domingo, 4 de diciembre de 2016

Sabor a mar

Escucho las olas. Golpean serenas. El olor a sal me invade. Aún puedo sentir el sol de la tarde mientras se arropa entre ellas. Abro mis ojos y veo las olas del cielo, con su paleta de naranjas y púrpuras. Me levanto y me limpio la arena blanca de mi blanco pantalón, mi única prenda. Oigo una gaviota a lo lejos. Vuelan en círculo sobre algún botín. Aún me queda un intento más. Lo lograré. Camino lentamente, con la confianza que viene de la preparación. Esta vez estoy solo, no hay multitud que me aclame. Pero hoy voy a conseguirlo. Siento la tibieza de las olas golpearme y retroceder, golpearme y retroceder, golpearme y retroceder, en su repetitivo vaivén. La húmeda arena cede ante mis pies a medida que avanzo y me hace cosquillas en las plantas. Cierro mis ojos una vez más y me dejo arropar por ese sonido a olas y ese olor a mar y esa tibieza de sol de media tarde. Con el agua por la cintura los abro. Ya es hora. Comienzo a nadar. Me adentro rápidamente. Este es el punto exacto. Es ahora o nunca. Una batalla contra el reloj. Tomo aire y me zambullo con todo mi ser. Es una prueba de resistencia física. Tengo que demostrar la capacidad de mis pulmones. Pero más importante, tengo que demostrar _mi_ capacidad. Me adentro más y más. Pero la oscuridad me rodea. Toco el fondo. Mi tacto me guía a medida que siento las rugosidades familiares. Conozco estos corales mejor que el interior de mi choza. Frenético me muevo por el fondo y tanteo cada resquicio. Pero ya no queda mucho aire, ya el tiempo se agota. Ahí! Sí! Es una ostra! Reconozco las sinuosas paredes de su concha. Pero es enorme! La tomo con ambas manos y me impulso con fuerza hacia arriba. Apenas toco el aire, nocturno ya, mis pulmones que clamaban piedad se dejan saciar. Vuelvo a la costa, vencedor y cansado. El molusco de varios kilos me deja una sola mano para nadar. Es casi imposible que no tenga una perla digna. Hoy sí, finalmente pasaré mi prueba. Hoy sí finalmente soy un hombre. Hoy tendré una dote digna de mi amada. Aún estoy lejos de la costa. Mis brazos me fallan. Por momentos me hundo! No puede ser! Tan cerca! Tan cerca...! Pero tan lejos a la vez. No puedo soltar a la almeja, sino todo habrá sido en vano! Pero las fuerzas no me dan. Lo dejé todo bajo el agua. Y una última ola me arropa. Cedo finalmente. Jamás la volveré a ver. Y otro la hará su mujer...

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