domingo, 16 de enero de 2011

Ornitofobia

No savia si era una paloma lo miraba a través de la ventana cerrada. La oscuridad de la noche sin luna no permitía distinguir bien las cosas, menos aquella silueta borrosa, que parecía que iba a despegar hacia el, en cualquier momento, tirándolo, imponente, del sillón en el que se encontraba sentado, tomándose un vermouth reflexivamente aquella noche.

La leve iluminación de los edificios circundantes, que aparentemente lejanos se alzaban, no hacia sino incrementar el lúgubre aspecto de aquel inofensivo y pequeño animal, que lo amenazaba pasivamente, en esa ventana del octavo piso del complejo de apartamentos. Jamás se le paso por la cabeza prender la luz, quitando lo impresionante y amenazador de aquella figura, pero también apagando la calma, matando la tradición que hacia ya tantos viernes había creado, sin siquiera pensarlo, tantos que no recordaba cuantos, ni en otra escala podía acaso medir el tiempo transcurrido desde el primero.

Tomo otro sorbo. Comenzó a dejar volar su imaginación, mientras prendía un cigarrillo, ayudada, obviamente, por el alcohol en su sangre, la nicotina en sus pulmones, el cansancio en su cabeza y el dolor de la soledad en su corazón. Empezó a ver un enorme buitre, del tamaño de un 747, que de un solo golpe, levantaba todos los pisos superiores al suyo, dejándolo sin techo, al descubierto, para atacarlo. Volvió en si.

Tomo otro sorbo, luego de otra pitada. Comenzó luego a ver un asesino oculto en las sombras, que no hacia sino apremiarlo, esperando que se descuidara. Ya podía ver como el astuto comando, esperaba a que se durmiera, se deshacía del disfraz de paloma, para entrar sin ser siquiera percibido en lo mas mínimo, liquidarlo en el acto, con alguna inyección letal, imperceptible a pruebas posteriores y escabullirse en la penumbra con una misión exitosa mas.

Otro vaso servido, otro cigarrillo prendido después, se erguía frente a él, un dragón que exhalaba lentamente, pacientemente, observándolo, creando una cortina de humo para cegarlo y asegurar la caza, pero sin darse cuenta que el humo que invadía la habitación, provenía de su cigarrillo. Estaba considerando seriamente cerrar la cortina y continuar con su ritual de los jueves de noche, en la total penumbra, en lugar del acostumbrado resplandor de los edificios aledaños, el brillo de las estrellas y la ocasional luz de luna que iluminaba con un resplandor opaco la sala de estar/comedor de su apartamento de soltero. Dejo el vaso en la mesa a su derecha, y el cigarro en el cenicero de la misma. Fue al baño a liberar el contenido de su vejiga.

Todas las alucinaciones posibles que se le pueden ocurrir a uno, estando solo, ligeramente ebrio, observando la silueta de una paloma, que se posa inocentemente, a dormir, en el alfeizar de la ventana de su hogar, interrumpiendo una tradición de paz y calma, se ocurrieron a lo largo de dos horas y media. Luego de las cuales, había visto: Vampiros; Duendes; Extraterrestres; Demonios; Robots espías; Cuervos asesinos modificados genéticamente; Explosivos de algún terrorista que esperaba la mañana para volar el edificio; En fin, de todo.

Aclaro sus pensamientos. Solo era una paloma. Decidió por fin hacer uso de la lógica y abrir la lumbrera para ahuyentar el animal, que parecía estarle molestando tanto, sin ningún motivo. ¿Por qué le molestaba siquiera? No hacia nada el pobre. Pero se decidió, se irguió de su asiento, tratando de ir en línea recta, se dirigió a la ventana. La abrió causando que la infeliz paloma se despertara y se transformara en un cúmulo de plumas que revoloteaba sin cesar, alejándose del edificio que le había servido de refugio aquella noche sin luna. Acto seguido, se dirigió de nuevo hacia su trono nocturno. Le pareció relajante la brisa ligera que entraba por la abertura, por lo que decidió dejarla. El reloj de pared marcaba ya las dos menos cinco.

Decir que su vida cotidiana era acelerada era quedarse corto. Vivía corriendo de acá hacia allá, apremiado por su agobiante trabajo, sus estudios aun sin finalizar, acrecentado por su cada ves menor vida social, que en lugar de ser una liberación, representaba otro cansancio mas. Por eso prefería relajarse, descansar y disfrutar de una noche de paz, en la que el carcelero que lo miraba desde su muñeca, lo dejaba en paz por unos instantes, y por unos instantes se sentía libre. Su reloj de pulsera lo miraba desde la mesa, con la cara redonda y esos bigotes fluorescentes, que marcaban el fin de otro minuto y otra hora.

Al cuarto de baño de nuevo. Se sentó una vez mas en el sillón reclinable, su trono, donde podía… ¿Que había en la ventana? No podía ser. Se levanto para ver más de cerca. Parecía ser… ¡Imposible! ¡La maldita paloma estaba ahí otra vez, pero esta vez quería entrar por la ventana abierta! Agarro con firmeza la botella, vacía ya, y se irguió. Avanzo tan lento que no lo creía posible, viéndola con los ojos nublados. Se acercaba cada vez más. Más cerca, mas cerca, más, ya casi… y justo cuando levanto, lentamente la botella/garrote, en el preciso momento en el que se disponía a dar el golpe ejecutor, justo en ese preciso momento, cambia de opinión el ave y decide que quiere salir de ahí. Da media vuelta y sale caminando por el marco de la ventana. Pero no se iba a quedar así ese ultraje, no señor.

Se agacho cautelosamente, hasta el borde de la ruta de escape del fugitivo pajarraco, sujetando con fuerza su arma. Asomo la cabeza. Ahí estaba, como burlándose, mas a la derecha, en la cornisa que recorría el costado del edificio. Al ver que no la alcanzaría, se inclino para buscar el objeto de su deseo.

Considerar que había perdido el equilibrio por culpa del alcohol y el viento era sencillo, más con la botella de vermouth como testigo; pensar en la posibilidad del suicidio de un pobre atormentado, que viene a caer de espaldas en el techo de un auto, lo era aun más; pero nada de esto explicaba los arañasos que desfiguraban su rostro y pecho, ni donde estaba su mano derecha.

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