lunes, 12 de septiembre de 2011

Te time

Timeson no tenía por costumbre tomar el té a las cinco, sino que era una ley física más tacita que la de la gravedad. La ceremonia del té era tan importante como tomarlo en sí. Pero su obsesión con el tiempo era una parte importante en el proceso. Por ejemplo, controlaba cuánta agua la agregaba a la tetera con su reloj de muñeca: Exactamente 3 segundos y dos decimas son un litro.

No conforme con esto instaló en su mesa de la cocina un reloj de ajedrez para servir las tasas; diseñó un reloj de arena abierto para el azúcar; llegó incluso al punto ridículo de medir todas las distancias en tiempo. Camina siempre al mismo ritmo pausado, y da un paso por segundo, tiene medidos los pasos para que calcen exactamente en un metro, pero no cuenta los pasos, sino que sabe que vive a 8 minutos, 38 segundos del dentista; a 5 con 23 del autoservicio; a 42 segundos de su relojería, que es en la planta baja de su casa; y el lugar más alejado de su rutina, con un record de 22 minutos y 7 segundos, el banco.

Véanlo ahí, caminando con ese paso de robot a las 16:42. Su intachable traje negro reluce bajo el sol de la tarde. Sus lustrosos zapatos resuenan contra el asfalto como el tic tac de un reloj. Casi que se le escuchan rechinar las rodillas, y moverse los engranajes en el cerebro de hojalata que de seguro hay bajo ese bombín. Esa mente filosa se oculta tras un rostro amable y un par de gafas bifocales. Parece hipnotizado por un punto en el horizonte, donde su mente seguro divaga sobre torsiones en cuatro dimensiones calculadas con números exacomplejos, y traslaciones que no podrían lograrse hasta que π valga exactamente 3.

Es en este estado de trance que cruza la calle, con su paso de hombre a cuerda, con su paquete de biscochos dulces para acompañar el té, es con su mirada impávida, su sonrisa bobalicona, su porte gallardo que lo choca un auto, que lo hace volar y aterrizar a 5 segundos y dos decimas del punto de impacto. Rápidamente se arma una conmoción en su torno. El conductor apura a sacar su celular y llamar a una ambulancia. Transeúntes se reunen a "ver si está bien" como dicen los transeúntes en estas circunstancias.

Cuando arriba la ambulancia, Timeson está o inconsciente, o aún no se percata de que tuvo un accidente de tránsito. Lo interesante es que la puerta de su casa tampoco se percata y se abre y se cierra al momento. Luego la puerta de la cocina imita a su homóloga de la calle. Para cuando Timeson está a 16 minutos 32 segundos y cuatro decimas, la tetera se llena de agua, la cocina enciende la hornalla superior izquierda y el agua hierve exactamente a seis manzanas del hospital.

El té ya está en el huevo de acero, que ya se sumerge en la tetera de porcelana, que ya se postra sobre el mantel, que ya cubre la mesa, sobre la que ya descansa un platillo, en el que se puede apreciar una preciosa taza de té. Timeson corre por los pasillos en una camilla que se desplaza a cinco segundos por segundos. Los médicos de urgencia  se preparan para examinarlo, pero los paramédicos han tardado exactamente tres minutos en entrarlo al hospital; el té ya ha reposado lo suficiente. Y Timeson le agrega azúcar, lo revuelve y toma un sorbo mientras un grupo de desconcertados médicos, enfermeros y paramédicos lo buscan apabullados en un hospital a 18 minutos de su hogar.

2 comentarios:

  1. Me recuerda a mi obsesión compulsiva con las horas, los minutos y los segundos. La gente se rasca la cabeza cuando digo que pongo mi alarma a las 9:11... "-¿Por qué no 9:10? -Porque no es lo mismo ¬¬" :)

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  2. jajaja XD Bueno, en algún lugar de mi apartamento en Mdo sigue sonando mi reloj de pulsera a las 16:50 para hacerme acuerdo de la hora del té con el tiempo suficiente para prepararme uno. Debería arreglarle la pulsera, no?

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