sábado, 24 de noviembre de 2012

Mensajes codificados en letras de música de fondo

Existen solo dos posibilidades a mi entendimiento. Por navaja de ockram, voy a suponer que la del subconsciente es la real, porque, por más que exija un razonamiento lateral para entenderla, exige menos supuestos que un ser extradimensional enviándome señales a través de letras aleatorias de canciones. Se me acaba de ocurrir una tercera explicación, y es que simplemente sea esquizofrenia paranoide, pero ya tengo una cita con psiquiatría para eliminar (o no) dicha variable.
Mi problema es el siguiente: me encuentro escuchando una canción, familiar o nueva, y justo su letra aplica a la circunstancia en que me encuentro en ese momento. Puede que me indique un curso de acción, que me brinde información pertinente, o simplemente que describa la situación general, solo que bastante certeramente. ¿Un ejemplo? Voy en un ómnibus  y hay una pasajera de capacidades intelectuales por debajo de la media, y al percatarme de esto mi oído nota también que coincidentemente la canción que suena en la radio del vehículo es "Stupid girl" de Garbage.
O puede que tenga ganas de escuchar una canción que conozco desde hace tiempo ya, pero nunca le presté atención a la letra, y ¡oh casualidad! La letra habla de lo que me tiene en el humor indicado para querer escuchar dicho tema. Tal vez ya sabía lo que decía la letra, pero no era consciente dello. Tal vez mi oído estaba escuchando "stupid girl" y fue eso lo que me hizo notar las limitaciones de mi compañera de asiento, que puede haber habido miles que no recuerdo por no presentarse una coincidencia de este estilo.
Sí, estoy escuchando canciones como "song to say goodbye" de Placebo, "house of cards" de Radiohead, y otras de la índole y haciendo asociaciones, porque (como he dicho en el pasado) tengo «una mente desesperada de explicaciones que le dejen levantar el mentón en alto otro día más.»

jueves, 15 de noviembre de 2012

Fassade II

Fassade I


El Inevitable paró en seco cuando Manuel y Clover saltaron por el tajo en la realidad. Tenía la apariencia de una estatua griega de bronce. Desnudo, sin genitales, con los rulos duros en la cabeza y los ojos "blancos" mirando fijo adelante. Había varios tipos de Inevitables, pero todos podían localizar a su objetivo sin importar la distancia o el plano. Clover no había hecho más que un par de ofensas menores así que este era un Inevitable bastante básico. Ni siquiera podía volar. Por eso es que giró unos 30 grados y siguió caminando. El equipo de limpieza que seguía al Inevitable ya estaba borrando memorias y creando una pantalla.
—Heimer, ¿por qué siguen usando este tipo de Inevitable?
—¿A qué te refieres?
—Creo que sería más barato usar uno de los que cambian de apariencia, de esos que pueden pensar, en lugar de pagarnos a nosotros para andar atrás de un NTH limpiando sus desastres. ¿No opinas lo mismo?
—¡La boca se te haga un lago Alz! ¿Queres que nos rajen o qué?
—Es solo que no comprendo las decisiones de los Arquitectos. Es sumamente ineficiente.

A Doce kilómetros Clover se debatía entre tranquilizar a Manuel o procurarse un bastón. Se decidió por un bastón.
—Pero ¿para qué? O sea, ¿hay árboles de verdad y están estos, o solo existen estos de mentira?
—Fue una linda idea el árbol. Un ser vivo que tarda varios años en crecer, no siente dolor, no puede responder, siempre de pie. Inventaron que en el pasado se hacían cosas de madera, eso fue ingenioso.
—¿Incluso el pasado que conozco es mentira?
—¿Qué parte de TODO no te quedó clara?
Clover iba saltando en una pata con Manuel lloriqueando atrás de ella. Fue hasta el grupo de árboles en busca de una rama olvidada por los Imps que le sirviera de apoyo. Se vendó los ojos, a ver si veía alguno a la vista.
—Esos inútiles Imps. Siempre molestando, tratando de tocarte una teta. Cuando precisas uno no existen en este plano.
—Pero, ¿quién se beneficia de todo esto? ¿Para qué se hace?
—¿O sea que tiene sentido para ti que un dios haya creado todo, pero no que haya una maquinaria?
—Yo no creo en dios justamente por eso.
—¿Entonces tiene más sentido para ti que todo lo que te rodea sea producto de la casualidad, que si dejaras una piedra el tiempo suficiente en el espacio terminaría teniendo ciudades encima, pero no que haya una mente planeandolo?
—Hay pruebas de que-
—Te acabo de mostrar pruebas de que tus pruebas son mentira.
—Y como se que tus pruebas de que mis pruebas son mentira no son mentira también?
—Bien, estás empezando a pensar. Puede que puedas sobrevivir y todo.
Clover desistió y se apoyó en el hombro de Manuel. A medida que subían podía ver más y más lejos.
—No hay salida más que hacia el Inevitable.
—Podes saltarte doce kilómetros de terreno en un chasquido de dedos, ¿cuál es el problema?
—El Inevitable va a seguirme durante el resto de mi vida hasta atraparme. No hay distancia a la que pueda estar segura. No hay un lugar físico al que no pueda acceder tampoco. Y tarde o temprano, o me muero o me atrapa.
—Entonces no tienes escapatoria. No tiene sentido huir. Ya perdiste.
—Tampoco es tan así. Si vamos al caso todo lo que abarca tu vista es propiedad de Mecanus, y no por eso me resigno a que tengan poder absoluto. Lo que tengo que hacer es buscar un punto de salto, que es donde me puedo ir a otro plano.
—Bueno, ¿dónde hay un punto de salto?
—Ese es el problema, no conozco tu mundo, no se donde hay un punto de salto.
—Ok. Dime como son. Tal vez yo conozco uno y no que es un punto de salto.
—Bueno, tiene que ser un lugar donde todo sea mentira, pero que todo el mundo lo sepa. Tiene que jugarse con la idea de realidad, con la noción de lo posible y lo imposible. La tela de la realidad se vuelve delgada por culpa de los pensamientos. Por eso es que hacen esta enorme Fachada en primer lugar. Ellos son los únicos que saben que todo es falso, así que ellos acumulan en resistores la irrealidad que ustedes crean aquí y la envían en un pulso a sus generadores. Sus mentes generan, no solo la energía para fabricar todo lo que te rodea, sino que sobra para crear hasta el más mínimo capricho de los Arquitectos, crear armas, flotas, Inevitables, etc.
—Hmmm... Es muy rebuscado, pero tiene sentido. Y creo que se donde tenemos que ir.

Slaughter I

Slaughter era un niño más del montón. Su madre era la doctora del pueblo, su padre el alguacil. En la escuela lo más notable es que era muy inteligente. El se apoyó en eso y trató de ser el mejor en clase. A medida que pasaba el tiempo su intelecto se desarrollaba cada vez más y él se sentía más y más orgulloso dello. Sus compañeros de clase comenzaron por envidiarlo, y terminaron por odiarlo. Entre la envidia y la pedantería de Slaughter se formó un antagonismo entre él y la mayoría de los niños. Comenzaron las peleas a la salida de clases. Slaughter decidió no decirle nada ni a sus padres ni a su maestra, y las peleas era cada vez peores. Siendo su madre doctora disponía en su casa de materiales médicos suficientes para curara sus heridas él mismo y mantener el secreto. Hasta que un día se hartó y le robó el arma a su padre. A último momento se acobardó y no entró a clases. Se fue a su escondite preferido  el hueco entre las raíces de un árbol en el bosque cerca del pueblo. Ahí se topó con una visión inusual. Un vagabundo estaba acostado durmiendo tapado con una manta con un par de ramas encima. Dudó primero y después lo despertó con la punta del arma (simplemente era lo que tenía a mano, ni se dio cuenta de lo que estaba haciendo) El vagabundo despertó sobresaltado, sobre todo por la visión de un niño prepúber apuntándole con un arma de fuego.
—¿Quien eres? ¿Y qué haces en mi escondite?
El vagabundo en realidad era un asesino y un espía de la nación de Central Corus, que se apoyaba en la fachada de un inocente linyera. Por supuesto no iluminó a Slaughter con este detalle.
—Swift es mi nombre pequeño, ¿cuál es el tuyo?—De haber sido cualquier otra persona, Swift lo hubiera asesinado en el momento, pero como era un niño podía solo mentirle  sin miedo, además de que este niño justo tenía un arma de fuego en sus manos.
—Slaughter. Y ¿por qué duermes en el tronco de un árbol?
—Ah, es un mundo peligroso en el que vivimos. Yo soy de un pueblo al norte. Hace días la avanzada de Central Corus llegó y arraso con todo. Yo solo estoy tratando de sobrevivir. ¿Y tú qué haces aquí? ¿Y de donde has sacado esa arma?
—Hoy no fui a clases. Mis compañeros me odian porque soy más inteligente que ellos y cada día cuando salgo de clases se juntan dos o tres para golpearme. Estaba harto y decidí arreglar todo por mi cuenta. El arma es de mi padre. El es es alguacil, y mi madre es la doctora. Ya se, ya se, tendría que haberle dicho a mis padres en lugar de tratar de resolverlo por mi cuenta.
—Oh, no. Ya eres casi un hombre. No puedes depender de tus padres por siempre, ¿o sí? Imagina si mañana Central Corus ataca tu pueblo como atacó el mio y tus padres mueren, ¿qué harías entonces? Tienes que aprender a valerte por ti mismo. Hiciste muy bien en no decirle a tus padres. La información solo viaja en un sentido, una vez que alguien sabe algo ya no puedes borrar el recuerdo de su mente.
Hagamos esto: dijiste que tu madre es doctora, ¿no? Te propongo un trato: yo soluciono permanentemente tus problemas con tus compañeritos de clase, y tu me ayudas con un par de suministros para mi viaje.
Lo que Slaughter no sabía, era que de hecho se suponía que la avanzada de Central Corus pasara precisamente por ese pueblo en un par de días. Swift iba a su encuentro con unos planos e información de la ciudad central de Linolium.
—Hoy deja ese revolver en su lugar y tráeme algo de comer; mañana prepárame un paquete, nada muy voluminoso, no quiero abusar tampoco, y yo me encargo de esos mocosos que te envidian.
Slaughter durmió tranquilo esa noche, sin dejar de pensar y repensar las palabras de Swift como si de un mantra se tratase: "Tienes que aprender a valerte por ti mismo"
Al día siguiente Slaughter se fue un poco más temprano a clases, para pasar por el escondite a buscar a Swift. Swift había decidido no confiar demasiado en el mocoso y había dormido en un establo, pero los suministros y la comida le podían ser bastante útiles, y decidió pasar por la escuela antes de irse del pueblo para no volver jamás. Fue así que Slaughter lo encontró en un callejón a la salida de clases. Swift se puso el indice en los labios y le guiño un ojo. Antes de que Slaughter pudiera reaccionar escuchó como un niño gritaba su nombre. Slaughter se metió al fondo del callejón, y Swift se escondió tras un par de toneles. Cuando los niños pasaron, Swift sacó sus dagas y les rebanó las gargantas a los tres antes de que pudieran gritar siquiera. Vayan los dioses a saber porqué decidió dejar con vida a Slaughter, pero se acercó y le quitó la mochila.
—¿No es eso acaso lo que ibas a hacer con el arma de tu padre si no te hubieras acobardado?—Le dijo mientras sacaba el paquete de medicinas del morral—No somos tan diferentes, solo tu eres más cobarde. La cobardía no es mala tampoco, te mantiene con vida mocoso.
Slaughter aterrorizado salió corriendo, y fue a refugiarse al único lugar que le reperesentaba seguridad en ese momento: el hueco entre las raíces de un árbol. Aún con salpicaduras de sangre en las mejillas se hizo un ovillo se echó a llorar hasta quedarse dormido. Despertó a la luz de la luna para ver como una araña devoraba una polilla. Pensó inocentemente en salvar a la polilla para resarcirse de sus actos. Pero algo lo detuvo antes. La araña necesitaba matar a la polilla para poder comer. Si salvaba esa polilla, la araña atraparía otra al día siguiente. Podía matar a la araña, pero ¿por qué debía sobrevivir la polilla y no la araña, si después de todo ninguna le había hecho daño alguno a él? Y además si salvara esa polilla especifica de esa araña especifica, mañana otra araña la atraparía de todas maneras. Y sino, de algo moriría tarde o temprano. La polilla era una estúpida que había caído en la trampa de la araña, y merecía morir. Ahora, para la araña era una lucha por una comida, mientras que para la polilla era una lucha por su vida, y aún así había sido derrotada. Decidió volver a su casa. Encontró el pueblo en llamas. La gente corría por sus vidas, por donde mirara había alguien muriendo, y los gritos eran la música de fondo del espectáculo. Swift se llevó los libros de Slaughter, el paquete de comida y medicamentos había quedado en el escondite. Slaughter había puesto una manta y otras pequeñeces que pensó que le servirían a Swift. Y con ese bulto en el bolso salió por el mundo.

Pasaron dos meses antes de que Slaughter encontrara la cueva. Había pasado hambre, frío, miedo, había peleado con perros para dormir en sus casillas, había robado gallinas, había sido atacado por lobos, cruzó un riachuelo a nado y perdió la mitad de sus suministros, un anciano loco en el bosque quiso abusar de él y lo mató con una piedra, se enfermó y tuvo que curarse a base de fuerza de voluntad, y hoy, en su cumpleaños numero doce, estaba frente a la cueva. Era en la ladera de una montaña, de una piedra medio verdosa, con una luz violácea emanando desde el fondo. Solo pensando en un lugar seco donde dormir esa noche. Entre más caminaba por la cueva más despertaba su curiosidad. Había cristales enormes creciendo y zumbando energía. Había extraños hongos bioluminiscentes que se retraían cuando el se acercaba; otros largaban sus esporas cuando el pasaba caminando inadvertido sobre un campo entero, dejando un humo anaranjado a su paso que se desperdigaba por doquier, obligandolo a correr y levantar más y más esporas al aire. Llegó finalmente a un lago interior, una superficie cristalina, completamente estancada, negra y plateada a la vez. Era una recamara de no más de tres metros de alto, pero que se perdía en la oscuridad, por lo menos de quinientos metros a lo ancho. En el centro del lago llegó a ver apenas una especie de islote. A medida que sus ojos se habituaban a la oscuridad del agua era cada vez más y más claro el camino de coral que iba hasta el islote. El agua indeterminadamente profunda, pero el hilo poroso de hueso vivo estaba apoyado contra la superficie misma, permitiendole caminar por él sin mojar más que las suelas de sus zapatos. Los pasos se extendían en ondas por la superficie impoluta como ecos de los siglos de soledad. Slaughter encontró que el islote estaba más lejos de lo que parecía y que era más grande de lo que pensaba. El islote parecía vibrar con una luz espectral que no iluminaba nada más que la roca viva de la que estaba echo. Cuando Slaughter puso un pie en él, el brillo aumentó ligeramente, como expectante  Cuando Slaughter se paró en la superficie el brillo lo encegueció, y cayó inconsciente.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La orquídea y el picaflor

Ella era una orquídea, él un picaflor.
Ella era única, él rápido y hermoso.
Se conocieron en la espera;
ella con su paciencia, él con su impaciencia;
ella con su libro, él con su cigarro.
Y no pudo evitarlo.
Él hizo lo que mejor sabía,
ella hizo como que no sabía.
Uno nunca espera que un lazo se forme,
pero así de raro es el amor.
Entre encuentros y pasiones,
entre paseos y conversaciones,
se fue formando una simbiosis.
Ella era su orquídea, y él su picaflor.
Pero él no lo pudo evitar,
e hizo lo que mejor sabía.
Ella ya lo sabía.
Es que ella supo ser su orquídea,
pero él solo supo ser un picaflor.
El amor es como una planta,
hay que regarlo y cuidarlo;
y a veces uno se da cuenta,
de que era amor,
cuando lo ve marchito.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Steampower vs Clockwork I

—¿Estas seguro de que esto funcione?
—Por supuesto que funcionará. Yo mismo lo estoy construyendo. ¿Cuándo ha fallado uno de mis inventos?
—Oh, de hecho bastante frecuentemente.
—¿Cómo has dicho?
—Qué no me refería a eso. Digo si me permitirán entrar al combate con esto puesto. 
—¿Dejaron que Brito usara todos esos productos para convertirse en un monstruo de dos metros setenta, y van a prohibirte usar un par de puños de acero?
—No es lo mismo. Para empezar esto es casi una armadura completa, y está más cerca de entrar a la arena con un rifle que de lo que hizo Brito.
Sterguson trabajaba indolente a las criticas de su primo, doblado en su banco de trabajo, con las gafas de aumento dándole el aspecto de una mosca hiperdesarrollada. Sam por su lado reposaba pesadamente en un sofá aledaño, sin zapatos, con los tirantes sueltos y la camisa semi desprendida. Sterguson levantó la vista de su soldador por un momento y le dijo:
—Si la excusa de Brito es que no hay nada en las reglas que diga que no puede drogarse hasta tener casi trecientos cincuenta quilos, pues no hay nada en las relgas que diga que no puedes bajar con un exoesqueleto de bronce y roble.
—Primo, me van a hacer quitar eso para entrar a la peléa.
—Y tú te negarás.
—Y me van a descalificar.
—Muy bien, muy bien. Hablaré con el jurado primero.
—Querras decír que Annie hablará con el jurado, ¿no?
Sterguson volvió su lupa a su lugar y le dijo de espaldas a Sam—¿Es que acaso no tienes miedo de lo que pueda hacerte esa mole?
—Tengo más miedo de tus habilidades para convencer primo. 

Annie Sterguson estaba jugando al poker en el salón cuando Sam entró.
—Hola primo, por aquí.
Su vestido blanco con detalles en pestel combinaba con el papel tapiz, y sus zapatos con el marrón de la mesa redonda. Su capelina cubría su frondosa cabellera broncea, y el humo de los cigarros de sus tres contendientes le daban un aureola de misticismo indiferente. Annie siempre ganaba, pero nunca faltaba quien quisiera retarla, a la espera de que tras perderlo todo terminara pagando con sexo. Y si alguien se rehusaba a pagar o quería propasarse, sabía dejar sus tacos magnéticos marcados en diversas partes del cuerpo.
Pero al ver entrar al más que conocido pugilista se enfriaron bastante los humos, y no hubo necesidad de calmar a nadie. La disuasión es una fuerza asombrosamente poderosa, cuando hay una fuerza asombrosa para respaldarla.
—Prima, cuando termines necesito hablar contigo. Necesito de tus habilidades.
—No te vayas, ya desplumo a estos pollitos.
—¿Crees que has ganado, eh? Veo tus docientos, y aumento otros cien.
—Yo me voy.
—Yo también.
—No tesoro, SE que he ganado. Veo tus cien. Escalera real. Muestrame tus cartas.
—Juro que un día me cobraré con creces tus humillaciones Annie.
—Me gusta que pienses así Fedor, quiere decir que seguirás viniendo a perder tu dinero. Dime Sam.
Annie juntó los billetes, monedas, letras de cambio y un reloj de bolsillo de la mesa, y mientras Sam le explicaba fueron a la barra a por un trago.
—¿Entonces lo que tengo que hacer es convencer al jurado de que te deje entrar con un rifle a la arena?
—No prima. Tu hermano está haciendo una especie de guantes de boxeo a vapor. Con eso tienen que dejarme bajar.
—¿No prefieres que haga descalificar a Brito?
—Honestamente, estoy esperando enfrentarme a él. Estoy invicto desde hace casi dos años ya. Preciso un reto.
—Sam, he visto a esa cosa. Vas a precisar uno de los trajes de pino del señor Bernstin después de esa peléa.
—Es por eso mismo que le pedí ayuda a tu hermano.
—Bueno, veré que puedo hacer.
La banda terminó de tocar un tema, y el chelista se acercó al micrófono para hablar al público y escuchar peticiones. En este silencio momentáneo es que entraron un anciano con una muchacha joven. Él apoyado en un bastón y completamente cubierto por una oscura capa maltrecha, ella ayudándolo del otro brazo, también envuelta en una capa, pero más pequeña, dejando ver sus pantalones de cuero y los vendajes de sus pies. Uno hubiera esperado un par de firmes botas en lugar de las maltratadas vendas, pero cada quien es dueño de elegir sus zapatos. 
Se acercaron a la barra y se sentaron junto a Annie y Sam. Se quitaron el polvo y los sombreros, y él anciano se colocó un par de bifocales.
—Joven, sírvale una cerveza a mi hija, y una zarzaparrilla para mi—Le dijo al cantinero—Dígame, ¿sabe dónde pueda conseguir hospedaje?
—Aquí mismo hombre. ¿Un cuarto o dos?
—Si tiene un cuarto con dos camas mejor.
—Hija, ¿no prefieres un poco de privacidad? ¿Y si conoces a un muchacho en este pueblo? No quiero tener que salir a hurtadillas de mi propio cuarto.
—¡Padre, ya hablamos de esto!—Dijo ella sonrojandose.
—Bueno, me temo los cuartos que tengo libres son uno con una cama de dos plazas, y uno con una cama de una plaza.
—Bien, tomamos los dos entonces. ¿Elektra querida, te molesta si me quedo yo con la de dos plazas?
—Bien podríamos dormir los dos en la de dos plazas y ahorrar dinero. Además no quiero estar tan lejo tuyo padre. ¿Y si te pasa algo?
—Ah, vamos, no estoy tan maltrecho. ¿Donde quedan los cuartos?
—Arriba, mi mujer se las muestra. ¿Tienen equipaje?
—Joven—dijo hablándole a Sam—usted tiene aspecto de ser un hombre fuerte. ¿Le interesa ganarse una monedas?
—Digame que precisa señor.
—Afuera está mi equipaje. ¿Me ayudaría a subirlo a mi habitación?
—Por supuesto, no hay ningún problema señor...
—Dedalo. Y ella es mi hija Elektra. 
—Samuel, mucho gusto.
—Sam, ¿precisas dinero? ¿Por qué no me lo dijiste? Yo puedo prestarte ¿Es por eso en realidad que quieres enfrentarte a Brito?
La mirada que le hizo Sam a Annie podría haber atravesado una plancha de plomo. 
—Annie, ¿por qué no vas a hacer eso y me dejas ayudar al señor y su hija?
—Oh, espero no haberlo ofendido muchacho.
—No se preocupe señor. No necesito el dinero, lo ayudaré a subir sus maletas de todas maneras.
Sam no esperaba que fueran tantas maletas ni que pesaran tanto, pero tampoco esperaba que Elektra estuviera tan interesada en las peleas, ni que fuera tan fuerte como para levantar esas condenadas maletas.
—Yo solo peleo en las que son una vez al mes. Las semanales son para principiantes. Si me dejaran participar devolvería el premio, pero no me dejan. Así que tengo que esperar un mes entero para poder luchar con alguien de mi tamaño.
—¿Y el dinero es bueno?
—Pues yo vivo de ganar una pelea al mes. Tu saca cuentas.
—¿Cuándo son las de este mes?
—El jueves próximo.
—¿Y cualquier puede inscribirse?
—No, tienes que haber ganado al menos una de las semanales para poder participar en las mensuales. Es como una especie de torneo, y yo soy el campeón invicto.
—¿Y cuando son las próximas semanales?
—Ah, mañana mismo. Si quieres podemos ir juntos.
—Claro, me encntaría.
—Ah, ya sabía yo que ibas a terminar encontrando un muchacho.
—Oh, disculpe señor. No quise-
—No es lo que piensas Padre. En este pueblo se realizan luchas organizadas, con premios en metálico.
—Oh, hija. Ya sabes lo que pienso de que te pelees con hombres. Ahuyentas a cualquier potencial marido.
—Padre, ya te he dicho que no me interesa casarme.
—Disculpen que interrumpa, pero... ¿Tu peleas? No tienes pinta de ser muy dura. Fuerza vi que tienes al ayudarme con estas cajas. ¿Qué hay en las cajas por cierto?
—Ah, son mis mecanismos de relojería principalmente.
—¿Así que un relojero y su hija boxeadora?
—En realidad un médico y su hija mercenaria.
—¡Elektra! ¿Qué te dije de esa palabra?
—¿Médico o mercenaria?
—Por eso mismo es que quiero entrar a las peleas Padre.

Sterguson ajustaba con una llave unas tuercas en la rodilla de Sam. Estaban en el galpón de madera que Sam usaba para entrenar. Había restos de heno y bolsas con grano aún, pero principalmente había pesas, bolsas para golpear, y hasta un maniquí de madera que pivoteaba en el lugar para responder el golpe si uno asestaba un puñetazo.
—Esto no va a explotar.
—No, no va a explotar Sam.
—Lo se, es lo que acabo de decir.
—¿Y por qué me lo dices a mi?
—Se lo estoy diciendo al traje. Hay que establecer quien es el amo desde el comienzo.
El traje, como lo llamó Sam, consistía en un armazón de acero que recorría la espina y bajaba por las piernas hasta las botas para soportar el peso, con una caldera como mochila y delgados caños que transmitían el vapor a presión. Tenía pistones en los antebrazos y en las piernas para impulsar unas botas de suela de acero y un par de nudilleras. Para completar llevaba una pechera y un casco como protección. El vapor no escapaba de la maquina, sino que circulaba, así que la caldera solo tenía que mantener la temperatura, reduciendo el tamaño de todo el aparato.
—Ok, ya está listo. Prueba a dar algunos puñetazos al aire. Bien, bien. Ahora prueba tirar un par de patadas. ¡Bien, bien! Ahora dale un golpe a la bolsa. ¡Santo Theodoro!
Sam había arrancado de las cadenas la bolsa al primer golpe, esta dio a parar a diez metros, y frenó porque había una pared.
—Ok, no voy a probar con el maniquí.
—¡Salgamos a buscar cosas para que rompas!
—¿Deberíamos ponernos a jugar con esto?
—Se llama prueba de campo. Cosas científicas, no lo entenderías.
—¿Qué es todo este alboroto?
Annie llevaba el cabello suelto y un parasol. Hoy vestía de un verde claro.
—Hola prima. ¿Quieres venir a verme romper cosas con esto?
—No gracias, jueguen ustedes tranquilos. Vengo a traerte buenas y malas noticias.
—Oh, oh...
—Hablé con los organizadores de las peleas. Y coincidieron que Brito ya no está calificado para una pelea común y corriente. Así que van a organizar una pelea especial entre tú y él dentro de dos semanas, y te permitirán llevar el traje.
—¿Y la mala noticia?
—Esa era la mala. La buena es que si quieres puedes no pelear con él y solo seguir con los retadores del mes.


Esa noche Sam acompaño a Elektra a la arena; Annie y Sterguson decidieron ir a ver como peleaba la chica, y Dedalo obviamente también fue. Las peleas en la arena comenzaron como dos ebrios dándose golpes tras la taberna y una ronda gritando y apostando. Hoy en día contaba con gradas de madera con lugar para casi mil personas. Había espectáculos entre pelea y pelea, acercando la arena a un circo, con los puñetazos como acto principal. El secreto de hacer dinero es ir a un lugar donde halla mucha gente y vender cosas que muchos vayan a comprar, pero que sean de un solo uso. Como puede serlo una salchicha, una cerveza, o pañuelos descartables.
Bueno, aquí había gente, y mucha, y había también un negocio contante y sonante rodeando las peleas. Se cobraba entrada, se vendía comida, se hacían apuestas, hasta había una tienda de recuerdos a la salida vendiendo remeras y tazas con el nombre del campeón de la noche. La tinta se borraba fácil, porque era necesario poder cambiar los nombres de los artículos no comerciados, pero al comprador no le importaba porque para la siguiente pelea iba a querer un bolígrafo con las iniciales de otro efímero campeón.
La diferencia era Sam que seguía invicto. Sam se había hecho una figura notoria en la arena, y había daguerotipos de su rostro en los afiches, contra el retador del mes. Aún hoy había algunos colgados por la próxima pelea, y Sam se paseaba con el pecho henchido y el mentón en alto con Elektra mientras todo el mundo lo saludaba y le pedía un autógrafo.
—No me gusta toda esta atención—Mintió él descaradamente.
—Me imagino. ¿Dónde vas a sentarte?
—Ah, tengo dos asientos reservados en el palco.
—¿Vas a verte con alguien?
—Eh, no, esto... Uno para mi y el otro era para ti.
—Oh, gracias, pero mi pelea es la segunda, así que ya voy a ir a los cambiadores a prepararme.
—Bueno, hay bastante tiempo entre pelea y pelea, y tardan bastante antes de empezar la primera. ¿No preferirías comer algo antes, o tomar una cerveza?
—Prefiero subir con el estómago vacío y la mente clara, gracias.
Sam se quedó parado con cara de embobado mientras Elektra se alejaba y una muchedumbre lo cercaba.
Annie iba a la arena por el dinero. No ganaba muy seguido, pero con lo que sacaba del poker le alcanzaba para derrochar, y cuando sí ganaba era motivo de jubilo y festejo desmesurado.
Sterguson por otro lado quería honestamente ver la pelea simplemente porque le gustaba, como a todos los fanáticos reunidos aquella noche. Había algo en ver como dos hombres se daban coces hasta dejar a uno inconsciente que despertaba su instinto primigenio, sus ansias de cavernícola de abrirle la cabeza a un competidor por una hembra en celo con el hueso más grade posible. Era como si al no poder él mismo asestar un solo golpe por cuestiones sociales y de índole de masa corporal, se conformara con ver derroches de testosterona ajenos. Era un hombre con mucha furia embotellada.
Dedalo era la primera vez que iba a la arena, pero lejos de la vista de Elektra se mostraba vivaracho y activo. No paraba de tomar cerveza, echar piropos a toda chica que pasara sin un potencial pugilista acompañante, y de escupir insultos al ring.
El ring era la arena en sí. En sus comienzos, en un granero, la arena era justamente eso: arena. Se tiraron un par de carros de arena en el suelo del cobertizo y ahí volaban los puños y rodillas, y cuando una cabeza golpeaba el suelo, pues era arena. Hoy día había una plataforma elevada para que fuera más fácil ver la lucha; con luces eléctricas instaladas a los pies y colgando de una enorme lampara de araña, de manera que los contrincantes fueran bien iluminados pero no cegados; tenía una lona de caucho, firme para los pasos, pero suave para las caídas, con un diseño tal vez demasiado intrincado solo para ser pisado, entre un tablero de damas y un blanco para dardos; y el ring estaba circunscripto en anillos de escalones que lo llevaban al nivel del suelo. Ah, el ring era circular.
—¡Matalo! ¡Matalo!
—¡Pero hombre, no se emocione tanto! Es un ser humano el que está ahí arriba después de todo. ¿O es que acaso tiene algo en contra de ese boxeador en particular?
—No, solo me gusta gritar preciosa.
—Dedalo, no se propase con mi hermana.
—Tranquilo Sterguson, se cuando no tengo chances con una Ninfa de semejante talante—Y le guiño un ojo a Annie, que le sonrió divertida.
—Bueno, pero de todas maneras baje un poco el volumen que yo estoy- ¡Oh! ¡¡Vieroneso?? ¡En plena nariz! Eh, digo, que desconsiderado Pitt, y que falta de finta por parte de Mendelson... Al cuerno, es una madita pelea. Veamos volar esas patad- ¡Oh! ¡Otra más!


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tempus Fugit

Carpe Diem, Memento Mori decían los romanos. Y en los lindes del tiempo es donde más hay que recordarlo.
La mosca del tiempo es parecida a la mosca del sueño, pero mucho más terrorífica.
La mosca del tiempo no transmite la Tripanosomiasis, sino la Chronodisphasia. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos enfermedades?
El envejecimiento artificial en la persona es uno muy acuciado, que junto a un trastorno del ciclo circadiano, causante de una perdida total de la noción del tiempo, crea la ilusión del paso de varias décadas en apenas meses. Esto sumado al letargo símil coma (que relaciona incorrectamente la mosca del tiempo a la mosca del sueño) crea la sensación general del pasar del tiempo (Uno despierta tras tres días pensando que fue una sola noche).
Increíblemente causa más temor a los seres queridos de la persona afectada por su toxina, que al pobre desgraciado con los días contados. Es de su mordedura justamente que sale esta expresión, pues hay una tabla de relación masa corporal-edad de la que uno puede desprender exactamente cuanto tiempo de vida le queda a uno tras el fatídico encuentro. No es de esperar que entre más viejo sea uno más tiempo de vida tenga, pero la mosca del tiempo parece tener la ironía bastante arraigada.
Como dato interesante cabe destacar que la Chronodisphasia al afectar la memoria y la capacidad de raciocinio de la persona afectada, crea la sensación de que son las demás personas las que están perdiendo el tiempo, y que en realidad uno está viviendo aceleradamente. Dicho esto no es de extrañar después de todo que cause más miedo en quienes rodean a un Chronodisphasico que a él mismo el acercamiento constante de la muerte. Un enfermo del tiempo suele tener una calma avasallante, como si tuviera todo bajo control, no escuchando las palabras desalentadoras de que su muerte se avecina.
Y algo importante a recordar es que, en definitiva, todos tenemos los días contados.