando fotos de mis plantíos. Un robot centinela te anestesió y te trajo a mi taller. Te repito que solo quiero que me respondas algunas preguntas.
—¿Por qué estoy atada?
—Porque no se si representas un peligro para mi. ¿Podrías empezar por decirme tu nombre y qué haces en mi isla?
—Bueno, asumo que mi entrada no fue precisamente la más diplomática, y lo mínimo que puedo hacer es presentarme debidamente. Mi nombre es Tenea, y soy periodista. Vine a esta isla porque nadie sabe nada de ella básicamente.
—¿Qué es "periodista"?
—Esto... Bueno, un periodista traba de averiguar información para informar a la gente... Sí, creo que esa sería la mejor descripción.
—Bueno, si todo lo que quieres es información, no creo que representes un peligro inmediato. ¿Traes armas contigo? ¿Para qué gobierno trabajas?
—No, no trabajo para ningún gobierno. Y no, no traigo armas conmigo, lo juro. ¿Podrías desatarme ahora?