domingo, 30 de diciembre de 2012

Una vieja historia

—¿Estás segura de que este es el camino?
—¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso piensas que aquella montaña sea más acojedora, o que esas otras rocas filosas sean menos filosas? ¿Importa acaso por donde vayamos mientras terminemos en la capital?
—Es que ni siquiera sabemos si es hacia allá que está la capital.
Sting paró su vehículo, levantó el visor de su casco y miró a Talos directo a sus ojos rojos.
—Talos, querido. ¿Confías en mi?
—No.
Sting bajó furibunda el visor que le cubría los rasgos y aceleró.
—¡Hey! ¡En mi defensa tu no confías en mi!
Talos hizo un ademán con la mano, quitandole importancia mientras se alejaba en dirección al horizonte, pero en el fondo sabía que la precisaba, y mucho.
Talos era un monstruo gris, de más de dos metros de altura y cerca de un cuarto de tonelada de peso. Pero una vez fue humano. Su barba lacia sin afeitar y su cabello largo de un negro azulado quedaban como mudo testigo. Iba montado en un Cuerno, un gigantesco toro negro de seis patas y cuatro cuernos, también de ojos rojos. El Toro había mutado naturalmente por las radiaciones, y Talos lo capturó salvaje y lo domó. Pero Talos había decidido tomar esa forma. En un laboratorio militar abandonado, encontró entre los cadáveres una formula. Había pasado toda su vida vagando por el extenso erial que era el mundo de la post guerra. Tuvo que luchar por conseguir comida, por sobrevivir, hasta que encontró el mundo de las pelas por dinero. Se dedicó a romper cabezas a cambio de dinero. Dinero que retrucó por armamento. Luego se cruzó con La Horda, una banda de motoqueros, solo que sin las motos. Con solo abrirle el cráneo al líder ya se hizo con el liderazgo, y ahora vagaban atrás suyo, en espera de emociones, o al menos algo mejor que hacer que mirar a las rocas.
Se dedicaban a atacar caravanas  o a asaltar pueblos aislados. En general dormían en campamentos, pero a veces tomaban un pueblo especialmente chico y acogedor durante un par de semanas. Fue en un viaje por una zona que no conocían (aunque siempre iban por donde no conocían, porque la idea era explorar), que la comida comenzó a escasear, y La Horda empezó a impacientarse con Talos. Hizo levantar campamento, y salio a explorar solo con sus tres chicas de mayor confianza. Fue un golpe de suerte encontrar el laboratorio, y otro golpe aún más grande que el tónico no lo matara. Pero era un hombre de riesgos, y si el suero no lo hacía más fuerte, de todas manera La Horda lo iba a terminar despellejando. Pasó dos noches con fiebre, vómitos  y pensó que iba a morir, pero cuando salió del edificio podía aguantar una bala en el pecho.
Sí, la bala lo tiraba al piso, pero se levantaba, iba hasta el desgraciado que le hubiera disparado y le arrancaba la cabeza de cuajo. Consiguió además un martillo de inercia, fuera lo que fuera eso. Talos solo sabía que era capaz de desprender un edificio de los cimientos con un solo golpe de esa cosa. Y nadie volvio a dudar de que ÉL era el líder, y así iba a seguir siendo.
Pero seguía siendo muy complicado desplazarse por el páramo. Se capturó un Cuerno para que lo llevara a él, pero precisaban vehículos. Talos no sería inteligente, pero era ingenioso; y no sabía leer, pero sabía escuchar. Se enteró de que antes de la guerra la gente se movía en autos y motos. Los había visto tirados por doquier en sus innumerables viajes, pero lo interesante fue saber del combustible. Un viejo le dijo que lo que precisaban esos cacharros era combustible. Sí, estaban todos rotos, pero se podía sacar una parte de este, otra de este otro y armar uno que anduviera  Había millones tirados, más de los que pudieran precisarse, y en los páramos estaba lleno de buenos mecánicos. El problema era el combustible.
La otra pieza del rompecabezas se la dio Sting cuando se conocieron.

Sting estaba subiendo en su cuatriciclo por la ladera de piedra rojiza de una lomada. Su pequeño vehículo tenía las ruedas montadas en extensiones móviles, símil patas, lo cual le permitía andar por cualquier terreno, por donde fuese. Era puro motor y ruedas, rodeado de un armazón de fibra de carbono, diseñado para protegerla en caso de caídas abruptas en las que rodara el cuatriciclo entero. El asiento estaba ceñido al armazón, y ella a su vez estaba sujeta al asiento por un arnés.
Todas sus cosas iban en el bolso tras el asiento, principalmente herramientas y su rifle láser. Llevaba su pistola de plasma siempre en la canana del muslo, por si las dudas. Su cuerpo entero estaba protegido por una armadura biónica, la cual no solo le daba fuerza sobre humana y era a prueba de balas, sino que la mantenía cómoda y a la temperatura y humedad exacta.
Llego a la cima del cerro de piedra y levanto el visor azul de su casco, mostrando su pálido rostro. Se apeo del cuatriciclo y sus gafas escrutaron el horizonte. Tenían zoom automático, visión infrarroja, ultravioleta y detectaban radiación. A dónde mirara solo veía las grises montañas, la estéril arena cubriéndolo todo, y unas rocas filosas que rasgaban hacia arriba, como colmillos o garras enormes y petrificadas en el acto de destrozar la piel de la tierra. A su izquierda, pues al frenar derrapó de costado, atrás del vehículo, pudo ver la carabana liderada por el enorme Cuerno de Talos; y a su derecha, pudo ver triunfalmente la ciudad capital. Montó y enfiló hacia la Horda.
Sting había crecido en una de las ciudades subterraneas que fundaron los supervivientes. La guerra estalló y terminó antes de que veinticuatro horas pasaran. Lo que no destruyeron los misiles, lo mató la radiación residual, y los que se habían refugiado en búnquers no tenían motivo ya para subir. Al contrario, era peligroso, o directamente letal. Así que, con los jirones que quedaban de la civilización, ampliaron sus refugios más y más. Tenían generadores nucleares, granjas hidroponicas con luces ultravioleta y fábricas químicas donde hacían todo que precisaran, como ropa o muebles, a base de polímeros artificiales.
Desde el comienzo fue evidente que sus escasos recursos eran, obviamente, insuficientes para sustentar una creciente población, y las expediciones de salvamento, o las "partidas de carroñeros" como los llamaron otros, se volvieron una base esencial de todo el proceso.
Sting había sido enviada a buscar un yacimiento petrolero. El petróleo no representaba una fuente de energía, pero era irreemplazable como base para la creación de muchos polímeros.
Tenia una moral muy arraigada contra salir en una expedición de salvamento, pero la promesa de aventuras fuera de las seis paredes de la bóveda pudo más. Y ahí se encontraba ella, siguiendo esa partida de locos que buscaban petroleo como ella...
—Para que veas, maldito desconfiado.
—¿Y esto que demonios es?


—¿Es que no has visto una foto en tu vida?

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