domingo, 19 de diciembre de 2010

Galatea, reina del palacio de hielo (1/0)

   La inusual pareja transitaba por el escabroso sendero de la montaña, siempre ascendente, agradeciendo no obstante cada segundo que no estaban escalando. Al barón le tenían el mote de “Halcón”, mientras que a su acompañante se referían como “Aguilucho”, por estar bajo el ala del otro. Asumo habré creado la duda de porqué le decían Halcón al primero; pues no era por su porte, gallardía, orgullo, nobleza, carisma, valor, ni nada por el estilo; era simplemente por tener una nariz que nada tenia que envidiarle al pico del pobre ave.

   Enfundados en sus trajes térmicos viajaban los dos por la ladera de la montaña. El tóptero que contrataron para traerlos no se atrevió a acercarse más a la hoya glacial a la que se dirigían. Por alguna extraña razón que no acababan de comprender, la rara formación geológica, conformada por las laderas de tres montañas descomunales aún en escala montañesca, causaba unos constantes vientos cambiantes, que hacían imposible acercamiento alguno por aire, dejando como único medio de locomoción las extremidades inferiores de nuestros personajes.

   El barón se cobijó en una saliente para limpiar la toma semicongelada del condesador de oxigeno, que le permitía respirar ese aire enrarecido por la altura. Al apoyarse en la pared pudo percatar el cansancio de su fiel compañero, que aprovechaba el instante de tregua con el camino para descasar un segundo tirado casi de bruces. El barón lo alentó a seguir un poco más con un simple movimiento de barbilla y una palmada en el hombro. Estaban cerca de destino, donde podrían finalmente descansar como corresponde, a diferencia de donde se encontraban, lugar cuya estadía podría llegar a provocar principio de hipotermia.

   Y en efecto así era, pues a la vuelta del siguiente rescoldo divisaron el palacio de cristal de la reina de los Borg. Aún con la leve luz matinal refulgía maravillosamente la fachada exterior de la titánica edificación, que como un diamante encastrado en la ladera, asomaba su costado invitándolos a entrar.

   —Señora mía, parece ser que un par de viajeros han venido a verla—Recitó el lacayo respetuosamente con una educada reverencia—Aparentemente el interesado responde al nombre de Hausieren Habicht Falke, Duque de Falconia, y su cohorte es Harrier Falke, Conde de Falconia y sobrino del Duque.

   La sala donde se encontraban era un domo de unos treinta metros de altura, conformado por paneles plateados de forma hexagonal. Esbeltas columnas curvas descendían hasta el suelo, formando un ramillete que se habría hacia el techo. En el centro de una plataforma escalonada residían unos cristales iridiscentes que dotaban a toda la inmensa habitación de un onírico tono celeste. Era pues la sala del trono, donde Galatea vivía en sí. Al deambular lentamente, restañaba el cableado tensado sobre el armazón con ruedas que acompañaba el caminar de la reina.

—¿Y qué interes tiene ese par en venir a verme? —Respondió sin más la reina

—No se me a develado dicha información—Contestó prudentemente el lacayo, aún en reverencia.

—Pues si quieren una audiencia con su reina, deberán saber que no es un nombre ridículo lo que necesitan. Despachadlos.

—Sí mi señora.

   Galatea vivía en la soledad de su panal de cristal y acero, recluida a esa habitación por la necesidad de conservar con vida su parte biológica. Pues un Borg, no es solo humano con partes biónicas, ni solo robot con partes de carne; es ambas cosas unidas y no puede subsistír sin alguna de ellas.

—Me temo que la reina no desea atenderos en estos momentos, por lo que debo pedirles que se retiren señores.

—No abandonare estos aposentos hasta conseguir una audiencia con mi amada Galatea—Contesto llanamente el Duque.

—Me temo que no hay posibilidades mi señor—Le respondió a su vez el siervo.

   Pero en su fuero interno una duda le carcomía. Puesto que todos los Borg son hijos de la reina del hielo, que este extraño se refiriera a ella de una manera tan... romántica, daba lugar a deducciones inconcebibles para el cerebro del antiquísimo sirviente, que no veía sino a un humano, mortal y demasiado joven aún. Resulta que el mayordomo era un Borg suficientemente antiguo como para haber nacido humano.

   Al comienzo la reina investigaba la ciencia de la biomecatrónica con el objetivo de crear prótesis, pero luego cayó en la cuenta del verdadero potencial de esta nueva ciencia: la inmortalidad. Fue por esto que se decidió a reconstruir cadáveres y a reanimarlos, con partes biónicas obviamente. Con el paso del tiempo intento ralentizar -si no detener- el deterioro que las agujas del reloj causaban en su adolorido cuerpo. Y con el tiempo los Borg eran prácticamente una raza aparte, repudiados por el resto de la humanidad, por lo que se recluyeron a vivir en su propia fortaleza de la soledad. Posteriormente la reina comenzó a crear Borgs desde cero; criando un cuerpo humano alrededor de una carcasa biónica, la cual era rellenada por la carne en expansión, a medida que la larva de Borg crecía.

   Hacía ya muchas décadas- ¿O siglos acaso? -desde que Galatea se extirpara las inútiles gónadas, habiendo encontrado una mucho mejor forma de procrear, y sin necesidad de un compañero del sexo opuesto. Y hacía no tantas que estaba aprisionada en esa celda de hielo que ella misma se mandara construir para mantenerse con vida. La dureza de su exterior, reluciente de titanio y zinc, no dejaba ver la verdadera fragilidad de su interior cuasi humano.

   El mayordomo había tenido pues, una vida como humano antes de ser renacido como Borg, por lo que la curiosidad, los celos y hasta el odio, raspaban levemente las paredes internas de su ataúd de hierro.

—Si fuera usted tan amable de responderme a esta pregunta se lo agradecería enormemente: ¿Por qué quiere usted ver a mi reina?

—Me temo que es un asunto personal entre mi amada y yo. Ya se lo he dicho antes.

—¿Podría contestarme entonces de dónde conoce a mi señora?

—No puedo decir que la conozca.

   Esta respuesta fue lo suficientemente incoherente para asombrar, confundir y hasta interesar al viejo Borg. Por lo que su cerebro, mitad cilicio y mitad proteínas vivas, comenzó a trabajar fuera del limite permitido de velocidad.

   Estaba en presencia de un humano puro; esto saltaba a la vista. No se parecía en nada a los Viles, esas criaturas rastreras, restos de la raza humana, mutados por las emisiones de las bombas, habitando como ratas o lagartijas (o una combinación de ambas), entre los escombros y ruinas que dejaron atrás las guerras.

  Tampoco se parecía en absoluto a los Arcaidos, con sus casi cuatro metros de estatura, sin nariz ni cabello y con dos enormes alas en la espalda, las cuales eran incapaces de permitirles siquiera planear; Esos seres, perfectos según ellos mismos, producto de las modificaciones genéticas de sus antecesores, durante 32 generaciones, hasta lograr incluso una longevidad casi eterna, a cambio de una accidental esterilidad en toda la población. Incluso los intentos de clonación fallaban catastróficamente.

   Y más que definitivamente, no era un Borg, seres mitad humanos, mitad maquinas, completamente roboticos en apariencia las últimas generaciones.

   No, nada de eso. Era este un humano puro, como no había visto en cosa de tres siglos. Raza en extinción, incapaz decír extinta por las irrefutables pruebas que le hablaban y hasta contestaban. ¿Era acaso el cerebro humano tan imperfecto sin su contraparte digital, que se derretía en delirios incoherentes? ¿Acaso tras generaciones y generaciones de cruzamientos entre hermanos y primos el raciocinio involucionaba a este estado irracional? El mayordomo no podía dilucidarlo. Pero pensó que darle un uso a este extraño hallazgo era, como mínimo, su deber.

—¿Sabe algo?, creo que puedo conseguirle una audiencia con “Su amada”...

—Mi señor, tiene usted toda mi atención.

—Resulta que hay una cueva a las afueras de la metrópolis, en la que solíamos minar por criolita—Un elemento creado por los restos de las bombas cocinados durante siglos en las entrañas de la roca madre—Pero una criatura se ha instalado en el cobijo que representa esta concavidad. Dicha criatura es capas de aniquilar con su sola presencia, sin necesidad de mover un solo músculo—Comentario que causo que el Duque levantara su ceja izquierda, y que el Conde enarcara ambas.

—Y en caso de que yo eliminase a dicha criatura, usted seria capas de conseguirme una audiencia con mi amada Galatea. ¿Estoy en lo cierto?

—¡Pero mi señor! ¡Si lo que este sujeto dice es cierto, no existe posibilidad de éxito! —Le alerto el Conde.

—Tonterías. Siempre existe la posibilidad del éxito. Y por mi amada que lo lograre.

—No se preocupe joven Conde—Lo animo el mayordomo—El principal peligro que presenta esta bestia es un campo electromagnético que emana de su ser. Motivo por el cual no podemos acercarnos sin sucumbir inertes, motivo también por el cual nuestras armas y vehículos no nos son útiles, y motivo de sobra para que usted si lo sea. Si bien podríamos librarnos de la criatura si hiciésemos uso de armas mas potentes, destruiríamos buena parte de la mina que intentamos salvar, correríamos el riesgo de dañar la Metrópolis por su proximidad y en definitiva, seria mas practico dejar ser al pobre animal.

—Comprendo su punto, y acepto su oferta de trabajo con la condición de que me sea concedida una audición con mi amada Galatea.

   Durante más de una semana les fue provisto el alojamiento y la comida mientras el Duque se aclimataba al frío y la altitud. Ni una sola vez pudo el Halcón ver a su amada, pero siempre la tuvo en mente como motivación principal. Mientras ella seguía su vida sin saber siquiera que el estuviese en la Metrópolis.

—Mi señor, no puede seguir así. Su cuerpo no resistirá mas de esto—Le dijo un día el Aguilucho.

—No te preocupes por mi. Mientras pueda verla aunque sea una sola ves, me sera suficiente. Y todo habra valido la pena.

—Pero mi señor, usted a sido como un padre para mi. No es que no tenga fé en su valentía, pero si sucumbiese ante la bestia, yo quedaría solo en este mundo.

   Sentado con el torso desnudo y las piernas cruzadas en la nieve, el Duque abrió los ojos y miro largo rato al que había sido su aprendiz, ayudante y compañero durante casi quince años. No pudo sino sentir un poco de pena, pues el mismo temia por su vida, pero para no desanimar mas al pobre Conde sin condado, se irguió en toda su estatura, camino hasta este y le beso la frente.

—Te digo que no tienes de que preocuparte. Si he sido algo que se asemeje remotamente a un padre para tí, pues solo puedo alegrarme de tenerte por hijo. Y vamos ya, que me estoy congelando la sangre en las venas.

   Encaminabanse a la entrada de la mina de criolita, el par con el mayordomo detrás.
Iba el Duque ataviado de varias capas de ropajes abrigados, y su cohorte llevaba consigo una espada, única arma efectiva tras el impacto de una explosión electromagnética que consiguiesen.

—Hasta aquí los acompaño—Dijo este ultimo a una docena de metros de la entrada- Mas cerca seria peligroso para mi. Si bien la criatura habita en el interior, no quiero arriesgarme a una excursión imprevista.

—Quédate tu también Harrier. Quédate a cuidar las cosas. No es necesario que te aproximes más, solo pondrías tu vida en peligro innecesario.

—¡Pero mi señor! Yo quiero ir con usted. Talvez necesite de mi ayuda.

—Llevas tu un traje que no funcionara tras encontrar la criatura, y sin el cual tu cuerpo quedara expuesto a los embates del clima. No, es no.

   Y mientras decía esto removíase las capas de gruesa vestimenta, para quedar solo con un traje de piel y unas gruesas botas. Inyectóse en el brazo y partió rumbo a la cueva espada en mano.

   El Conde, desahuciado pero sabiendo cierto cuanto le decían, se sentó en la nieve junto a los ropajes despachados, abrazando aun la vaina de la espada.

   Harrier espero junto al mayordomo hasta bien entrada la noche, pero llegado cierto punto, habiendo afrontado la realidad, ambos desistieron y retornaron a la Metrópolis.

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